Martes 26 de marzo: El milenio
A la venida de Cristo los impíos serán borrados de la superficie de
la tierra —matados con el espíritu de su boca y destruidos con el resplandor de su gloria. Cristo lleva a su pueblo a la ciudad de Dios, y la
tierra es despojada de sus habitantes... Toda la tierra tiene el aspecto
desolado de un desierto. Las minas de las ciudades y aldeas destruidas
por el terremoto, los árboles desarraigados, las rocas escabrosas arrojadas al mar o arrancadas de la misma tierra, están esparcidas por la
superficie de ésta, al paso que grandes cuevas marcan el sitio donde las
montañas han sido rasgadas desde sus cimientos.
La tierra va a ser el hogar de Satanás y de sus ángeles malos durante
mil años. Aquí estará confinado para vagar de un lado a otro sobre la
superficie de la tierra y ver los efectos de su rebelión contra la ley de
Dios. Durante mil años podrá recoger el fruto de la maldición que él
causó. Limitado a esta tierra no podrá dirigirse a otros planetas para
tentar y molestar a los seres no caídos. Durante ese tiempo Satanás sufrirá terriblemente. Desde su caída ha estado ejerciendo constantemente sus tretas malignas. Pero entonces estará privado de su poder y
podrá reflexionar sobre el papel que ha desempeñado desde su caída y
mirar hacia adelante con temblor y terror, al espantoso futuro cuando
sufrirá por todo el mal que ha hecho y será castigado por todos los pecados que ha hecho cometer” (La fe por la cual vivo, p. 355).
Después que los santos hayan sido transformados en inmortales y
arrebatados con Jesús, después que hayan recibido sus arpas, sus mantos y sus coronas, y hayan entrado en la ciudad, se sentarán en juicio con Jesús. Serán abiertos el libro de la vida y el de la muerte. El libro
de la vida lleva anotadas las buenas acciones de los santos; y el de la
muerte contiene las malas acciones de los impíos. Estos libros son comparados con el de los estatutos, la Biblia, y de acuerdo con ella son
juzgados los hombres. Los santos, al unísono con Jesús, pronuncian su
juicio sobre los impíos muertos. “He aquí —dijo el ángel— que los
santos, unidos con Jesús, están sentados enjuicio y juzgan a los impíos
según las obras que hicieron en el cuerpo, y frente a sus nombres se
anota lo que habrán de recibir cuando se ejecute el juicio”. Tal era,
según vi, la obra de los santos con Jesús durante los mil años que pasan
en la santa ciudad antes que ésta descienda a la tierra. Luego, al fin de
los mil años, Jesús, con los ángeles y todos los santos, deja la santa
ciudad, y mientras él baja a la tierra con ellos, los impíos muertos resucitan, y entonces, habiendo resucitado, los mismos que “le traspasaron” lo verán de lejos en toda su gloria, acompañado de los ángeles y
de los santos, y se lamentarán a causa de él (Primeros escritos, p. 52).
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