Domingo 17 de marzo:
La Ramera Babilonia
Muchas de las iglesias protestantes están siguiendo el ejemplo de
Roma, y se unen inicuamente con “los reyes de la tierra”. Así obran las
iglesias del estado en sus relaciones con los gobiernos seculares, y otras
denominaciones en su afán de captarse el favor del mundo. Y la expresión “Babilonia” —confusión— puede aplicarse acertadamente a esas
congregaciones que, aunque declaran todas que sus doctrinas derivan
de la Biblia, están sin embargo divididas en un sinnúmero de sectas,
con credos y teorías muy opuestos...
El gran pecado de que se acusa a Babilonia es que ha hecho que
“todas las naciones beban del vino de la ira de su fornicación”. Esta
copa embriagadora que ofrece al mundo representa las falsas doctrinas
que ha aceptado como resultado de su unión ilícita con los magnates
de la tierra. La amistad con el mundo corrompe su fe, y a su vez Babilonia ejerce influencia corruptora sobre el mundo enseñando doctrinas
que están en pugna con las declaraciones más claras de la Sagrada Escritura (El conflicto de los siglos, pp. 380, 384).
Este es un tiempo solemne y terrible para la iglesia. Los ángeles ya
están ceñidos, esperando el mandato de Dios para derramar sus copas
de ira sobre el mundo. Los ángeles destructores están por emprender la
obra de la venganza, porque el Espíritu de Dios se está retirando gradualmente del mundo. Satanás también está preparando sus fuerzas del
mal, saliendo “a los reyes de la tierra en todo el mundo” para reunirlos
bajo su bandera y prepararlos para “la batalla de aquel gran día del Dios
Todopoderoso”. Satanás hará enormes esfuerzos para obtener el dominio en el último gran conflicto. Se sacarán a la luz principios fundamentales, y habrá que tomar decisiones con respecto a ellos. El escepticismo está prevaleciendo por todas partes. La impiedad abunda. La fe
de los miembros de la iglesia será probada en forma individual, como
si no hubiera otra persona en el mundo (Comentarios de Elena G. de
White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 993,
994).
El gran obstáculo que se opone a la aceptación y a la proclamación
de la verdad, es la circunstancia de que ella acarrea inconvenientes y
oprobio. Este es el único argumento contra la verdad que sus defensores no han podido nunca refutar. Pero esto no arredra a los verdaderos
siervos de Cristo. Ellos no esperan hasta que la verdad se haga popular.
Convencidos como lo están de su deber, aceptan resueltamente la cruz, confiados con el apóstol Pablo en que “lo momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria”,
“teniendo —como antaño Moisés— por mayores riquezas el vituperio
de Cristo que los tesoros de los egipcios”. 2 Corintios 4:17; Hebreos
11:26...
Debemos escoger lo justo porque es justo, y dejar a Dios las consecuencias (El conflicto de los siglos, p. 453).
La verdad era impopular en el tiempo de Cristo. Es impopular en el
nuestro. Lo fue desde que por primera vez Satanás la hizo desagradable
al hombre, presentándole fábulas que conducen a la exaltación propia.
¿No encontramos hoy teorías y doctrinas que no tienen fundamento en
la Palabra de Dios? Los hombres se aferran hoy tan tenazmente a ellas
como los judíos a sus tradiciones (El Deseado de todas las gentes, p.
209).
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