LAS ETAPAS DE LA VIDA
El sexto día de la Creación había llegado a su fin. Durante los primeros cinco días, el mundo pasó del caos a la belleza perfecta. La luz reemplazó la oscuridad. Las aguas retrocedieron, como Dios les ordenó. “Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas” (Job 38:11). La tierra seca brotó con un lienzo de colores y fragancias. Volaban aves de todo tipo, mientras los peces y los mamíferos marinos nadaban y chapoteaban en su hogar acuático. Los animales terrestres de todo tipo y especie corrían, saltaban o se colgaban de las ramas de los árboles, según cómo los había hecho el Creador. Entonces, finalmente Dios creó al ser humano a su imagen, un ser único en toda la creación terrena.
Mientras Dios se preparaba para el primer día de reposo sabático de la Tierra, contempló la Creación y expresó que todo era “bueno en gran manera” (Gén. 1:31).
Ojalá ese fuera el final de la historia: un mundo perfecto, con gente perfecta y que existiera para siempre. Imagínate: Adán y Eva tienen muchos hijos, y luego nietos y bisnietos, a quienes ven crecer durante innumerables generaciones, en las cuales cada uno aporta aún más alegría a la primera pareja, y también a Dios. Es una posibilidad que apenas podemos imaginar quienes lo único que conocemos es cómo es vivir en un mundo caído.
Y eso se debe a que nuestra imaginación se formó en un mundo radicalmente diferente del que Dios creó en el principio. ¿Cuán diferentes son los dos mundos: el mundo antes del pecado y el mundo después del pecado? Este es un ejemplo: Elena de White escribió que cuando Adán y Eva “vieron en la caída de las flores y las hojas los primeros signos de la decadencia, Adán y su compañera se apenaron más profundamente de lo que hoy se apenan los hombres que lloran a sus muertos. La muerte de las delicadas y frágiles flores fue en realidad un motivo de tristeza; pero cuando los bellos árboles dejaron caer sus hojas, la escena les recordó vivamente la dura realidad de que la muerte es el destino de todo lo que tiene vida” (PP 62). Nosotros no reaccionamos así ante una hoja que cae porque, al vivir exclusivamente en un mundo de pecado, hemos llegado a considerar que la muerte y el sufrimiento son partes inevitables de los ciclos de la vida.
Y de eso se trata la lección de este trimestre: los ciclos de la vida; al menos, para nosotros ahora, en este mundo caído. Y los consideraremos desde el lugar en que la mayoría de nosotros transitamos estos ciclos, es decir, dentro del marco de la familia.
Los seres humanos fueron creados en el Edén en el contexto de la familia; primero, un esposo y una esposa, y luego los hijos, que tuvieron más hijos. Y así tenemos la historia de nuestro mundo hasta el día de hoy. De hecho, muchas de las historias bíblicas más antiguas, desde Adán y Eva pasando por los patriarcas y la dinastía davídica, todo se desarrolló dentro del contexto de la familia o de las relaciones familiares. En toda la Biblia, de una forma u otra, las familias ayudan a formar el marco de los acontecimientos que se desarrollan. Esto no nos sorprende, porque a medida que recorremos estas etapas de la vida lo hacemos, en mayor o menor medida, en el contexto de la familia.
A pesar de todas las fuerzas que obran en contra de la familia, tanto hoy como en el pasado (por ejemplo, la práctica de la poligamia en los tiempos bíblicos difícilmente haya contribuido a la estabilidad familiar), y a pesar de los intentos por redefinir exactamente qué es una familia, el concepto de familia perdura. Y está bien que así sea. Es nuestro punto de partida, y a menudo es la mayor fuerza para bien o para mal en la edificación de nuestra vida y en la forma en que respondemos a los desafíos que enfrentamos a medida que avanzamos por las etapas de la vida.
Y así como cada individuo es diferente, cada familia también lo es. Por lo tanto, las lecciones de este trimestre apuntan a principios, basados en las Escrituras, que anhelamos que puedan contribuir a formar familias más fuertes en cada etapa de la vida.
Claudio y Pamela Consuegra son directores del Ministerio Hogar y Familia de la División Norteamericana. Han servido a la iglesia en diversas funciones durante más de treinta años.
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