Como cristianos, debemos reconocer nuestra condición pecaminosa antes de ver una necesidad de cambio. Ese cambio solo puede producirse verdaderamente cuando Cristo obra en nosotros. Y una expresión de ello se da en el ámbito de la mayordomía. Aunque esta abarca muchos aspectos diferentes de la vida del cristiano, ahora la definiremos en términos generales como la administración de posesiones tangibles e intangibles para la gloria de Dios.
Como enseña la Biblia, la mayordomía, entre otras cosas, se convierte en una herramienta poderosa contra los peligros del materialismo o de la mundanalidad en general, una de las grandes trampas espirituales que el enemigo nos impone. Muchos no se dan cuenta de que la riqueza y las posesiones son condimentos baratos y artificiales que, con el tiempo, pierden su sabor. Lamentablemente, muchas almas se perderán por su incapacidad de liberarse de su amor al mundo. Todos los caminos del mundo (“los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” [1 Juan 2:16]) pueden atenuarse, e incluso evitarse, mediante los principios de mayordomía que ponemos en práctica en nuestra vida.
Por eso, este trimestre consideraremos la mayordomía y lo que nos puede enseñar acerca de cómo vivir según la voluntad de Dios, lo que incluye librarnos del amor al mundo en todas sus manifestaciones. La mayordomía es la expresión práctica y diaria de lo que significa seguir a Jesús; es una expresión de nuestro amor por Dios, una manera de vivir a la altura de la verdad que hemos recibido en Cristo. Somos mayordomos porque Dios nos amó primero.
Por lo tanto, vivir como mayordomos afecta nuestra actitud, nuestra conversión, nuestro compromiso, nuestra autodisciplina y mucho más. Como siervos de Dios, debemos ser fieles y dignos de confianza, vivir desinteresadamente, y conectarnos con Jesús en todo lo que decimos y hacemos. Descubrimos en la escuela de Cristo que el resultado de la mayordomía es la satisfacción de llevar una vida justa. Debemos aprender a administrar las posesione...
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