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EL DIABLO Y LA MUJER

EL DIABLO Y LA MUJER

(Apocalipsis 12)
CONTENIDO
La mujer
El diablo
Guerras Cósmicas
     Guerras en el cielo
     Guerra en la tierra
     Guerras en el desierto
     Las guerras del fin
 
La mujer
Es desde este trasfondo de esperanza y de Juicio que debemos comprender la visión de nuestro pasaje. Los mismos cielos que se descorren para permitirnos ver el Arca del Pacto ahora develan a una mujer hermosa vestida con el sol, calzada con los rayos de la luna y coronada de doce estrellas.

La visión entreteje una cantidad muy conocida de símbolos bíblicos. En la Biblia, la imagen de la mujer tiene doble interpretación. Por un lado, representa a la esposa o la amada de Dios y, por extensión, al pueblo de Israel, que él ama. Cantares y los profetas lsaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Amós, etc., todos dan testimonio de la relación amorosa entre Israel y su Dios.

Por otro lado, la mujer representa a la madre, la promesa de la vida. Por eso, Adán le da el nombre de "madre de todos los vivientes" a Eva (Gén. 3:20). Para el primer hombre, la mujer representa la garantía de la supervivencia. La semilla de la humanidad debe pasar por la mujer a fin de que se produzca la vida. Para el autor del Génesis, la mujer lleva la semilla que salvará la tierra (Gén. 3: 15).
De hecho, ambos aspectos de la imagen de la mujer están relacionados, puesto que a través de la relación conyugal la esposa se convierte en madre.

En nuestro pasaje, la visión de la mujer nos recuerda el sueño de José (Gén. 37:9-11). El sol, la luna y las estrellas representaban la familia de lsrael:Jacob, Raquel y los doce hijos. Enmarcada con su luz, la mujer representa, en principio, a Israel, el pueblo de Dios. Por otra parte, ahora experimenta los primeros dolores de parto. En las tradiciones bíblica y judía, el alumbramiento simboliza la esperanza mesiánica. La impaciencia por el recién nacido lucha con la angustia de la incertidumbre y con la agonía fisica que desgarra la carne. No existe nada más que la promesa. Solo la fe puede imaginarse la semilla de la vida que engendra la promesa. Todo esto está implícito en la imagen de la mujer sufriente.

El diablo

Henchido con la esperanza de la repentina aparición de Dios en la historia, el profeta también presencia al enemigo de esa esperanza: el dragón. U na vez más, la visión recurre al simbolismo del Antiguo Testamento. Desde las primeras páginas del Génesis, la serpiente personifica al mal (Gén. 3). Es la que seduce al primer hombre y a la primera mujer a la desobediencia y la muerte. Los profetas, posteriormente, emplean la imagen de la serpiente para ilustrar el orgulloso y malvado imperio de Egipto. El libro de la Sabiduría, que data del siglo 1 de nuestra era, también ve a la serpiente del jardín del Edén como el diablo en persona. De igual manera, la exégesis rabínica ha interpretado a esta serpiente "mítica" como la representante de Satanás mismo. Entre muchos otros, lbn Ezra, el famoso comentador judío del siglo XI, y posteriormente el comentador italiano Sforno, de origen judío, dan fe de esa tradición. Nuestro pasaje sigue estos pensamientos. Algunos versículos más adelante, el Apocalipsis explícitamente identifica al dragón con la "serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás" (Apoc. 12:9).
 
Con demasiada frecuencia, la gente ha relegado al diablo a los mitos antiguos y los cuentos, hasta que gradualmente desapareció de la conciencia religiosa. El poeta francés Baudelaire habló irónicamente de este escepticismo: Su majestad el diablo le dijo a Baudelaire que una sola vez había temido por su poder, el día en que escuchó decir a un predicador, un poco más sutilmente que los demás: "Mis queridos hermanos, nunca se olviden, al escuchar acerca del progreso de este siglo iluminado, que la trampa más peligrosa del diablo es embaucarlos para que crean en su inexistencia".

El agudo ojo del profeta penetra la realidad y expone la maldad del que "engaña al mundo entero" (Apoc. 12:9). No es fácil detectar al diablo. Su apariencia no es precisamente la de la figura mítica con cuernos y cola. De hecho, Satanás es un maestro del disfraz. Las acciones más altruistas, las aspiraciones más nobles y las causas más sagradas pueden camuflar sus estratagemas. El diablo es el que viste al mal de bondad. En efecto, así es como aparece en la historia de la Caída. Allí, la serpiente presenta la desobediencia a Dios como una virtud (Gén. 3:5). Para el Apocalipsis, el diablo existe como una realidad histórica y objetiva.

El libro también describe a Satanás como una extraordinaria bestia de diez cuernos, que nos recuerda a la cuarta bestia de Daniel. El número de cabezas (siete) es sagrado y señala al carácter sobrenatural
del dragón-serpiente. Su color escarlata se suma a su aura de crueldad y violencia.

La vulnerabilidad de la mujer que da a luz contrasta con la dura amenaza de la bestia de diez cuernos. Desde este momento en adelante, el dragón-serpiente se dedica a oprimir a la mujer.

Guerras cósmicas

Guerras en el cielo

El conflicto comienza en el cielo. El problema del mal no es solo humano. Es un dilema cósmico. Los profetas Isaías y Ezequiel dan testimonio de este mismo hecho. En sus oráculos sobre Tiro y Babilonia, hacen alusión a la antigua guerra en el cielo y relatan la misma tragedia de la caída del ángel usurpador: "Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste;
en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. [ ... ] Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra [ .. .]. Te puse en ceniza sobre la tierra" (Eze. 28: 14-18; comparar con Isa. 14:13-15).

Según Apocalipsis 12, esta guerra estalló repentinamente. El Apocalipsis no puede dar ninguna causa o razón de su aparición. Podemos comparar la sencilla declaración de Ezequiel sobre la situación: "Se halló en ti maldad" (Eze. 28:15). La venida del mal es irracional. El absurdo que rige nuestra existencia es debido a su invasión por parte de Satanás y de sus demonios. Dios tuvo que expulsarlos
del cielo, al abismo y las tinieblas anteriores a la creación de la tierra.

La elección divina precisamente de este lugar, sitiado por el diablo, para la creación de la tierra y de la humanidad puede parecer espeluznante. Pero, de hecho, contiene una lección con consecuencias de largo alcance. Paradójicamente, la salvación de Dios se revela en el mismo lugar que lo rechazó a él: el mundo creado a partir de las tinieblas y el abismo.

Guerras en la tierra

Ni bien llega a la tierra, el diablo ataca a la mujer. Ella es su primera víctima (Gén. 3:1 y sig.), y es a ella que él persigue implacablemente, porque ella lleva la semilla de la salvación. Vemos esta verdad registrada en ·las primeras páginas de la Biblia. Después de la muerte de su hijo Abel, Eva recibe a Set en su lugar, una semilla "puesta" por Dios para comenzar la genealogía del Salvador de la tierra. El nombre Set, que significa "Dios ha puesto", o "Dios ha otorgado" (Gén. 4:25), sugiere su intervención en la historia. En el nombre de Set (en hebreo, Shet), resuena el verbo presentado en la primera profecía de la Biblia: "Y pondré [en hebreo, shet] enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya" (Gén. 3:15).

Los temas comunes de la mujer, la serpiente, el alumbramiento y el conflicto, en Apocalipsis 12, nos remiten a esta profecía anterior. A pesar de los problemas anticipados por nuestro pasaje, perdura la esperanza. Los dos textos predicen la victoria de la simiente de la mujer sobre la serpiente.

Aparte de la alusión a Eva como "madre de todos los vivientes", podemos también aplicar la profecía a Israel, la mujer del pacto, que ha de dar a luz a "un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones" (Apoc. 12:5). Detrás de estas palabras, escuchamos el Salmo 2:9, que proclama la venida del Hijo de Dios (Sal. 2:7), Rey de la tierra. Según nuestro pasaje, el nacimiento conduce al Reino de Dios. El Hijo es llevado al Trono. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono" (Apoc. 12:5). Algunos versículos más adelante, el profeta del Apocalipsis explica el mecanismo de esta victoria: "Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte" (Apoc. 12:10, 11 ).

La muerte de la serpiente hace necesario el sacrificio del niño. Nuestro pasaje habla de la "sangre del Cordero" (Apoc. 12:11 ). Génesis 3:15 señala el mismo proceso. La muerte de la serpiente, el aplastamiento de su cabeza, resulta en la muerte de la simiente de la mujer.6 La imagen de la profecía sugiere que las muertes de la serpiente y del Mesías son simultáneas. Mientras le pisa la cabeza, es picado en el talón. En hebreo, se desc,ribe el aplastamiento de la cabeza y la picadura del talón con el mismo verbo: shuj La victoria del Mesías y su entronización han de estar precedidas por su muerte. El sacrificio de su vida anula las acusaciones del seductor. Dios es capaz de perdonar y el Reino se preserva, aunque es un reino que todavía no pertenece a este mundo. El gozo pleno aún es un privilegio celestial (Apoc. 12:12). En la tierra, todavía gobierna el mal.

Guerras en el desierto

La encarnación de Yeshua, su muerte y resurrección, y su triunfo sobre el mal, en realidad, no han cambiado la faz de la tierra. La serpiente todavía anda por ahí. La muerte, el sufrimiento y el mal todavía azotan a los seres humanos. El pueblo de Dios sigue esperancio que él establezca su Reino en la tierra.

De hecho, el Apocalipsis los compara con el Israel del Éxodo. Al igual que los antiguos israelitas, la iglesia se encuentra exiliada en el desierto y es alimentada por la mano de Dios (12:6, 14). Las alas del águila (Apoc. 12: 14; comparar con Éxo. 19:4) y la tierra que devora al enemigo (Apoc. 12:16; comparar con Éxo. 15:12) se refieren al evento del Éxodo, cuando los israelitas aún huían de Egipto y eran rastreados por el ejército egipcio.

Así como Dios liberó al pueblo de Israel del yugo egipcio y ellos se abrieron paso hacia la Tierra Prometida, él salva a su pueblo de la esclavitud del pecado y ellos viajan hacia la NuevaJerusalén. El
exilio es dificil. El pueblo de Dios tendrá que soportar por 1.260 días (Apoc. 12:6).

El Apocalipsis menciona este período varias veces, como si enfatizara su historicidad. A veces el libro lo presenta en días. Apocalipsis 11:3 y 12:6 hablan de "1.260 días". Otras veces utiliza meses: Apocalipsis 11:2 y 13:5 mencionan "cuarenta y dos meses" (42 x 30 = 1.260 días). O puede describir el período en términos de años. Apocalipsis 12:14 (y Dan. 7:25; 12:7) se refiere a "un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo" (360 + [360 x 2] + [360 -7- 2] = 1.260).7 Y, de hecho, entre 538 d.C., la fecha oficial de la liberación de la iglesia por parte del gobierno ario, hasta 1798, cuando la
Revolución Francesa y sus filósofos hicieron peligrar la soberanía de la iglesia, hallamos un período de 1.260 años. La profecía no podría haber sido más precisa.

Las guerras del fin

Según el Apocalipsis, los 1.260 días/años conducen al tiempo del fin, al explicar la impaciencia y la irritación de la serpiente (Apoc. 12: 1 7), que siente que su gobierno está llegando a su fin. En estos últimos días, la serpiente concentrará todas sus energías en contra de la simiente de la mujer, y nos arroja una vez más al contexto de Génesis 3:15. Ha llegado el momento de eliminar a la mujer para siempre.

Pero ella tiene una particular capacidad de recuperación. El Apocalipsis describe al pueblo de Dios como "los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apoc. 12: 17). El remanente se caracteriza por su obediencia y su fidelidad: ellos "obedecen" [NVI]. No han perdido lo que Dios les ha confiado.

Además, son los últimos testigos de una verdad que abarca a todos los opuestos, trasciende todas las facciones. Es una verdad que aprecia la Torá de los judíos junto con el Yeshua de los cristianos, que reúne la gracia y la Ley, el amor y la justicia, la Creación y el Juicio, y el Nuevo y el Antiguo Testamentos. Esta verdad combina los "mandamientos de Dios" con el "testimonio de Jesucristo", el
Mesías (Apoc. 12: 1 7).

Este es el perfil del último remanente (Apoc. 14: 12). Contra ellos, el dragón centrará toda su maldad. La bestia subía "del mar" (Apoc. 13:1, NVI), mostrando así su doble influencia en el mar y en la tierra.

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Referencias
1 lsa.l3:8;0se.l3:13.
2 Isa. 51:9; comparar con Eze. 29:3; 32:2.
3 Sabiduría de Salomón 2:24.
4 Ver Miqraoth Gdoloth en Gén. 3: l.
5 Charles Baudelaire, Le spleen de Paris, ouvres completes, Biblioteque de la Pléiade
(París: 1961), p. 276.
6 La interpretación que ve en la simiente de la mujer la imagen de un Mesías personal
es antigua y ya atestiguada en el siglo II a.C. en la Septuaginta, que traduce la
palabra "simiente" (semilla) con el pronombre personal (autos) en el masculino singular,
en lugar de (auto) en la forma neutra generalmente utilizada para "semilla". Esta
lectura mesiánica aparece en la tradición judía (ver Jacques B. Doukhan, Messianic
Riddle [forthcoming]) y la tradición cristiana [ver. Rom. 16:20; comparar con Heb.
2:14, y los padres de la iglesia, especialmente Ireneo]).
7 Ver Doukhan, Secretos de Daniel, pp. 1 08-111.

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