Miércoles 27 de marzo: “Un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva
El mar divide a los amigos; es una barrera entre nosotros y aquellos
a los cuales amamos. Nuestras relaciones son interrumpidas por el ancho e insondable océano. En la tierra nueva no habrá mar...
Toda la naturaleza en su incomparable hermosura ofrecerá a Dios
un constante tributo de alabanza y adoración. El mundo estará bañado
con la luz del sol, y la luz del sol será siente veces mayor de lo que es
ahora. Cuando las estrellas del alba contemplen la escena, alabarán y
los hijos de Dios se unirán para proclamar: “No habrá más pecado, ni
habrá más muerte” (Comentarios de Elena G. de White en Comentario
bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 998, 999).
Los pies de los malvados nunca profanarán la tierra renovada. Del
cielo descenderá fuego de Dios para devorarlos y quemarlos: raíz y
rama. Satanás es la raíz y sus hijos las ramas.
El mismo fuego proveniente de Dios que consumió a los impíos purificó toda la tierra. Las desgarradas montañas se derritieron con el ardiente calor; también la atmósfera y todo el rastrojo fueron consumidos. Entonces nuestra heredad apareció delante de nosotros, gloriosa y
bella, y heredamos toda la tierra renovada.
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra han pasado”. Apocalipsis 21:1 (VM). El fuego que consume a los impíos purifica la tierra. Desaparece todo rastro de maldición. Ningún infierno que arda eternamente recordará a los redimidos
las terribles consecuencias del pecado (Maranata, p. 349).
No puede haber dolor en la atmósfera del cielo. En el hogar de los
redimidos no habrá lágrimas, ni cortejos fúnebres, ni indicios de luto.
“No dirá el morador: Estoy enfermo: el pueblo que morare en ella será absuelto de pecado”. Isaías 33:24. Nos invadirá una grandiosa ola de
felicidad que irá ahondándose a medida que transcurra la eternidad.
Nos hallamos todavía en medio de las sombras y el torbellino de las
actividades terrenales. Consideremos con sumo fervor el bienaventurado más allá. Que nuestra fe penetre a través de toda nube de tinieblas,
y contemplemos a Aquel que murió por los pecados del mundo. Abrió
las puertas del paraíso para todos los que le reciban y crean en él. Les
da la potestad de llegar a ser hijos e hijas de Dios. Permitamos que las
aflicciones que tanto nos apenan y agravian sean lecciones instructivas,
que nos enseñen a avanzar hacia el blanco del premio de nuestra alta
vocación en Cristo. Sintámonos alentados por el pensamiento de que
el Señor vendrá pronto. Alegre nuestro corazón esta esperanza. “Aún
un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará”. Hebreos 10:37.
Bienaventurados son aquellos siervos que, cuando venga su Señor,
sean hallados velando (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 228).
Comentarios
Publicar un comentario