Jueves 7 de marzo:
El mensaje del tercer ángel
El tercer ángel vuela por en medio del cielo anunciando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Representa la obra que debe hacerse
en estos últimos días. El mensaje no pierde nada de su poder al progresar en su vuelo. Juan ve que la obra crece en potencia hasta que toda la
tierra se llena con la gloria de Dios. El mensaje: “Temed a Dios, y dadle
honra; porque la hora de su juicio es venida”, debe ser dado en alta voz.
Con celo y energías más intensos, los seres humanos deben impulsar la
obra del Señor. Los hombres, las mujeres y los niños deben prepararse
para dar el mensaje en el hogar, en la escuela y en la iglesia (Hijos e
hijas de Dios, p. 207).
La más temible amenaza jamás dirigida a los mortales está contenida en el mensaje del tercer ángel. Debe ser un pecado terrible el que
acarrea la ira de Dios sin mezcla de misericordia. No se debe dejar en
tinieblas a los hombres con respecto a este importante asunto; la amonestación contra tal pecado debe darse al mundo antes de la caída de
los juicios de Dios, para que todos sepan por qué se los inflige y tengan
la oportunidad de escapar de ellos.
En el transcurso de esa gran controversia se desarrollan dos clases
de personas distintas y opuestas. Una “adora a la bestia y a su imagen,
y recibe la marca”, y por lo tanto acarrea sobre sí misma los terribles
juicios anunciados por el tercer ángel. La otra, en marcado contraste
con el mundo, guarda “los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.
Apocalipsis 14:9, 12 (La historia de la redención, p. 402).
Mientras la tierra estaba envuelta en el fuego de la destrucción, los
justos vivían seguros en la ciudad santa. La segunda muerte no tiene
poder sobre los que tuvieron parte en la primera resurrección. Mientras
Dios es para los impíos un fuego devorador, es para su pueblo un sol y
un escudo. Apocalipsis 20:6; Salmos 84:11.
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra han pasado”. Apocalipsis 21:1 (VM). El fuego que consume a los impíos purifica la tierra. Desaparece todo rastro de la maldición. Ningún infierno que arda eternamente recordará a los redimidos
las terribles consecuencias del pecado.
Solo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las señales de su crucifixión. En su cabeza herida, en su costado, en sus manos
y en sus pies se ven las únicas huellas de la obra cruel efectuada por el
pecado. El profeta, al contemplar a Cristo en su gloria, dice: “Su resplandor es como el fuego, y salen de su mano rayos de luz; y allí mismo
está el escondedero de su poder”. Habacuc 3:4 (VM) (El conflicto de
los siglos, p. 653).
Viernes 8 de marzo: Para estudiar y meditar
El conflicto de los siglos, “El mensaje final de Dios”, pp. 589-597.
Primeros escritos, “El movimiento adventista ilustrado”, pp. 240-
244.
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