Martes 5 de marzo del 2019
EL MENSAJE DEL PRIMER ANGEL: SEGUNDA PARTE
VI QUE Dios estaba en la proclamación del tiempo en 1843. Era su propósito despertar a la gente y colocarla en un punto de prueba donde se decidiese en pro o en contra de la verdad. Algunos ministros se convencieron de la exactitud de los computados períodos proféticos, y dando de mano a su orgullo y renunciando a sus emolumentos y sus parroquias, fueron de lugar en lugar dando el mensaje. Pero como el mensaje del cielo no podía encontrar sitio mas que en el corazón de unos cuantos de los que se llamaban ministros de Cristo, la obra fue confiada a muchos seglares. Unos dejaron sus campos y otros sus tiendas y almacenes para proclamar el mensaje; y aun no faltaron profesionales de carrera liberal que abandonaron el ejercicio de su profesión para sumarse a la obra impopular de difundir el mensaje del primer ángel.
Hubo ministros que desechando sus sectarias opiniones y sentimientos se unieron para proclamar la venida de Jesús. Doquiera se publicaba el mensaje, conmovíase el ánimo de la gente. Los pecadores se arrepentían, lloraban e impetraban perdón; y quienes habían cometido algún hurto o desfalco, anhelaban restituir la substracción. Los padres sentían profundísima solicitud por sus hijos. Los que recibían el mensaje exhortaban a los parientes y amigos todavía no convertidos, y con el alma doblegada bajo el peso del solemne mensaje, los amonestaban e invitaban a prepararse para la venida del Hijo del hombre. Eran personas de corazón muy empedernido las que no quisieron ceder a las poderosas pruebas dadas por las cariñosas advertencias. Esta obra purificadora de almas apartaba los afectos de las cosas mundanas y los conducía a una consagración no sentida hasta entonces.
Millares de personas abrazaban la verdad predicada por Guillermo Miller, y muchos siervos de Dios se levantaban con el espíritu y el poder de Elías a proclamar el mensaje. Como Juan, el precursor de Jesús, los que predicaban este solemne mensaje, se veían movidos a poner la segur a la raíz de los árboles, y exhortar a los hombres a que diesen frutos de arrepentimiento. Propendía su testimonio a influir poderosamente en las iglesias y manifestar su verdadero carácter. Al resonar la solemne amonestación de que huyesen de la ira venidera, muchos miembros de las iglesias recibieron el salutífero mensaje, y echando de ver sus apostasías lloraron amargas lágrimas de arrepentimiento y con profunda angustia de ánimo se humillaron ante Dios. Cuando el Espíritu de Dios se posó sobre ellos, ayudaron a pregonar el grito: "Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida." "Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida." Apoc. 14: 7. (Nota: Apoc. 14: 7.*)
La predicación de una fecha definida para el advenimiento, levantó violenta oposición en todas partes, desde el clérigo en el púlpito hasta el más descuidado y empedernido pecador. El clérigo hipócrita y el descarado burlón decían:"Del día y hora, nadie sabe." Ni los unos ni los otros querían ser enseñados y corregidos por quienes señalaban el año en que creían terminarían los períodos proféticos y llamaban la atención a las señales que indicaban que Cristo estaba cerca, a las puertas. Muchos pastores del rebaño que aseguraban amar a Jesús, decían que no eran contrarios a la predicación de la venida de Cristo, sino al señalamiento de la fecha fija de su venida. Pero el omnividente ojo de Dios leía en sus corazones. No deseaban que Jesús estuviese cerca. Comprendían que su profana conducta no podría resistir la prueba, porque no andaban por el humilde sendero que trazara Cristo.
Los falsos pastores se interpusieron en el camino de la obra de Dios. El convincente poder de la palabra predicada despertó a la gente, que como el carcelero empezó a preguntar: "¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?" Pero los malos pastores se interpusieron entre la verdad y la gente, predicando cosas halagadoras para apartarla de la verdad. Se unieron con Satanás y sus ángeles exclamando: "Paz, paz," cuando no había paz. Quienes amaban sus comodidades, y estaban contentos lejos de Dios, no quisieron moverse de su carnal seguridad. Vi que los ángeles lo anotaban todo. Las vestiduras de aquellos profanos pastores estaban teñidas con la sangre de las almas. Los ministros que no querían aceptar este mensaje salvador, estorbaron a quienes lo hubieran recibido. La sangre de las almas está sobre ellos. Los predicadores y la gente se coligaron en oposición a este mensaje del cielo, para perseguir a Guillermo Miller y a quienes con él se unían en la obra. Se hicieron circular calumnias para perjudicar su influencia, y diferentes veces, después de declarar Miller el consejo de Dios e infundir contundentes verdades en el corazón del auditorio, se encendía violenta cólera contra él, y al salir del lugar de la reunión le acechaban algunos para quitarle la vida. Pero Dios envió ángeles para protegerle, y le salvaron de manos de las enfurecidas turbas. Su obra no estaba aún terminada.
Los más devotos recibían alegremente el mensaje. Conocían que dimanaba de Dios, y que había sido dado en tiempo oportuno. Los ángeles contemplaban con profundísimo interés el resultado del mensaje celeste, y cuando las iglesias lo rechazaban, consultaban ellos tristemente con Jesús, quien apartaba su rostro de las iglesias, ordenando a sus ángeles que velasen fielmente sobre las preciosas almas que no rechazaban el testimonio, porque aun había de iluminarlas otra luz.
Vi que si los que se llamaban cristianos hubiesen amado la aparición de su Salvador y hubiesen puesto en él sus afectos, convencidas de que nada en la tierra podía compararse a él, habrían escuchado gozosos la primera intimación de su advenimiento. Pero el desagrado que manifestaban al oír hablar de la venida de su Señor, era concluyente prueba de que no le amaban. Satanás y sus ángeles triunfaban echando en cara a Cristo y sus ángeles que su pueblo escogido tenía tan poco amor a Jesús que no deseaba su segundo advenimiento.
Vi a los hijos de Dios que esperaban gozosamente a su Señor. Pero Dios resolvió ponerlos a prueba. Su mano encubrió un error en el cómputo de los períodos proféticos. Quienes esperaban a su Señor no advirtieron la equivocación ni tampoco la echaron de ver los hombres más eruditos que se oponían a la determinación de la fecha. Dios quiso que su pueblo tropezase con un desengaño. Pasó la fecha señalada, y quienes esperaban con gozosa expectación a su Salvador quedaron tristes y descorazonados, mientras que quienes habían aceptado el mensaje por miedo, sin desear la aparición de Jesús, se alegraron de que no viniese cuando se le esperaba. Su profesión de fe no había afectado su corazón ni purificado su conducta. El paso de la fecha estaba bien calculado para dar a conocer el ánimo de estos tales, quienes fueron los primeros en oponerse a ridiculizar a los entristecidos y descorazonados fieles que verdaderamente deseaban la aparición 204 de su Salvador. Vi la sabiduría de Dios al probar a su pueblo y proporcionar el medio de descubrir quiénes se retirarían y volverían atrás en la hora de la prueba. (Nota: *El error mencionado aquí consistía en que 2.300 años completos, desde el punto de arranque del gran periodo de Dan. 8: 14, es decir, el otoño de 457 ant. de J. C., llegaban hasta el otoño de 1844 en vez de 1843 como proclamaron primero los heraldos del mensaje.)
Jesús y la hueste celestial miraban con simpatía y amor a quienes con dulce expectación habían anhelado ver a Quien amaban. Los ángeles se cernían sobre ellos y los sostenían en la hora de su prueba. Los que habían rechazado el mensaje permanecieron en tinieblas; y la cólera de Dios se encendió contra ellos por no haber recibido la luz que les había enviado desde el cielo.
Pero los desalentados fieles que no podían comprender porqué no había venido su Señor, no quedaron en tinieblas. Nuevamente se les indujo a escudriñar en la Biblia los períodos proféticos. La mano del Señor se apartó de las cifras, y echaron de ver el error. Vieron ellos que los períodos proféticos alcanzaban hasta 1844, y que la misma prueba que habían aducido para demostrar que los períodos proféticos terminaban en 1843, demostraba que terminarían en 1844.
La luz de la palabra de Dios iluminó su situación y descubrieron que había un periodo de tardanza. "Aunque la visión tardará aún por tiempo, mas al fin hablará, y no mentirá: aunque se tardare, espéralo, que sin duda vendrá; no tardará."Aunque la visión tardará aún por tiempo, mas al fin hablará, y no mentirá: aunque se tardare, espéralo, que sin duda vendrá; no tardará."Heb. 2: 3. En su amor a la inmediata venida de Cristo habían olvidado la demora de la visión, calculada para comprobar quiénes eran los que verdaderamente esperaban al Salvador. De nuevo señalaron una fecha. Sin embargo, yo vi que muchos de ellos no podían sobreponerse a su desaliento ni llegar al grado de celo y energía que caracterizara su fe en 1843. (Nota: *Heb. 2: 3.*)
Satanás y sus ángeles triunfaron de ellos, y los que no habían querido recibir el mensaje se congratulaban de su perspicacia y prudencia en no ceder a la ilusión, como la llamaban. No echaban de ver que estaban rechazando el consejo de Dios contra sí mismos y obrando en unión de Satanás y sus ángeles para poner en perplejidad al pueblo de Dios que vivía de acuerdo con el mensaje celeste.
Los creyentes en este mensaje fueron oprimidos en las iglesias. Durante algún tiempo los que no querían recibir el mensaje se abstuvieron por miedo de obrar según sentían; pero al transcurrir la fecha revelaron sus verdaderos sentimientos. Deseaban acallar el testimonio, que los que esperaban se veían compelidos a dar, de que los períodos proféticos se extendían hasta 1844. Con claridad explicaron su error los creyentes y expusieron las razones por las cuales esperaban a su Señor en 1844. Sus adversarios no podían aducir argumentos contra las poderosas razones expuestas. Sin embargo, se encendió la cólera de las iglesias y resolvieron negarse a la evidencia y no permitir el testimonio en las iglesias a fin de que los demás no pudieran oírlo. Quienes no se avinieron a privar a los demás de la luz que Dios les había dado fueron expulsados de las iglesias; pero Jesús estaba con ellos y se regocijaron a la luz de su faz. Estaban dispuestos a recibir el mensaje del segundo ángel.
Hubo ministros que desechando sus sectarias opiniones y sentimientos se unieron para proclamar la venida de Jesús. Doquiera se publicaba el mensaje, conmovíase el ánimo de la gente. Los pecadores se arrepentían, lloraban e impetraban perdón; y quienes habían cometido algún hurto o desfalco, anhelaban restituir la substracción. Los padres sentían profundísima solicitud por sus hijos. Los que recibían el mensaje exhortaban a los parientes y amigos todavía no convertidos, y con el alma doblegada bajo el peso del solemne mensaje, los amonestaban e invitaban a prepararse para la venida del Hijo del hombre. Eran personas de corazón muy empedernido las que no quisieron ceder a las poderosas pruebas dadas por las cariñosas advertencias. Esta obra purificadora de almas apartaba los afectos de las cosas mundanas y los conducía a una consagración no sentida hasta entonces.
Millares de personas abrazaban la verdad predicada por Guillermo Miller, y muchos siervos de Dios se levantaban con el espíritu y el poder de Elías a proclamar el mensaje. Como Juan, el precursor de Jesús, los que predicaban este solemne mensaje, se veían movidos a poner la segur a la raíz de los árboles, y exhortar a los hombres a que diesen frutos de arrepentimiento. Propendía su testimonio a influir poderosamente en las iglesias y manifestar su verdadero carácter. Al resonar la solemne amonestación de que huyesen de la ira venidera, muchos miembros de las iglesias recibieron el salutífero mensaje, y echando de ver sus apostasías lloraron amargas lágrimas de arrepentimiento y con profunda angustia de ánimo se humillaron ante Dios. Cuando el Espíritu de Dios se posó sobre ellos, ayudaron a pregonar el grito: "Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida." "Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida." Apoc. 14: 7. (Nota: Apoc. 14: 7.*)
La predicación de una fecha definida para el advenimiento, levantó violenta oposición en todas partes, desde el clérigo en el púlpito hasta el más descuidado y empedernido pecador. El clérigo hipócrita y el descarado burlón decían:"Del día y hora, nadie sabe." Ni los unos ni los otros querían ser enseñados y corregidos por quienes señalaban el año en que creían terminarían los períodos proféticos y llamaban la atención a las señales que indicaban que Cristo estaba cerca, a las puertas. Muchos pastores del rebaño que aseguraban amar a Jesús, decían que no eran contrarios a la predicación de la venida de Cristo, sino al señalamiento de la fecha fija de su venida. Pero el omnividente ojo de Dios leía en sus corazones. No deseaban que Jesús estuviese cerca. Comprendían que su profana conducta no podría resistir la prueba, porque no andaban por el humilde sendero que trazara Cristo.
Los falsos pastores se interpusieron en el camino de la obra de Dios. El convincente poder de la palabra predicada despertó a la gente, que como el carcelero empezó a preguntar: "¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?" Pero los malos pastores se interpusieron entre la verdad y la gente, predicando cosas halagadoras para apartarla de la verdad. Se unieron con Satanás y sus ángeles exclamando: "Paz, paz," cuando no había paz. Quienes amaban sus comodidades, y estaban contentos lejos de Dios, no quisieron moverse de su carnal seguridad. Vi que los ángeles lo anotaban todo. Las vestiduras de aquellos profanos pastores estaban teñidas con la sangre de las almas. Los ministros que no querían aceptar este mensaje salvador, estorbaron a quienes lo hubieran recibido. La sangre de las almas está sobre ellos. Los predicadores y la gente se coligaron en oposición a este mensaje del cielo, para perseguir a Guillermo Miller y a quienes con él se unían en la obra. Se hicieron circular calumnias para perjudicar su influencia, y diferentes veces, después de declarar Miller el consejo de Dios e infundir contundentes verdades en el corazón del auditorio, se encendía violenta cólera contra él, y al salir del lugar de la reunión le acechaban algunos para quitarle la vida. Pero Dios envió ángeles para protegerle, y le salvaron de manos de las enfurecidas turbas. Su obra no estaba aún terminada.
Los más devotos recibían alegremente el mensaje. Conocían que dimanaba de Dios, y que había sido dado en tiempo oportuno. Los ángeles contemplaban con profundísimo interés el resultado del mensaje celeste, y cuando las iglesias lo rechazaban, consultaban ellos tristemente con Jesús, quien apartaba su rostro de las iglesias, ordenando a sus ángeles que velasen fielmente sobre las preciosas almas que no rechazaban el testimonio, porque aun había de iluminarlas otra luz.
Vi que si los que se llamaban cristianos hubiesen amado la aparición de su Salvador y hubiesen puesto en él sus afectos, convencidas de que nada en la tierra podía compararse a él, habrían escuchado gozosos la primera intimación de su advenimiento. Pero el desagrado que manifestaban al oír hablar de la venida de su Señor, era concluyente prueba de que no le amaban. Satanás y sus ángeles triunfaban echando en cara a Cristo y sus ángeles que su pueblo escogido tenía tan poco amor a Jesús que no deseaba su segundo advenimiento.
Vi a los hijos de Dios que esperaban gozosamente a su Señor. Pero Dios resolvió ponerlos a prueba. Su mano encubrió un error en el cómputo de los períodos proféticos. Quienes esperaban a su Señor no advirtieron la equivocación ni tampoco la echaron de ver los hombres más eruditos que se oponían a la determinación de la fecha. Dios quiso que su pueblo tropezase con un desengaño. Pasó la fecha señalada, y quienes esperaban con gozosa expectación a su Salvador quedaron tristes y descorazonados, mientras que quienes habían aceptado el mensaje por miedo, sin desear la aparición de Jesús, se alegraron de que no viniese cuando se le esperaba. Su profesión de fe no había afectado su corazón ni purificado su conducta. El paso de la fecha estaba bien calculado para dar a conocer el ánimo de estos tales, quienes fueron los primeros en oponerse a ridiculizar a los entristecidos y descorazonados fieles que verdaderamente deseaban la aparición 204 de su Salvador. Vi la sabiduría de Dios al probar a su pueblo y proporcionar el medio de descubrir quiénes se retirarían y volverían atrás en la hora de la prueba. (Nota: *El error mencionado aquí consistía en que 2.300 años completos, desde el punto de arranque del gran periodo de Dan. 8: 14, es decir, el otoño de 457 ant. de J. C., llegaban hasta el otoño de 1844 en vez de 1843 como proclamaron primero los heraldos del mensaje.)
Jesús y la hueste celestial miraban con simpatía y amor a quienes con dulce expectación habían anhelado ver a Quien amaban. Los ángeles se cernían sobre ellos y los sostenían en la hora de su prueba. Los que habían rechazado el mensaje permanecieron en tinieblas; y la cólera de Dios se encendió contra ellos por no haber recibido la luz que les había enviado desde el cielo.
Pero los desalentados fieles que no podían comprender porqué no había venido su Señor, no quedaron en tinieblas. Nuevamente se les indujo a escudriñar en la Biblia los períodos proféticos. La mano del Señor se apartó de las cifras, y echaron de ver el error. Vieron ellos que los períodos proféticos alcanzaban hasta 1844, y que la misma prueba que habían aducido para demostrar que los períodos proféticos terminaban en 1843, demostraba que terminarían en 1844.
La luz de la palabra de Dios iluminó su situación y descubrieron que había un periodo de tardanza. "Aunque la visión tardará aún por tiempo, mas al fin hablará, y no mentirá: aunque se tardare, espéralo, que sin duda vendrá; no tardará."Aunque la visión tardará aún por tiempo, mas al fin hablará, y no mentirá: aunque se tardare, espéralo, que sin duda vendrá; no tardará."Heb. 2: 3. En su amor a la inmediata venida de Cristo habían olvidado la demora de la visión, calculada para comprobar quiénes eran los que verdaderamente esperaban al Salvador. De nuevo señalaron una fecha. Sin embargo, yo vi que muchos de ellos no podían sobreponerse a su desaliento ni llegar al grado de celo y energía que caracterizara su fe en 1843. (Nota: *Heb. 2: 3.*)
Satanás y sus ángeles triunfaron de ellos, y los que no habían querido recibir el mensaje se congratulaban de su perspicacia y prudencia en no ceder a la ilusión, como la llamaban. No echaban de ver que estaban rechazando el consejo de Dios contra sí mismos y obrando en unión de Satanás y sus ángeles para poner en perplejidad al pueblo de Dios que vivía de acuerdo con el mensaje celeste.
Los creyentes en este mensaje fueron oprimidos en las iglesias. Durante algún tiempo los que no querían recibir el mensaje se abstuvieron por miedo de obrar según sentían; pero al transcurrir la fecha revelaron sus verdaderos sentimientos. Deseaban acallar el testimonio, que los que esperaban se veían compelidos a dar, de que los períodos proféticos se extendían hasta 1844. Con claridad explicaron su error los creyentes y expusieron las razones por las cuales esperaban a su Señor en 1844. Sus adversarios no podían aducir argumentos contra las poderosas razones expuestas. Sin embargo, se encendió la cólera de las iglesias y resolvieron negarse a la evidencia y no permitir el testimonio en las iglesias a fin de que los demás no pudieran oírlo. Quienes no se avinieron a privar a los demás de la luz que Dios les había dado fueron expulsados de las iglesias; pero Jesús estaba con ellos y se regocijaron a la luz de su faz. Estaban dispuestos a recibir el mensaje del segundo ángel.
(Mensajes Selectos tomo 2, p. 204-205)
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