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Lección 1: LA GUERRA DETRÁS DE TODAS LAS GUERRAS | El gran conflicto | Libro complementario

Lección 1:

LA GUERRA DETRÁS DE TODAS LAS GUERRAS

INTRODUCCIÓN

Hay pocos temas que capturan más la imaginación que el gran conflicto entre el bien y el mal. Este conflicto cósmico ha hecho estragos desde la rebelión de Lucifer en el cielo y culminará con la victoria final de Cristo. Satanás será derrotado y la Tierra recuperará su belleza edénica.

A lo largo de la historia, el maligno se ha opuesto al plan 'de Dios de restaurar a los seres humanos a su imagen. Está librando una guerra contra Dios en cada corazón. Cada uno de nosotros está involucrado en este drama celestial, y no hay forma de evitarlo. La buena noticia es que Cristo triunfó sobre los poderes del infierno en el Calvario. Por su gracia y por su poder, nosotros también podemos triunfar.

En este momento crucial, no hay nada más importante que comprender el conflicto entre el bien y el mal. Nos han precedido hombres y mujeres fieles que defendieron lealmente a Cristo a pesar de las circunstancias difíciles. Estos héroes de la fe no renunciaron a sus convicciones de conciencia. Fueron ridiculizados, escarnecidos, torturados y perseguidos. Decenas de miles fueron martirizados, pero su compromiso con Cristo continuó siendo más fuerte que la amenaza de la muerte.

En estas páginas, descubrirás los acontecimientos finales que pronto sorprenderán a este mundo. Pero no hay nada que temer, porque Cristo ya ha obtenido la victoria. Con espíritu de oración y mente abierta, podrás afrontar los tiempos difíciles que se avecinan con el poder del Espíritu Santo.

CAPÍTULO 1

LA GUERRA DETRÁS DE TODAS LAS GUERRAS

Pedro solo tenía 17 años cuando murió atropellado por un conductor ebrio que circulaba a gran velocidad por una estrecha carretera rural. Maureen se quedó fría cuando su médico le diagnosticó un cáncer de pulmón a sus 38 años. No había fumado ni una sola vez en su vida. Harry quedó desconsolado cuando a su hijo de 8 años le diagnosticaron leucemia. Por desgracia, la vida a veces nos depara situaciones inesperadas. La tragedia parece acechar" a la vuelta de cada esquina, y nos preguntamos: ¿Dónde está Dios cuando sobreviene el desastre?

Se lanzan bombas. Ciudades son destruidas. Los elementos hacen estragos. Huracanes, tornados, inundaciones y tifones azotan sin tregua. Desde nuestra confusión, nos preguntamos por qué sufren personas ¡nocentes. ¿Cómo puede un Dios de amor permitir que reine tanta maldad en el mundo? ¿Por qué le ocurren cosas malas a la gente buena?

Algo es evidente: vivimos en un mundo de bien y de mal, un mundo de amor y de odio, un mundo de felicidad y de tristeza. En el universo se libra un gran conflicto entre el bien y el mal; pero, al final, el bien triunfará sobre el mal.

Un Dios de amor

La Biblia enseña que la naturaleza de Dios es el amor (1 Juan 4:7, 8). Todos sus actos son de amor (Jer. 31:3). El verdadero amor no se puede forzar, coaccionar ni exigir. El amor genuino requiere la sumisión voluntaria de la voluntad. Elena de White lo expresa muy bien cuando escribe: "El amor se despierta únicamente por el amor".1 El apóstol Pablo declara: "El amor de Cristo nos constriñe" (2 Cor. 5:14). La palabra constreñir significa impulsar o motivar. Los actos del cristiano son impulsados por el amor de Cristo; son el resultado de la sumisión voluntaria a Jesucristo.

Negar la capacidad de elección es destruir la posibilidad de ser verdaderamente felices. Dios gana nuestra lealtad mostrándonos su amor. Él está resolviendo el gran conflicto entre el bien y el mal de tal forma que el pecado jamás volverá a levantar su desagradable rostro. El objetivo de Dios es demostrar ante todo el universo que él vela por el bienestar de sus criaturas. Al final, los planes eternos de Cristo para este planeta en rebelión tendrán éxito. Los propósitos para su pueblo se cumplirán.

Un conflicto cósmico

El Apocalipsis, el último libro de la Biblia, describe un conflicto cósmico entre el bien y el mal. Juan, el último de los apóstoles, escribe desde las rocosas costas de la isla de Patmos: "Hubo una gran batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón y sus ángeles combatieron; pero estos no prevalecieron, ni se halló más lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera ese gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo. Fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él" (Apoc. 12:7-9).

Estos versículos descorren la cortina que separa el cielo de la Tierra, permitiéndonos vislumbrar el conflicto existente entre el bien y el mal. Satanás y sus ángeles se enfrentaron a Cristo y acabaron siendo expulsados del cielo. La descripción de esta lucha suscita algunas preguntas significativas: ¿Cómo un Dios amoroso pudo crear un ángel demoníaco que inició una guerra en el cielo? ¿Hubo algún error garrafal en la creación de este ángel que lo llevó a rebelarse contra Dios?

La Biblia explica claramente el origen del mal y la solución definitiva de Dios al problema del pecado. Él no creó al diablo; creó a un ser de brillo deslumbrante llamado Lucifer. Este ser angélico no tenía defectos ni imperfecciones (Eze. 28:12-15). Como todos los seres creados, fue concebido con la capacidad de elegir, un principio fundamental del gobierno de Dios. El pecado se originó con Lucifer en el mismo cielo, y nada explica por qué este ángel perfecto permitió que el orgullo y los celos se arraigaran en su corazón y crecieran hasta rebelarse contra su Creador (Isa. 14:12-14).

Lucifer, un ser creado, deseó recibir la adoración que solo correspondía al Creador. Intentó usurpar el trono de Dios cuestionando su autoridad. Su rebelión condujo a una guerra abierta en el cielo.

Aunque Dios soportó mucho tiempo a Lucifer, finalmente no pudo continuar permitiendo que siguiera infectando el cielo con su rebelión. "Los concilios celestiales alegaron con Lucifer. El Hijo de Dios le presentó la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y la naturaleza sagrada e inmutable de su Ley. Dios mismo había establecido el orden del cielo; y Lucifer al apartarse de él, iba a deshonrar a su Creador y a atraer la ruina sobre sí mismo. Pero la advertencia, dada con amor y misericordia infinitos, sólo despertó un espíritu de, resistencia".2

• En esa lucha celestial, Jesús derrotó a Satanás. Según describe Apocalipsis 12:8, el diablo y sus ángeles malignos "no prevalecieron, ni se halló más lugar para ellos en el cielo". Aunque en el gran conflicto entre Cristo y Satanás podría parecer que el mal está triunfando sobre la justicia, al final Jesús saldrá victorioso. Resulta alentador saber que él jamás ha perdido una batalla contra Satanás. Él es el Guerrero celestial que lucha contra Satanás en nuestro nombre y nos permite, mediante su poder y su gracia, triunfar sobre los poderes del infierno.

2 Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 548.

El padre de la mentira

Satanás es un mentiroso (Juan 8:44) que tergiversó el carácter de Dios ante los ángeles celestiales, presentándolo como un tirano que exigía obediencia y negaba amor. Un tercio de los ángeles se dejó engañar (Apoc. 12:4).

No había justificación para esta rebelión contra el gobierno de Dios. Hasta ese momento, el cielo rebosaba de total alegría y armonía. No hubo mancha de descontento hasta que el orgullo de Satanás maduró y se convirtió en una rebelión abierta. Acusó a Dios de ser injusto y poco equitativo. Contagió a los ángeles con sus dudas y acusaciones. ¿Cuál fue la naturaleza de esta guerra que estalló en el cielo? No estamos seguros, pero el conflicto fue lo bastante físico como para que Satanás y sus ángeles fueran "expulsados" (NTV), y no se "halló ya lugar para ellos en el cielo" (vers. 8, 9). Pero una cosa es cierta. Cada ángel tuvo que decidir si estaba a favor o en contra de Cristo. ¿A quién seguirían? ¿A la voz de quién escucharían?

Los ángeles leales eligieron ser obedientes a los amorosos mandatos de Cristo, mientras que un tercio de los ángeles escucharon la voz de Lucifer, desobedecieron a Dios y perdieron el cielo. También nosotros, en este momento crucial de la historia de la Tierra, hemos sido llamados a decidirnos a favor o en contra de Cristo.

La capacidad de elección que Dios nos dio

Cuando Dios creó a la humanidad, implantó en lo más profundo de nuestro cerebro la capacidad de pensar, razonar y elegir. En la esencia de nuestra condición humana está la capacidad de tomar decisiones morales. No somos simples robots. Hemos sido creados a imagen de Dios y somos diferentes a los animales, ya que tenemos la capacidad de tomar decisiones morales y vivir según principios espirituales. Desde la rebelión de Lucifer en el cielo, y a lo largo de los siglos, Dios ha llamado a su pueblo para que responda a su amor y sea obediente a sus mandamientos, eligiendo servirle.

Hay algunas lecciones de vital importancia que podemos aprender estudiando esta batalla entre el bien y el mal. En primer lugar, Dios no es responsable de los males que sobrevienen a las personas buenas. Hay una fuerza maligna en el universo que lucha contra él y distorsiona su carácter. En segundo lugar, no somos espectadores de este conflicto entre el bien y el mal, sino participantes. En nuestro corazón se libra una batalla por nuestra lealtad, que Satanás está intentando arrebatarle a Dios. Y, por último, si le entregamos nuestra vida, Cristo vencerá a Satanás y lo expulsará de nuestra vida, del mismo modo en que lo expulsó del cielo.

El planeta Tierra se vio involucrado

Cuando Dios creó la Tierra, la hizo en un estado de perfección. La Biblia dice que "Dios contempló todo lo que había hecho, y vio que era bueno en gran manera" (Gén. 1:31). No había mancha de pecado ni de maldad en ninguna parte. Pero les dio a Adán y Eva la misma libertad de elección que le había dado a Lucifer. No quería autómatas en la Tierra, así como no quería autómatas en el cielo.

De hecho, se esforzó en que esta libertad quedara bien clara. En tal sentido, plantó un árbol en el jardín del Edén llamado "árbol del conocimiento del bien y del mal", y les dijo a Adán y Eva que no comieran de su fruto. Él quería asegurarse de que ellos tuvieran claro que podían elegir.

Sin embargo, en una ocasión, Eva pasó junto al árbol y entabló conversación con Satanás, que hablaba a través de una serpiente. Me imagino que la conversación fue más o menos así: "Eva, si comes de este árbol, accederás a un nuevo ámbito de la existencia. Experimentarás una exaltación que nunca habías sentido. Tendrás una felicidad inimaginable. Dios te está ocultando algo. Ven, toma el fruto prohibido y cómelo". Cuando Eva y, más tarde, Adán escucharon la voz del maligno y se rebelaron contra la clara orden de Dios, abrieron una puerta que Dios quería mantener cerrada para siempre. Era la puerta del pecado, del sufrimiento, de la angustia, de la enfermedad y de la muerte.

En el fondo, el pecado es rebelión contra Dios y causa la separación de él (1 Juan 3:4; Isa. 59:1, 2). Como él es la fuente de la vida, la separación de Dios conduce a la preocupación, a la ansiedad, a la enfermedad, a la aflicción y, en última instancia, a la muerte. El sufrimiento que vemos en nuestro mundo es, finalmente, el resultado de vivir en un planeta en rebelión contra Dios. Esto no significa que cada vez que sufrimos o nos enfermamos es porque hemos pecado, pero sí que cada uno de nosotros se ve afectado por vivir en un planeta enfermo de pecado.

El amor se abre camino

Volvamos a contemplar la trágica escena del Edén. Adán y Eva habían pecado y Dios les había dicho que tenían que abandonar su hogar en el Jardín. De ahora en adelante, el trabajo y el sufrimiento serían su destino. Las lágrimas corrían por sus rostros. ¿Tendrían que sufrir y finalmente morir sin esperanza? ¿Sería la muerte el final de todo?

Fue en ese momento, mientras lloraban desesperados, que Dios les dio la promesa registrada en Génesis 3:15. Mirando directamente a Satanás, la serpiente, dijo:

"Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón".

Tal vez, en aquel momento no comprendieron del todo la. magnitud del plan de Dios, pero entendieron que podían volver a tener esperanza. De algún modo, a través de la Simiente de la mujer, llegaría su redención.

La Simiente de la mujer, por supuesto, es Jesucristo (Gál. 3:16). En la cruz, Satanás lo hirió en el talón. Pero la victoria de Jesús es nuestra garantía de que llegará un día en que la cabeza de la serpiente será aplastada y se cerrará la puerta del sufrimiento y la muerte que abrieron Adán y Eva.

Tal vez te preguntes: ¿Por qué Dios no hace algo ante este problema del pecado? De hecho, lo hizo. Allí mismo, en el Jardín, les dio a Adán y Eva un destello de esperanza. Prometió enviar al Mesías para revelar su amor abnegado y redimirlos de las garras del maligno.

Siglos después, Jesús vino a este planeta rebelde. Vivió la vida perfecta que nosotros debíamos haber vivido; se enfrentó frontal-mente a las tentaciones de Satanás y salió victorioso. Experimentó todas las tentaciones que nosotros podemos experimentar. Él conoce nuestras debilidades, comprende nuestras flaquezas y se identifica con nuestras luchas. Su muerte en la cruz nos otorga la vida eterna. La Biblia nos dice que "la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom. 6:23). Puesto que "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Rom. 3:23), merecemos la muerte eterna; pero Jesús murió la muerte que nosotros merecemos para que podamos experimentar la vida eterna. Él cargó con la culpa de nuestros pecados en la cruz del Calvario. Sufrió la muerte que era nuestra para que un día nosotros podamos vivir la vida que era suya. Tomó sobre sí la maldición del pecado, fue condenado por pecados que nunca cometió y experimentó Ja agonía que sentirán los pecadores en su perdición (Gál. 3:13; 2 Cór. 5:21; Heb. 2:9).

En la vida y la muerte de Cristo vemos revelado el amor del Padre. "Al expulsar a Satanás del cielo, Dios hizo patente su justicia y mantuvo el honor de su trono. Pero cuando el hombre pecó al ceder a los engaños del espíritu apóstata, Dios dio una evidencia de su amor al consentir en que su Hijo unigénito muriese por la raza caída. El carácter de Dios se puso de manifiesto en la expiación. El poderoso argumento de la cruz demuestra a todo el universo que el gobierno de Dios no era de ninguna manera responsable del camino de pecado que Lucifer había elegido".2 

La muerte de Cristo en la cruz revela ante todo el universo la magnificencia del amor de Dios. Responde a la acusación de Satanás contra el gobierno de Dios. En Cristo, tenemos la seguridad de que un día podremos vivir eternamente. ¿Te has preguntado alguna vez si Dios te ama de verdad? Mira la cruz. Mira la corona de espinas. Mira los clavos en sus manos y en sus pies. Con cada gota de sangre que Jesús derramó en el Calvario, Dios está diciendo: "Te amo. No quiero estar en el cielo sin ti. Sí, has pecado; te has vendido a las manos del enemigo, pero he pagado el rescate para recuperarte". Cuando mires la cruz, nunca más tendrás que preguntarte si eres amado.

La Biblia habla de un Jesús que vino a este mundo y experimentó angustia, decepción y dolor al igual que el resto de la humanidad. Revela a un Cristo que se enfrentó a las mismas tentaciones que nosotros, un Cristo que triunfó sobre los principados y potestades del infierno, tanto en su vida como mediante su muerte en la cruz. Como afirma Elena de White en El Deseado de todas las gentes: "Fue condenado por causa de nuestros pecados, en los que no había participado, con el fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por medio de su justicia, en la cual no habíamos participado. Él sufrió la muerte que era nuestra, para que pudiésemos recibir la vida que era suya. 'Gracias a sus heridas fuimos sanados' "4

Podemos sentirnos gozosos porque Jesús revirtió la maldición del pecado y nos ofrece la vida eterna. Reflexionemos en esta extraordinaria declaración: "Mientras la cruz del Calvario proclama el carácter inmutable de la ley, declara al universo que la paga del pecado es la muerte. El grito agonizante del Salvador: 'Consumado es', fue el toque de muerte para Satanás. Fue entonces cuando quedó zanjado el gran conflicto que había durado tanto tiempo y asegurada la extirpación final del mal. El Hijo de Dios atravesó los portales de la tumba 'para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo' (Heb. 2:14)".5

Un amor inexpresable

Jesús no solo obró por nosotros en la cruz, sino que está obrando por nosotros ahora mismo. Tras vencer al sepulcro, nuestro Señor resucitado es ahora el gran Sumo Sacerdote que nos proporciona todo lo que necesitamos para salvarnos, vencer las tentaciones de Satanás y vivir en el reino de Dios para siempre.

En este momento, Jesús conoce tu desánimo y tu desesperación. Sabe lo que es sentirse rechazado, solo y con el corazón destrozado. El apóstol Pablo escribe en Hebreos 4:15 y 16 que Jesús "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente [con seguridad plena] al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro".

En pocas palabras, Jesús nos presenta ante el universo revestidos de su justicia, perfectos en su victoria y adoptados en la familia de Dios mediante su sacrificio en la cruz. Él fue todo lo que nosotros deberíamos haber sido. En Cristo, no hay condenación por los pecados de nuestro pasado (véase Rom. 8:1). Cuando confesamos nuestros pecados, él nos perdona plenamente (1 Juan 1:9). En Cristo, nuestra culpa desaparece y, mediante su poderosa intercesión, se rompe el dominio del pecado sobre nuestra vida. Se sueltan las cadenas que nos atan y-'somos libres.

Elena de White describe el anhelante deseo de Cristo por cada uno de nosotros con estas conmovedoras palabras: "Consumado ya el gran sacrificio, Cristo subió al cielo, rehusando la adoración de los ángeles, hasta que no hubiese presentado la petición: 'Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo' (Juan 17:24). Entonces, con amor y poder indecibles, el Padre respondió desde su trono: 'Adórenlo todos los ángeles de Dios' (Heb. 1:6). No había ni una mancha en Jesús. Acabada su humillación, completado su sacrificio, le fue dado un nombre que está por encima de todo otro nombre".6

No hay nada que Jesús desee más que tenernos con él en el cielo. El anhelo de su alma, el deseo de su corazón y la razón de su muerte e intercesión en el Santuario celestial es salvarnos. ¿Tienes alguna necesidad especial en tu vida? Ven con confianza y cuéntasela a Jesús. Aunque el gran conflicto aún hace estragos y el maligno ataca con saña a los fieles seguidores de Dios, Cristo ha prometido: "Nunca te dejaré ni te abandonaré" (Heb. 13:5, DHH).

1  Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 13.

2  Ibíd., p. 555.

 4 White, El Deseado de todas las gentes, p. 17.

5 White, El conflicto de los siglos, p. 558.

6 Ibíd., p. 556.





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