Lección 11 / Sábado 9 de marzo
Las siete últimas plagas
El mundo pronto ha de ser abandonado por el ángel de la misericordia, y las últimas siete plagas han de ser derramadas. El pecado, la vergüenza, el dolor y las tinieblas abundan por doquiera, pero Dios sigue
concediendo a las almas de los hombres el precioso privilegio de cambiar las tinieblas por la luz, el error por la verdad, el pecado por la justicia. Sin embargo, la paciencia y la misericordia divinas no esperarán
para siempre. Nadie piense que puede esconderse de la ira de Dios detrás de una mentira, porque Dios dejará al alma sin esa escapatoria. Los
rayos de la ira de Dios pronto han de caer, y cuando él comience a
castigar a los transgresores, no habrá tregua hasta el fin. La tormenta
de la ira de Dios se está preparando, y quedarán en pie solo aquellos
que están santificados por la verdad en el amor de Dios. Ellos serán
escondidos con Cristo en Dios hasta que la desolación haya pasado. El
saldrá para castigar a los habitantes del mundo por su iniquidad (Testimonios para los ministros, p. 182).
En el día del juicio final, cada alma perdida comprenderá la naturaleza de su propio rechazamiento de la verdad. Se presentará la cruz y
toda mente que fue cegada por la transgresión verá su verdadero significado. Ante la visión del Calvario con su Víctima misteriosa, los pecadores quedarán condenados. Toda excusa mentirosa quedará anulada. La apostasía humana aparecerá en su odioso carácter. Los hombres
verán lo que fue su elección. Toda cuestión de verdad y error en la larga
controversia quedará entonces aclarada. A juicio del universo, Dios
quedará libre de toda culpa por la existencia o continuación del mal. Se
demostrará que los decretos divinos no son accesorios al pecado. No
había defecto en el gobierno de Dios, ni causa de desafecto (El Deseado
de todas las gentes, p. 40).
Cuando Cristo deje de interceder en el Santuario, se derramará sin
mezcla la ira de Dios de la que son amenazados los que adoran a la
bestia y a su imagen y reciben su marca. Apocalipsis 14:9, 10. Las plagas que cayeron sobre Egipto cuando Dios estaba por libertar a Israel
fueron de índole análoga a los juicios más terribles y extensos que caerán sobre el mundo inmediatamente antes de la liberación final del pueblo de Dios. En el Apocalipsis se lee lo siguiente con referencia a esas
mismas plagas tan temibles: “Vino una plaga mala y dañosa sobre los hombres que tenían la señal de la bestia, y sobre los que adoraban su
imagen”. El mar “se convirtió en sangre como de un muerto; y toda
alma viviente fue muerta en el mar”. También “los ríos; y... las fuentes
de las aguas... se convirtieron en sangre”. Por terribles que sean estos
castigos, la justicia de Dios está plenamente vindicada. El ángel de
Dios declara: “Justo eres tú, oh Señor... porque has juzgado estas cosas:
porque ellos derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen”. Apocalipsis
16:2-6. Al condenar a muerte al pueblo de Dios, los que lo hicieron son
tan culpables de su sangre como si la hubiesen derramado con sus propias manos (El conflicto de los siglos, p. 611).
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