Martes 12 de marzo:
El río Éufrates se seca
Nos aguarda una tremenda lucha. Nos estamos acercando a la batalla del gran día del Dios Todopoderoso. Lo que ha estado controlado
quedará suelto. El ángel de la misericordia está a punto de plegar sus
alas, ya listo para descender del trono y dejar el mundo a merced de
Satanás.
Los principados y las potestades de la tierra se han rebelado acerbamente contra el Dios del cielo. Se sienten embargados de odio contra
los que sirven a Dios, y pronto, muy pronto se librará la última y gran
batalla entre el bien y el mal. La tierra será el campo de batalla, o sea
el escenario de la última justa y la victoria final (Mi vida hoy, p. 317).
Estas plagas no serán universales, pues de lo contrario los habitantes
de la tierra serían enteramente destruidos. Sin embargo serán los azotes
más terribles que hayan sufrido jamás los hombres. Todos los juicios
que cayeron sobre los hombres antes del fin del tiempo de gracia fueron
mitigados con misericordia. La sangre propiciatoria de Cristo impidió
que el pecador recibiese el pleno castigo de su culpa; pero en el juicio
final la ira de Dios se derramará sin mezcla de misericordia...
El pueblo de Dios no quedará libre de padecimientos; pero aunque
perseguido y acongojado y aunque sufra privaciones y falta de alimento, no será abandonado para perecer. El Dios que cuidó de Elias no
abandonará a ninguno de sus abnegados hijos. El que cuenta los cabellos de sus cabezas, cuidará de ellos y los atenderá en tiempos de hambruna. Mientras los malvados estén muriéndose de hambre y pestilencia, los ángeles protegerán a los justos y suplirán sus necesidades. Escrito está del que “camina en justicia” que “se le dará pan y sus aguas
serán ciertas”. “Cuando los pobres y los menesterosos buscan agua y no la hay, y la lengua se les seca de sed, yo, Jehová, les escucharé; yo,
el Dios de Israel, no los abandonará”. Isaías 33:16; 41:17 (VM) (El
conflicto de los siglos, pp. 612, 613).
Sí, sus siervos pueden confiar solo en él, sin temor, mirando a Jesús,
esforzándose por obedecer sus requerimientos, abandonando todo lo
que podría unirlos al mundo, ya sea que éste se oponga a ellos o los
favorezca. Su éxito procede de Dios, y no fracasarán porque no disponen ni de la riqueza ni de la influencia de los impíos. Si fracasan se
deberá a que no obedecieron los mandamientos de Dios, y a que el Espíritu Santo no estaba con ellos...
Nuestra única seguridad consiste en mantenemos unidos al Señor
Jesucristo. Podemos permitimos perder la amistad de los mundanos.
Los que se unen con ellos para llevar a cabo sus propósitos impíos,
cometen un terrible error, porque se privan del favor y las bendiciones
de Dios (Cada día con Dios, p. 352).
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