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Lección 3: EL SEÑOR REINA | El Libro de Salmos | Sección maestros


Lección 3:

EL SEÑOR REINA

RESEÑA

Texto clave: Salmo 93:1

Enfoque del estudio: Salmos 8; 100; 97; 75:1-10; 105:7-10; Gálatas 3:26-29; Salmo 25:10.

Esta semana, examinaremos cinco aspectos de la soberanía de Dios en el Salterio. Veremos que los salmos afirman lo siguiente:

1. El fundamento de la soberanía de Dios se basa en la Creación. El Señor es el Hacedor de los Cielos y la Tierra (Gén. 1:1), y de la humanidad (Gén. 1:26).

2. Sobre la base de esta verdad bíblica, los diversos salmistas proclaman que Jehová es el Soberano sobre todo el mundo y las naciones.

3. La soberanía del Señor está inseparablemente entrelazada con su obra como Juez.

4. Como Juez, Dios intercede por su pueblo, gracias a su pacto con él.

5. Él es fiel a las reglas de este pacto, porque la ley de su pacto es el fundamento de su Reino. Como veremos, estos cinco temas están estrechamente entrelazados.

COMENTARIO

Dios como Creador

Salmo 8 puede dividirse en dos ideas principales: Dios es el Creador (Sal. 8:2-4), y los seres humanos son la coronación de su Creación (Sal. 8:5-8). Estos conceptos están enmarcados al principio y al final del salmo por la misma línea, lo que se conoce como una inclusio: “Señor, Dios nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” (Sal. 8:1, 9).

No podemos pasar por alto la importancia de la Creación en las enseñanzas de las Escrituras. Isaías utiliza el argumento de Dios como Creador para aniquilar la validez de la creencia en los ídolos (Isa. 40:12-31). Paralelamente, el salmista utiliza el mismo razonamiento para reconocer a Jehová como Soberano del Cielo y rechazar la idolatría (Sal. 115:1-8; 95:3-5, 7; 96:5). El fundamento del Reino de Dios es la Creación. Ese fundamento debe ser la razón de nuestra adoración a él (Sal. 100:3-5). La Creación es también la razón del sábado (Gén. 2:1-3, Éxo. 20:8-11), y el séptimo día es un recordativo del poder de Dios. Con este trasfondo, entendemos mejor por qué el mensaje de Apocalipsis 14:7 afirma: “Y adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. La predicación de este mensaje es más relevante que nunca en este tiempo, en el que el enemigo ha creado un paradigma etiológico de la vida relativamente nuevo: la Evolución.

Dios como Rey

Dios creó el Universo y, por consiguiente, le pertenece. En este sentido, él es su Rey. “El Señor reina [...]. Firme está tu trono desde siempre, tú eres Señor eternamente” (Sal. 93:1, 2).

Salmo 97 resume bien el mensaje de la realeza de Dios:

1. Dios reina (Sal. 97:1). Muchos salmos exaltan a Dios como Rey (Sal. 47; 93; 95-99).

2. Elementos dramáticos como las nubes, las tinieblas, el fuego, los relámpagos, la tierra, las montañas y los cielos rodean a Dios (Sal. 97:2-6). Estos fenómenos meteorológicos y esplendores geológicos retratan la grandeza del Rey de reyes, quien inspira nuestro temor y reverencia.

3. Se condena la vergüenza de la idolatría en contraste con la superioridad de adorar a Dios (Sal. 97:7).

4. Los hijos de Dios lo alaban y se regocijan en los justos juicios de su gobierno (Sal. 97:8, 9).

5. El amor a Dios inspira a los creyentes a que “aborrezcan el mal” (Sal. 97:10). El Señor preserva y libera a su pueblo de la mano de los impíos. Estas razones son motivo suficiente para alegrarse y darle gracias (Sal. 97:11, 12).

Dios, como Rey, es la fuente de la paz y la confianza de sus hijos. “Poderoso es el rey, ama la justicia. Tú estableces la rectitud; has hecho en Jacob juicio y justicia” (Sal. 99:4). Porque Dios es el Rey sobre toda la Tierra, debemos alegrarnos y cantar “con inteligencia” (Sal. 47:7; ver también vers. 1-6).

Dios como Juez

El Señor es Juez porque es Rey. En el antiguo Israel, el monarca dictaba el veredicto en juicios y asuntos judiciales (como David en 2 Sam. 14:1-23 y Salomón en 2 Rey. 3:16-28). De esta manera, la idea de un rey-juez era una noción familiar para el pueblo de aquella época. Cuando escuchaban a los salmistas entonar sus melodías acerca del Señor como Juez, captaban fácilmente el concepto.
Salmo 75 afirma que Dios, nuestro Juez, juzgará rectamente (Sal. 75:2). Por lo tanto, no debemos temer su obra como Juez, a menos que estemos del lado del mal. “Viene a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con su verdad” (Sal. 96:13).

En el juicio, Dios “a este abate” (al impío [Sal. 75:4, 5]) y “a aquel exalta” (al fiel [Sal. 75:1, 2; 75:7]). Este mismo principio opera en el Juicio Investigador de Daniel 7: Dios castiga al cuerno pequeño (Dan. 7:26) y vindica a su pueblo (Dan. 7:22).

Los fieles celebran el juicio de Dios (Sal. 75:9), no porque se alegren por la destrucción de los impíos, sino porque Dios es fiel a sus promesas y libera a los inocentes (ver Apoc. 19:2). Al final de Salmo 75 encontramos esta idea de fidelidad y liberación divinas: “Él quebrará el poder de los pecadores y exaltará el poder del justo” (Sal. 75:10).

El Dios del Pacto

En el antiguo Cercano Oriente, un pacto era un acuerdo entre un rey poderoso y su vasallo. Este acuerdo incluía lo que se le exigía al vasallo para permanecer bajo la protección de su soberano. El Antiguo Testamento se apropió de esta figura secular de la época y la aplicó a la relación entre el Rey del Cielo y sus seguidores. “En un antiguo tratado del Cercano Oriente, el Gran Rey hacía dos promesas al vasallo: en primer lugar, atacaría al vasallo si se rebelaba contra él; y en segundo lugar, acudiría en defensa de cualquier vasallo leal que fuera atacado” (Tremper Longman III y Raymond B. Dillard, An Introduction to the Old Testament [Grand Rapids: Zondervan, 2006], p. 260). Entender este concepto engendra confianza en el creyente, porque por medio de él aprende que puede apoyarse en la seguridad de la protección de Dios.

Dentro de este contexto, el salterio describe a Jehová como Guerrero. Salmo 7 es una oración antes de la batalla, en la que el salmista pide la intervención de Dios en favor de su pueblo (Sal. 7:1, 2). El salmista también reclama la protección de Dios y pide la destrucción de sus enemigos (Sal. 7:4-9). Dios es la defensa del salmista (Sal. 7:10), mediante la idea de un castillo o un escudo. Se describe a Dios, el Guerrero divino, portando una espada, un arco y flechas: “armas de muerte” (Sal. 7:12, 13). Ha preparado una trampa para sus enemigos (Sal. 7:15).

El Dios de la Ley

Puesto que Dios es un soberano justo, “se acuerda siempre de su pacto, de la palabra que mandó para mil generaciones” (Sal. 105:8). La base del Pacto es la Ley de Dios. Por lo tanto, no es coincidencia que uno de los temas principales del libro de Salmos sean los mandatos del Señor (ver Sal. 1). De hecho, el salmo y capítulo más largo de la Biblia, Salmo 119, se centra íntegramente en la Torá, o Ley.

La visión que tienen los salmistas de la Ley de Dios difiere de la idea común que prevalece en muchos círculos hoy en día, una idea que sostiene que la Ley divina es un conjunto de normas rígidas que debemos obedecer estrictamente o sufriremos un duro castigo como consecuencia de violar cualquiera de sus preceptos. A propósito de la Ley, David afirma que los testimonios del Señor convierten el alma, hacen sabio al sencillo; la Ley alegra el corazón e ilumina los ojos (Sal. 19:7-10). ¿Cuántos de nosotros podemos decir lo mismo de los códigos y las leyes de nuestros países? En la relación de pacto, los mandamientos son directrices que iluminan nuestro entendimiento y nos permiten disfrutar de una relación profunda con nuestro Creador, Rey y Juez.

La Torá está más vinculada a la idea de “enseñanza” que a la de “disposiciones”. Esa es la razón por la que el salterio describe los estatutos de Dios como tesoros de valor incalculable, que son “más deseables que el oro, más que el oro muy afinado, más dulces que la miel del panal” (Sal. 19:10). Estar bajo el Pacto de Dios significa disfrutar de una estrecha relación con la Deidad.

APLICACIÓN A LA VIDA

Qué fascinante es comprender el grado de vinculación que existe entre los cinco temas teológicos que hemos estudiado esta semana. Esta concatenación temática comienza con la afirmación de Dios como Creador, y se apoya en ella. Negar esta verdad básica es rechazar el derecho de Dios como Gobernante de este mundo y Juez Soberano de todo ser humano. Por ende, si Dios no fuera el Juez de todos, entonces cualquiera podría hacer lo que mejor le pareciera. No habría ninguna ley eterna que obedecer. No habría absolutos. Es triste decirlo, pero estamos inundados por esta filosofía todos los días. Incluso algunos cristianos son presa de su pernicioso sofisma. Por esta razón, nuestra lección de esta semana es muy importante para nuestra familia, nuestros jóvenes y los miembros de la iglesia.

Reconocer al Señor como nuestro Hacedor nos llevará a aceptar su señorío en nuestra vida y su derecho a guiarnos y reprendernos cuando sea necesario. Después de todo, él es nuestro Juez. Nuestro Creador quiere tener una relación de alianza amorosa con nosotros. La Biblia nos promete que obedecerlo y caminar con él será una experiencia dulce y reconfortante.

Un detalle que tocamos ligeramente en esta lección, pero que no exploramos en profundidad, es el cultivo de una actitud de alabanza y regocijo. Pide a un voluntario que lea en voz alta los siguientes versículos. También puedes pedir a los miembros de la clase que lean el salmo al unísono. Anima a tus alumnos a aspirar a la misma vida espiritual del salmista:

“Vengan, cantemos alegremente al Señor.
Cantemos con júbilo a la Roca de nuestra salvación.
Lleguemos ante su presencia con gratitud.
Aclamémoslo con cánticos.
Porque el Señor es Dios grande,
Rey grande sobre todos los dioses” (Sal. 95:1-3).

Más que de peticiones y quejas, debemos llenar de alabanzas nuestras oraciones a nuestro Rey y Juez. Además, nuestro trabajo diario será más fácil de soportar, y nuestra vida devocional más feliz, cuando estemos en una relación de pacto con el Dios de los Cielos.



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