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Lección 2: ¿AMOR O EGOÍSMO? ESA ES LA CUESTIÓN | El Gran conflicto | Libro complementario

 


Lección 2:

¿AMOR O EGOÍSMO? ESA ES LA CUESTIÓN

Imagina que eres un pastor en el siglo 1, cuidando cabras en las laderas del Monte de los Olivos, con vista a la ciudad de Jerusalén. Oyes voces. Inmediatamente, reconoces la voz de Jesús mientras escuchas una conversación entre él y sus discípulos. Les está hablando sobre el futuro del mundo y sus palabras te estremecen. Mientras el sol poniente se refleja en la cúpula dorada del templo y resplandece en sus magníficas paredes de mármol, Jesús afirma categóricamente: «Les aseguro que no quedará piedra sobre piedra, pues todo será derribado» (Mateo 24: 2, NVI). Su profecía te deja estupefacto y consternado.

Los discípulos que lo rodean también sienten lo mismo. ¿Qué podría estar queriendo decir Jesús con estas palabras? ¿Se acerca aceleradamente el fin del mundo? Ciertamente, un acontecimiento tan cataclísmico como la destrucción de Jerusalén no puede ser otra cosa sino el fin del mundo. Escuchas absorto cómo Jesús mezcla magistralmente los acontecimientos que conducen a la destrucción de Jerusalén con los que tienen lugar justo antes de su regreso. Habla de falsos cristos y falsos profetas, conflictos internacionales, desastres naturales globales, aumento de la delincuencia y la violencia, decadencia de las normas morales, desintegración de la unidad familiar y locura por el placer. Lo resume todo con una declaración sorprendente: «Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin» (versículo 14). La proclamación mundial del evangelio es la última señal que precede al retorno de Cristo.

En la destrucción de Jerusalén y del templo en el año 70 d.C., se nos presenta una prefiguración de la estrategia de Satanás para engañar y destruir al pueblo de Dios al final de los tiempos. Las instrucciones de Jesús en el capítulo 24 de Mateo describen claramente los acontecimientos de los últimos días en el contexto de la caída de Jerusalén.

Sus palabras son demasiado claras para ser malinterpretadas: «Aprendan de la higuera esta lección: Tan pronto como se ponen tiernas sus ramas y brotan sus hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Igualmente, cuando vean todas estas cosas, sepan que el tiempo está cerca, a las puertas» (versículos 32, 33, NVI).

Las señales de los tiempos se están cumpliendo rápidamente ante nuestros ojos, y las palabras de Jesús en Mateo 24 suenan como los titulares de hoy. Satanás está agitando a las naciones, creando contiendas, conflictos y guerras. Actúa a través de los elementos de la naturaleza para provocar desastres naturales sin precedentes. Sus métodos infernales incluyen incitar al malestar social, atacar los valores morales bíblicos, erosionar la unidad familiar y promover falsas doctrinas. El apóstol Pablo añade esta advertencia: «Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios» (1 Timoteo 4: 1). A la luz de los drásticos acontecimientos que estallarán repentinamente sobre este mundo con sorpresa abrumadora, Pablo dio este consejo práctico:

«En cuanto a los tiempos y las ocasiones, no hace falta, hermanos míos, que yo les escriba. Ustedes saben perfectamente que el día del Señor llegará como ladrón en la noche. De repente, cuando la gente diga: “Paz y seguridad”, les sobrevendrá la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores, y no escaparán. Pero ustedes, hermanos, no viven en tinieblas, como para que ese día los sorprenda como un ladrón, sino que todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de la oscuridad, así que no durmamos como los demás, sino mantengámonos atentos y sobrios» (1 Tesalonicenses 5: 1-6, RVC).

En otras palabras, la palabra profética es una luz que ilumina el camino que tenemos ante nosotros (2 Pedro 1: 21). No debemos dejarnos engañar. Debemos permanecer alertas. Mantengámonos despiertos. Concentrados. No podemos dormirnos en los umbrales de la eternidad. Satanás ha elaborado una doble estrategia para engañar y destruir al pueblo de Dios. Lo que el maligno no consigue mediante la persecución, intenta conseguirlo mediante la transigencia. Sin embargo, a Dios nunca se le puede tomar por sorpresa, e incluso en los momentos más difíciles, él protege a su pueblo.

Un Salvador con el corazón destrozado

Mientras Jesús se hallaba sentado en el Monte de los Olivos contemplando la ciudad de Jerusalén, su corazón estaba destrozado. El Evangelio de Juan dice que «vino a los de su propio pueblo, y hasta ellos lo rechazaron» (Juan 1: 11, NTV). Jesús hizo todo lo que pudo para salvar a su pueblo de la destrucción inminente de su amada ciudad. «A pesar de que los hijos de Israel “se mofaban de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas” (2 Crónicas 36: 16), el Señor había seguido manifestándoseles como “Jehová, fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad” (Éxodo 34: 6, RVA). Y por más que lo rechazaran una y otra vez, de continuo había seguido instándoles con bondad inalterable». 7

El amor de Jesús por su pueblo no tenía límites. Brotaba de un corazón infinitamente amoroso. En repetidas ocasiones les rogó con amor que se arrepintieran y aceptaran su misericordiosa invitación. Escucha su vehemente llamamiento en Mateo 23: 37-39: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como junta la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! ¡Miren cuán desolada se queda la casa de ustedes! Porque yo les digo que no volverán a verme, hasta que digan: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”» (RVC).

Elena G. de White logra capturar las emociones del desconsolado Salvador en estas conmovedoras palabras: «¡Mirad al Rey del cielo derramando copioso llanto! ¡Ved al Hijo del Dios infinito turbado en espíritu y doblegado bajo el peso del dolor! Los cielos se llenaron de asombro al contemplar semejante escena que revela la enorme gravedad del pecado, y que nos enseña lo que le cuesta, aun al poder infinito, salvar al pecador de las consecuencias que le acarrea la transgresión de la ley de Dios. Dirigiendo Jesús su mirada a la última generación vio al mundo envuelto en un engaño semejante al que causó la destrucción de Jerusalén». 8

El dolor que Jesús sentía en el corazón no era causado únicamente por la próxima destrucción de Jerusalén. Al mirar a través de las edades, vio el pecado de cada generación. Contempló la rebelión de la humanidad encada época. Vio el rechazo a su amor y a su gracia por parte de aquellos a quienes vino a salvar desde el siglo primero hasta el fin de los tiempos, y su corazón se quebrantó.

El sufrimiento y el amor de Dios

Es difícil comprender un acontecimiento como la destrucción de Jerusalén a la luz del carácter amoroso de Dios. La historia revela que decenas de miles de judíos murieron cuando el general romano Tito dirigió sus ejércitos contra la ciudad. Jerusalén quedó totalmente devastada. Hombres, mujeres y niños fueron masacrados sin piedad. ¿Dónde estaba Dios cuando su pueblo estaba sufriendo tanto?

La respuesta es clara, pero no es fácil de comprender plenamente. Estaba llorando. Su corazón estaba destrozado. Durante siglos había tendido la mano a su pueblo. Al rebelarse contra su bondad, habían perdido su protección divina. Dios no siempre interviene para limitar los resultados de las elecciones de su pueblo. Él permite que se desarrollen las consecuencias naturales de la rebelión. Dios no provocó la matanza de niños inocentes durante la destrucción de Jerusalén; la trágica muerte de los inocentes fue obra de Satanás, no de Dios.

Satanás se deleita en la guerra porque despierta las peores pasiones del corazón humano. A lo largo de los siglos, su propósito fue culpar a Dios de sus propias malas acciones. Hay que recordar que la inmensa mayoría de los cristianos que vivían en Jerusalén en el año 70 d. C. procedían de un entorno judío. En su amor, Dios deseaba preservar al mayor número posible de su pueblo, por eso les ordenó que huyeran de la ciudad cuando se acercaran los ejércitos romanos.

Con la protección divina

En los acontecimientos que condujeron a la destrucción de Jerusalén se pusieron claramente de manifiesto la misericordia y la providencia de Dios. El general romano Cayo Cestio Galo y el ejército romano rodearon la ciudad en el año 66 d. C. Sorprendentemente, cuando parecía que iban a atacar, se retiraron misteriosamente. Las fuerzas judías los persiguieron y obtuvieron una gran victoria. Con los romanos huyendo y los judíos persiguiéndolos, los cristianos que vivían en Jerusalén lograron huir a Pella, en Perea, más allá del Jordán. Elena G. de White habla de esta extraordinaria experiencia en El conflicto de los siglos: «Ya estaba dada la señal a los cristianos que aguardaban el cumplimiento de las palabras de Jesús, y en aquel momento se les ofrecía una oportunidad que debían aprovechar para huir, conforme a las indicaciones dadas por el Maestro. Los sucesos se desarrollaron de modo tal que ni los judíos ni los romanos hubieran podido evitar la huida de los creyentes». 9

Reflexionar brevemente sobre la tragedia de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. nos enseña dos lecciones. En primer lugar, Dios le da a cada individuo la libertad de elegir, pero debe afrontar las consecuencias de esas elecciones. La rebelión contra los mandatos expresos de Dios acarrea la pérdida de sus bendiciones. Aunque Dios hace todo lo que puede para salvar a su pueblo de las horribles consecuencias de sus caminos rebeldes, incluso él está limitado por sus elecciones (Salmo 78: 40-42). En segundo lugar, a pesar de las acciones pecaminosas y los caminos rebeldes de su pueblo, él hace todo lo que puede para salvarlo y llora por las consecuencias de sus elecciones. Aunque podemos intentar comprender por qué a veces sufren los inocentes y son perseguidos los justos, es bueno recordar estas sabias palabras de Elena G. de White:

«La providencia misteriosa que permite que los justos sufran persecución por parte de los malvados, ha sido causa de gran perplejidad para muchos que son débiles en la fe. Hasta los hay que se sienten tentados a abandonar su confianza en Dios porque él permite que los seres humanos más viles prosperen, mientras que los mejores y los más puros sean afligidos y atormentados por el cruel poderío de aquellos. ¿Cómo es posible, dicen ellos, que Uno que es todo justicia y misericordia y cuyo poder es infinito tolere tanta injusticia y opresión? Es una cuestión que no nos incumbe. Dios nos ha dado suficientes evidencias de su amor, y no debemos dudar de su bondad porque no entendamos los actos de su providencia». 10

Dios actúa soberanamente y gobierna los acontecimientos de la Tierra para el cumplimiento final de sus propósitos divinos. Aunque a veces altera sus planes originales en función de las decisiones humanas, su plan definitivo para este planeta se cumplirá. Habrá momentos en los que el pueblo de Dios experimentará dificultades, persecución, encarcelamiento y la propia muerte por la causa de Cristo. Pero incluso en medio de los ataques más despiadados de Satanás, Dios sostendrá y preservará a su iglesia (Isaías 41: 10; Hebreos 13: 5). Las palabras de Cristo a la iglesia de Esmirna también son alentadoras: «No tengas miedo de lo que vas a sufrir, pues el diablo pondrá a prueba a algunos de ustedes y los echará en la cárcel, y allí tendrán que sufrir durante diez días. Tú sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apocalipsis 2: 10, RVC). Cristo promete fortalecernos en toda prueba hasta aquel día en el que, si somos fieles, podamos vivir con él por toda la eternidad y recibir la corona de la vida.

Fieles a la misión de Dios

Durante los primeros siglos del cristianismo, la iglesia cristiana creció rápidamente. Los encarcelamientos, las torturas y las persecuciones no detuvieron su crecimiento. Los creyentes fieles, comprometidos con Cristo y llenos del Espíritu Santo, proclamaban su Palabra con fuerza. Los corazones fueron tocados. Se transformaron vidas. Decenas de miles de personas se convirtieron.

Los discípulos se enfrentaron a amenazas (Hechos 4: 17), encarcelamiento (Hechos 5: 17, 18), persecución (Hechos 8: 1) y a la propia muerte (Hechos 7: 59; 12: 1, 2), pero con el poder del Espíritu Santo proclamaron valientemente al Cristo resucitado (Hechos 9: 31). Los bastiones del infierno fueron sacudidos y el evangelio triunfó a pesar de las grandes dificultades. Los discípulos ya no se avergonzaban del miedo que experimentaron en el aposento alto. La oscura noche de su melancolía había terminado. Jesús no solo les había dado la Gran Comisión (Mateo 28: 18-20), sino también una gran promesa: «Recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra» (Hechos 1: 8).

El evangelio llegó hasta los rincones más remotos de la tierra (Colosenses 1: 23). Aunque el último discípulo que quedaba, el apóstol Juan, murió a finales del siglo I, otros tomaron la antorcha de la verdad y proclamaron al Cristo vivo.

«Plinio el Joven, gobernador de la provincia romana de Bitinia (en la costa norte de la actual Turquía), le escribió al emperador Trajano […] hacia el año 110 d. C., unos ochenta años después de la crucifixión de Jesús, describiendo los juicios oficiales que estaba llevando a cabo para hallar y ejecutar a los cristianos: “A muchos de todas las edades, de todas las clases sociales, incluso de ambos sexos, se los está llamando y se los llamará a juicio. No solo las ciudades, sino también las aldeas e incluso las zonas rurales han sido invadidas por la infección de esta superstición” [el cristianismo]». 11

A pesar de los despiadados ataques del diablo, la iglesia cristiana creció rápidamente. Los cristianos del Nuevo Testamento impregnaron su misión de oración. Tenían la mirada puesta hacia fuera, no hacia sí mismos. Con valentía, compartían la Palabra de Dios a través de estudios bíblicos personales, grupos pequeños y proclamaciones públicas. Siguieron el modelo de Cristo de enseñar, predicar y sanar, un ministerio integral que tuvo una gran repercusión en el mundo. Considera esta declaración inspirada: «Vanos eran los esfuerzos de Satanás para destruir la iglesia de Cristo por medio de la violencia. La gran lucha en que los discípulos de Jesús entregaban la vida, no cesaba cuando estos fieles portaestandartes caían en su puesto. Triunfaban por su derrota. Los siervos de Dios eran sacrificados, pero su obra seguía siempre adelante. El evangelio cundía más y más, y el número de sus adherentes iba en aumento». 12

La iglesia solidaria

La iglesia cristiana primitiva no solo creció porque los cristianos predicaban el evangelio, sino porque vivían conforme al mensaje del evangelio. Su amor desinteresado y su compromiso de satisfacer las necesidades humanas, combinados con el hecho de compartir las buenas nuevas del evangelio, repercutieron enormemente en el mundo. Se cuidaban unos a otros, se apoyaban mutuamente e intentaban satisfacer las necesidades de los demás. Hechos 2: 44 registra que «todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas».

En el gran conflicto, el diablo quiere desfigurar la imagen de Dios en la humanidad. El propósito del evangelio es restaurar la imagen de Dios en nosotros. Esta restauración incluye la sanación física, mental, emocional y espiritual. En Juan 10: 10, Jesús revela su plan para cada uno de nosotros: «El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia». Él anhela que estemos físicamente sanos, mentalmente despiertos, emocionalmente estables y espiritualmente íntegros. Esto es particularmente válido a la luz de su pronto regreso.

Este mundo atraviesa una grave crisis. Las predicciones de Jesús en Mateo 24 y Lucas 21 predicen una situación catastrófica en la Tierra justo antes de su regreso. Cuando Cristo nos toca con su gracia sanadora, sentimos la necesidad de alcanzar a los demás con el toque de Cristo para que también ellos puedan ser sanados.

El cristianismo del Nuevo Testamento se caracteriza por el amor a todo el mundo. El Salvador afirma: «De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Juan 13: 35, NVI). La iglesia cristiana primitiva reflejaba el amor de Cristo a los que la rodeaban durante los primeros siglos de su existencia. Tertuliano, uno de los primeros padres de la iglesia, afirmó lo siguiente sobre el cristianismo: «Son fundamentalmente las obras de un amor tan noble las que llevan a muchos a etiquetarnos. “Mira —dicen—, cómo se aman unos a otros”». 13

El poder del amor era irresistible. El ejemplo de estos auténticos cristianos demostró que el amor es más fuerte que el odio, la abnegación es más fuerte que el egoísmo y que dar es una motivación mayor que la codicia.

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