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Lección 2: ENSÉÑANOS A ORAR | El libro de Salmos | Sección maestros


 Lección 2:

ENSÉÑANOS A ORAR

RESEÑA

Texto clave: Luc. 11:1.    

Esta semana, reflexionaremos sobre la desesperación expresada por el salmista en tiempos difíciles. En nuestro estudio, consideraremos cuatro cantos del salterio que son instructivos para enseñarnos cómo orar en medio de nuestras luchas diarias: Salmos 44, 22, 1360   

COMENTARIO

Salmo 44

La honestidad y la franqueza de los salmistas en sus peticiones a Jehová pueden sorprendernos, o incluso escandalizarnos. En general, tendemos a rehuir ese nivel de audacia cuando nos dirigimos a nuestro Creador.

No así los hijos de Coré. Veamos algunas de las lecciones que podemos aprender de su audaz oración, en Salmo 44:

1. Los hijos de Coré confían en Dios (Sal. 44:4-8) sin importar las humillaciones que enfrenten, pues recuerdan las obras que Jehová hizo por ellos (Sal. 44:1-3). En su queja, no dominan los resentimientos ni la recriminación hacia Dios; más bien, su oración se basa en la verdadera fe en la fuerza y la misericordia de Dios.

2. Reclaman que el Señor los ha abandonado a merced de sus enemigos (Sal. 44:9-16). ¿Podemos expresar el mismo sentimiento a nuestro Creador sin perder nuestra fe?

3. Los hijos de Coré confirman que no se han olvidado de su Dios (Sal. 44:17). Han sido fieles y reconocen que no pueden engañar al Señor (Sal. 44:17-22).

4. El cántico termina con fuertes clamores para que Dios actúe en su favor: “despierta”, “levántate”, “redímenos” (Sal. 44:23-26, NBLA). Así, suplican poderosamente la liberación.

El salmo termina sin una respuesta clara del Señor. Su silencio es un recordatorio de que, muchas veces, de este lado de la Eternidad, no siempre obtendremos del Cielo la respuesta que deseamos. Pero no debemos permitir que el desaliento nos abrume o nos haga naufragar en nuestra fe.

Salmo 22

Este salmo está compuesto con el mismo espíritu que Salmo 44, aunque hay que señalar que Salmo 22 es una petición personal. El rey David es el autor de este salmo. Según las discusiones en torno a su marco histórico, creemos que es probable que se escribiera cuando David estaba bajo la persecución de Saúl o durante su aflicción por la rebelión de su hijo Absalón.

Sea cual fuere el origen histórico de este canto, no cabe duda de que este salmo es mesiánico. El Nuevo Testamento lo cita varias veces en el contexto del sufrimiento que experimentó Jesús durante su juicio, tortura y crucifixión:

§  “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” (Mar. 15:34; Mat. 27:46) es una cita directa de Salmo 22:1.

§  Salmo 22:7 se aplica a Jesús en la cruz y a sus burladores (Mar. 15:29; Mat. 27:39, 40).

§  Salmo 22:16 (“Horadaron mis manos y mis pies”) es una alusión directa al hecho de que Jesús fuera clavado en la cruz, aunque los evangelios no citan este versículo en particular.

§  Marcos 15:24 y Mateo 27:35 aluden a Salmo 22:18.

§  Salmo 22:12 al 15 también puede aplicarse, sin ninguna duda, a la experiencia de Jesús. Salmo 22:17 describe la condición de nuestro Salvador en la cruz: “Puedo contar todos mis huesos, mientras que me miran y observan”.

En el contexto del estudio de nuestra lección de esta semana, es un pensamiento reconfortante saber que este mismo Creador, cuando estuvo en nuestra condición humana, se enfrentó a un grado de sufrimiento que supera con creces cualquier angustia o prueba que podamos afrontar en nuestra vida. Con toda seguridad, nuestro Señor recordó este Salmo durante aquel fatídico viernes de su muerte y lo oró con lágrimas en los ojos. También nosotros podemos hacer nuestras estas palabras en medio de nuestras penas.

Qué inspirador es saber que Jesús mismo se lamentó en medio de su sufrimiento y expresó su angustia al Padre celestial. No hay pecado en esa expresión de cruda honestidad. Jesús incluso pidió en el huerto de Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”, lo que nos recuerda que, en la oración, la expresión genuina de nuestros sentimientos y debilidades nunca es una ofensa a los oídos de Dios. Después de que Jesús derramara los sentimientos del corazón ante su Padre, terminó su oración con perfecta sumisión a la voluntad de él: “Sin embargo, no sea como yo quiero sino como quieras tú” (Mat. 26:39).

Asimismo, Salmo 22 expresa esta misma perfecta confianza y sumisión a la voluntad del Padre. El salmo termina, como muchos otros salmos, con palabras de liberación (Sal. 22:20-22) y alabanza (Sal. 22:23-26). Cierra con una celebración de las misericordias del Señor (Sal 22:27-36), que abarca, en amplitud emocional, desde el pozo del dolor y el sufrimiento hasta el pináculo de la alegría y la bendición. Del mismo modo, nuestras oraciones deberían aspirar a esas alturas gloriosas.

Salmo 13

Los autores del salterio hacen dos preguntas para expresar la desesperación en medio del sufrimiento y las pruebas. Una pregunta es “¿Por qué?” [heb. lamah]. “¿Por qué?” se usa cuando el interlocutor quiere entender el accionar de Dios en circunstancias difíciles: (1) cuando parece que el Señor no hace nada para salvar a su seguidor (Sal. 10:1; 44:23); (2) cuando pareciera que Dios ha abandonado al que sufre (Sal. 22:1; 42:9; 44:24); o (3) o cuando parece que el Señor lo ha desechado (Sal. 42:3; 74:1; 88:14). En esencia, esta pregunta se emplea en un intento de comprender la razón de la acción (o inacción) de Dios.

La segunda pregunta que emplean los salmistas es “¿Hasta cuándo?” (Sal. 13:1, 2; 35:17; 74:10; 79:5; 80:4; 89:46; 90:13; 94:3). “¿Hasta cuándo?” es totalmente diferente de “¿Por qué?” en su intención. El “¿Hasta cuándo?” no cuestiona la actuación de Dios en medio del sufrimiento; más bien, “¿Hasta cuándo?” reconoce que el Señor siempre tiene el control. Además, esta pregunta no pide a Dios venganza contra la fuente del dolor. Esta expresión interrogativa simplemente expresa el deseo de saber cuánto tiempo más exigirá Dios que espere el creyente. Además, “¿Hasta cuándo?” pide al Señor que actúe. Esta pregunta encarna también el sentimiento de fatiga espiritual que padecemos ante nuestro sufrimiento continuo y el anhelo de que llegue a su fin. También nosotros, con el salmista, podemos preguntar al Señor en nuestras oraciones: “¿Hasta cuándo?” Del mismo modo, podemos presentarle una súplica pidiendo su intervención y su misericordia. Esa súplica puede denominarse “queja de fe”.

Después de su dolorosa queja, David pasa a su petición. Esta transición nos sirve de modelo para un principio importante en nuestras oraciones: no debemos estancarnos ni revolcarnos en nuestros lamentos. Al contrario, debemos avanzar con fe: “Mira, respóndeme, Señor Dios mío. Alumbra mis ojos” (Sal. 13:3). Muchas veces, lo que realmente necesitamos es la seguridad de que el Creador está con nosotros.

Al igual que Salmo 22, este cántico también termina con palabras de confianza (Sal. 13:5, 6). Pero estas palabras son más que una simple declaración de fe. Durante las tribulaciones, el salmista expresa alegría y seguridad (Sal. 13:5, 6). Sus problemas persisten, pero confía en que se resolverán, y confía en que la providencia de Dios lo sostendrá. Esa confianza y esa fe son ejemplares: nosotros también debemos confiar en Dios, creer en su poder y reclamar sus promesas. El salmista utiliza tres verbos en su última estrofa: “confiar”, “alegrarse” y “cantar”. ¿Cómo podemos alegrarnos cuando tenemos problemas? ¿Cómo podemos cantar? Podemos hacerlo cuando hemos confiado en el “amor” de Dios, “porque me ha hecho bien” (Sal. 13:5, 6).

Salmo 60

El sobrescrito de Salmo 60 nos brinda el contexto histórico en el que se escribió el cántico. Normalmente, los escritores del salterio no ofrecen esa información de fondo. Sin embargo, su inclusión nos brinda material útil para entender los orígenes de esta canción.

Salmo 60 está relacionado con los acontecimientos de 2 Samuel 8:1 al 14. En aquella época, David fue nombrado rey de Israel (2 Sam. 5:1-5) y había establecido Jerusalén como capital de su reino (2 Sam. 5:6-10). El profeta Natán trajo el pacto de Dios al nuevo rey (2 Sam. 7). David estaba dispuesto a recibir el cumplimiento de las promesas que el Señor había hecho a Abraham: que sus descendientes heredarían la tierra “desde el río de Egipto hasta el gran río, el río Éufrates” (Gén. 15:18). Tras las primeras victorias de David como rey de Israel contra los filisteos (2 Sam. 5:17-25; 8:1, 2) y Moab (2 Sam. 8:2), se enfrentó a otra amenaza militar de los arameos. David luchó contra Hadad Ezer, rey de Soba, un conflicto del que regresó victorioso, tras matar a 18.000 arameos en el Valle de la Sal. Además, “puso gobernadores en todo Edom, y todos los edomitas fueron siervos de David. El Señor daba la victoria a David dondequiera que iba” (2 Sam. 8:14).

Los salmos no son reflexiones filosóficas de hombres sobre una deidad lejana. Los cantos están moldeados por problemas reales a los que se enfrentaban en la vida cotidiana (comparar 2 Sam. 8 con la mención de Moab, Edom y Filistea en Salmo 60:8-12). David escribió Salmo 60 en aquellos terribles momentos en que Israel luchaba contra poderosos enemigos. A pesar de la terrible oposición (Sal. 60: 1-3), David expresó con fe: “Has dado una bandera a los que te veneran, para que la puedan desplegar por la verdad” (Sal. 60:4).

El poema de Salmo 60 nos promete que Dios está con su pueblo (Sal. 60:6-8). Por eso, David pide la presencia de Dios en sus horas más difíciles (Sal. 60:9-11). De este modo, el salmo termina, no con un espíritu pesimista, rumiando el oscuro camino que le espera, sino con una fuerte confianza en Dios para salir airoso: “En Dios haremos proezas, y él aplastará a nuestros enemigos” (Sal. 60:12). Cuando enfrentamos desafíos abrumadores y oposición, la mejor manera de afrontarlos es levantarnos de nuestras rodillas llenos de confianza en Dios, para que nos capacite a fin de hacer grandes obras para él.

APLICACIÓN A LA VIDA

El estudio de estos cuatro cánticos (Sal. 44; 22; 13; 60) nos enseña cómo orar en tiempos de tribulación. Hemos aprendido la necesidad de expresar honestamente nuestros problemas, fracasos y desalientos al Señor en oración. Con seguridad podemos llevar nuestras quejas y penas a nuestro Creador, actuando con fe y confiando en que nuestras oraciones son escuchadas.

Invita a los miembros de tu clase a expresar sus penas a Dios. Pídeles que compartan con el resto del grupo las nuevas ideas que esta lección les ha enseñado acerca de la oración. Si es posible, elige a un voluntario para que comparta, en el espíritu de los salmistas, una experiencia de su vida de oración que lo haya fortalecido en la fe y le haya dado fuerzas. Recuerda que, más que una colección de bellos poemas, el salterio es una invitación a hacer la voluntad de Dios



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