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Lección 11: EL ANHELO DE DIOS EN SION | El Libro de Salmos | Sección maestros


Lección 11:

EL ANHELO DE DIOS EN SION

RESEÑA

Texto clave: Salmo 84:2

Esta semana nos centraremos en el término “Sion”, tal como se expresa en el libro de Salmos (ver Sal. 46; 84; 87; 122; 125). Los salmos están llenos de esperanza, y de la expectativa de los justos de visitar y morar seguros en el Santuario de Dios, un refugio de seguridad y paz.

El concepto de “Sion” en las Escrituras es en sí mismo una mezcla de geografía, política y teología. Consideraremos estos diferentes aspectos para comprender el significado espiritual de Sion para el pueblo de Dios en el pasado, así como para nosotros mismos, que necesitamos urgentemente, hoy, la esperanza que ofrece Sion.

COMENTARIO

Geografía de Sion

La ubicación del monte Sion en Jerusalén, en relación con el monte Moria, tiene un importante significado teológico. David conquistó el monte Sion (2 Rey. 5:6, 7; 1 Crón. 11:5-7), al ocupar una zona relativamente pequeña de la colina que llegó a llamarse la Ciudad de David. Al norte, a unos seiscientos metros de distancia, se alzaba el monte Moria, donde Isaac había sido “ofrecido” en sacrificio (Gén. 22:1-12). Aquí también se detuvo el ángel del Señor junto a la era de Arauna, el jebuseo, en medio de la destrucción de Israel como consecuencia del pecado de David, quien intentó realizar un censo (2 Sam. 24:16) en contra de la voluntad de Dios. Posteriormente, David compró la era y levantó allí un altar al Señor y, en expiación por su presunción, ofreció holocaustos y ofrendas de paz al Señor (2 Sam. 24:25; comparar con 1 Crón. 21:15-30).

El templo de Salomón y sus dependencias también se construyeron en este mismo lugar (2 Crón. 3:1). La ciudad de Jerusalén se extendía hacia el norte y abarcaba el Monte Santo; con el tiempo, el nombre de Sion llegó a incluir el monte del Templo. Como hemos visto en Salmos, a menudo Sion se refiere a la ciudad de Jerusalén en su totalidad (Sal. 48:1-3; 69:35; 74:28; 125:1, 2).

Sion, el monte santo

Mucho antes de que Salomón construyera un templo para Dios, el Señor se manifestó en el monte Sinaí y le ordenó a Israel que le construyera un tabernáculo para que él pudiera habitar en medio de ellos (Éxo. 25:8, 9). Cuando el Santuario estuvo terminado y erigido, la presencia de Dios descendió en una nube y se posó sobre el Tabernáculo de reunión (Éxo. 40:34, 35), convirtiéndolo en el centro de la manifestación divina y del culto de Israel. De este modo, Dios trasladó la manifestación física de su presencia desde el Sinaí hasta el centro del campamento israelita. La teofanía del Sinaí continuó morando sobre la Tienda de Reunión, durante la travesía del desierto.

El Tabernáculo perpetúa, intensifica y completa la obra de Dios en el monte Sinaí. El Tabernáculo, como morada divina, es fundamental para la comprensión posterior de la importancia del “monte santo”. Dios habitó inicialmente en el Santuario y, cuando Salomón construyó después su Templo, su ubicación en el monte Moria le confirió honor. Cuando el rey Salomón dedicó el Templo y oró para que Dios lo bendijera, el Señor expresó su aprobación enviando fuego del Cielo (2 Crón. 7:1-3). Así, el monte Moria, en tiempos de los reyes israelitas, era considerado el “monte santo”, porque Dios moraba allí en medio de su pueblo.

Recuerda que Jehová nunca se limita a un monte específico. Tampoco se limita a un lugar terrenal concreto en el Antiguo Testamento, porque ningún lugar es santo de por sí. Aunque se lo relaciona frecuentemente con el Sinaí y Sion, Dios se revela en relación con una amplia variedad de montes. Manifiesta su presencia donde quiere. Ni siquiera Sion merece una distinción especial como residencia terrenal del Señor. Más bien, Sion es simplemente el estrado de una majestad que ni siquiera los Cielos pueden contener (1 Rey. 8:27; 2 Crón. 6:18).

Sion y su perspectiva escatológica

¿Cómo se describe a Sion en las Escrituras? El monte Sion, símbolo del pueblo de Dios (Isa. 29:8), es también el lugar desde el que Jehová lucha contra las naciones enemigas (Isa. 31:4) que combaten contra Israel. Un remanente de Israel saldrá de Sion y será preservado (2 Rey. 19:31), y a Sion volverá Israel (Isa. 51:11). La salvación se encuentra en Sion (Isa. 37:32; Joel 2:32). Este monte también se relaciona con las señales cósmicas (Isa. 24:23). En última instancia, el Señor reinará sobre su pueblo en el monte Sion (Miq. 4:7) en la Tierra hecha nueva.

Joel 3:1 al 17 habla de la reunión de las naciones en el valle de Josafat, donde Dios contenderá con ellas en juicio y suplicará la liberación de su pueblo. El valle de Josafat es el nombre simbólico dado al lugar del Juicio Final. Geográficamente, era un profundo barranco que separaba Jerusalén del Monte de los Olivos, por el que fluía el Cedrón. Debido a su ubicación, el valle de Josafat desempeñó un papel importante en las tradiciones y los rituales religiosos de Israel (1 Rey. 1:9, 33); en las reformas religiosas de Asá (1 Rey. 15:13; 2 Crón. 15:16); en los reinados de Josafat (2 Rey. 23:4, 6, 12) y Ezequías (2 Crón. 29:16; 30:14); y en la futura purificación de Jerusalén (Jer. 31:40). Fue allí donde Salomón fue ungido como monarca. Por lo tanto, existe una estrecha relación entre el “monte santo”, o Sion, y el juicio y la coronación del rey.

En el clímax de la confrontación entre el Señor y las naciones, “el Señor bramará desde Sion, tronará desde Jerusalén” (Joel 3:16), y el pueblo de Dios sabrá que “yo soy el Señor, su Dios, que habito en Sion, mi santo monte” (Joel 3:17).

Se describe a los justos (Sal. 15:2-5) como aquellos que morarán en el santo monte de Dios (Sal. 15:1), desde donde Dios responde las oraciones (Sal. 3:4). Al contrario, los que abandonan a Jehová se olvidan de su monte santo (Isa. 65:11). El Señor eligió hacer de la Sion terrenal su centro de acción, no porque fuera intrínsecamente única o valiosa, sino porque él así lo quiso.

Salmos notables acerca de Sion

Salmo 2

Este capítulo del Salterio es reconocido como un himno real, o mesiánico, que exalta al Ungido de Jehová. Contiene los siguientes tres aspectos, o temas: el histórico; el mesiánico; y el cultual, o devocional. El poema está estructurado en cuatro estrofas. En la segunda estrofa (Sal. 2:4-6), Dios muestra su desdén por la arrogancia de las naciones (Sal. 2:1-3). La estrofa concluye indicando que Dios ha puesto a su Rey en Sion, su monte santo (Sal. 2:6).

Este himno enseña el concepto de que Jehová reina, con su Ungido, en Sion. Una vez más, se afirma la idea de que el monte es santo por la presencia de la Deidad del Cielo.

Así, Sion, el monte sagrado, consagrado por la presencia teofánica de Jehová en su Templo, es la sede del dominio terrenal de Dios, la residencia del Rey ungido de Israel y la capital del mundo, ante la cual todas las naciones y los reyes están atados por cuerdas de amor o lazos de hierro. (Comparar con Isa. 2:2-4; Miq. 4:1-4, donde el monte de la casa de Jehová es el refugio y el recurso de todas las naciones para la instrucción y el gobierno, y para la paz universal).

Salmo 2:6 y 7 revela que el Señor reclama como suyos tanto al Ungido como la jurisdicción sobre el monte. El Ungido y el monte son de importancia central para la teología del Reino de Dios en Salmos. En la elección del rey como mi Ungido (Sal. 2:2), mi Rey (Sal. 2:6) y mi Hijo (Sal. 2:7), quien es colocado en “mi santo monte”, vemos que la elección está determinada por decreto divino y que los seres humanos no tienen ninguna influencia sobre esta selección. Hans LaRondelle insiste en que, “mientras el Señor permaneció en el Lugar Santísimo de ese Santuario, ese monte era ‘santo’ porque la gloria Shekinah de Dios moraba allí” (Deliverance in the Psalms [Bradenton, FL: First Impressions, 2006], p. 559).

Salmo 48:1 al 3

Este salmo amplía el concepto mesiánico de Sion como morada de Dios y capital de su Reino. El salmista canta el cuidado de Jehová por Jerusalén y la liberación de su pueblo de las manos del enemigo. El tema central del canto es la alabanza de la grandeza de Dios, simbolizada por Sion, “su santo monte” (Sal. 48:1).

En los versículos 1 al 3, el salmista utiliza diferentes expresiones para referirse al lugar de la manifestación divina, como “la ciudad de nuestro Dios”, “el monte de Sion”, “al lado norte” y “la ciudad del gran Rey”. El salmista también se refiere a Sion como ese “santo monte”, que podría traducirse como “el monte consagrado a él” (ver Sal. 2:6; 87:2; 121:1; Zac. 8:3).

Salmo 99

En Salmo 99, vemos de nuevo la conexión entre el monte Sion y las experiencias de Israel tanto en el desierto como en el monte Sinaí. El salmo consta de tres estrofas, cada una de las cuales termina con la frase: él “es santo” (Sal. 99:3, 5, 9). Tras exaltar a Jehová como rey (Sal. 99:1), como aquel que habita en Sion (Sal. 99:2), y declararlo “grande”, “tremendo”, “santo” (Sal. 99:3) y “justo” (Sal. 99:4), el salmista invita al pueblo a adorarlo (Sal. 99:5).

Salmo 99:6 al 8 habla de las experiencias de Moisés, Aarón y Samuel. La columna de nube recuerda sin duda la experiencia del desierto, una referencia directa a Moisés y a Aarón, con quienes Dios habló. Samuel también oyó hablar a Jehová en el templo de Silo (1 Sam. 3:1-14).

El salmo concluye con un llamado al pueblo para que exalte al Señor y lo adore en “su santo monte” (Sal. 99:9) por el perdón que Dios le manifestó allí (vers. 8). Como vemos en nuestro estudio, la santidad que una vez tuvo el monte Sinaí como morada de Dios fue transferida a Sion después de que se construyó allí el Templo.

APLICACIÓN A LA VIDA

Nuestro Dios Creador es un excelente Maestro. Utiliza lugares físicos y cosas materiales para expresar conceptos espirituales, como en el caso literal del monte Sion y sus colinas circundantes. Mediante esta lección objetiva, los israelitas pudieron comprender mejor el Plan de Redención de Dios.

Sion es un símbolo de la presencia de Dios, el lugar donde el Señor intercede y protege a su pueblo. Como los israelitas en el pasado, debemos mantener en nuestro corazón un ardiente deseo de estar en la presencia del Todopoderoso. La comunión en sábado es innegablemente esencial. Pero procuremos también, a lo largo de la semana, comulgar con la presencia de Dios en su Santuario celestial. “Acerquémonos con corazón sincero, con plena certeza de fe” (Heb. 10:22).

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