Miércoles 3 de abril: Transiciones
Las noticias de la conversión de Pablo
llegaron a los judíos produciendo una gran sorpresa. El que había ido a
Damasco “con potestad y comisión de los príncipes de los sacerdotes”
(Hechos 26:12), para aprehender y perseguir a los creyentes, estaba
ahora predicando el Evangelio de un Salvador crucificado y resucitado,
fortaleciendo las manos de los que eran ya sus discípulos, y trayendo
continuamente nuevos conversos a la fe que una vez combatió acerbamente.
Pablo había sido conocido anteriormente como un celoso defensor de la religión judía, y un incansable perseguidor de los seguidores de Jesús. Era valeroso, independiente, perseverante, y sus talentos y preparación le capacitaban para prestar casi cualquier servicio. Razonaba con extraordinaria claridad, y mediante su aplastador sarcasmo podía colocar a un oponente en situación nada envidiable. Y [102] ahora los judíos veían a ese joven de posibilidades extraordinarias unido a los que anteriormente había perseguido, y predicando sin temor en el nombre de Jesús. (Hechos de los Apósotoles p. 102)
Para Pablo, la cruz era el único objeto de supremo interés. Desde que fuera contenido en su carrera de persecución contra los seguidores del crucificado Nazareno, no había cesado de gloriarse en la cruz. En aquel entonces se le había dado una revelación del infinito amor de Dios, según se revelaba en la muerte de Cristo; y se había producido en su vida una maravillosa transformación que había puesto todos sus planes y propósitos en armonía con el cielo. Desde aquella hora había sido un nuevo hombre en Cristo. Sabía por experiencia personal que una vez que un pecador contempla el amor del Padre, como se lo ve en el sacrificio de su Hijo, y se entrega a la influencia divina, se produce un cambio de corazón, y Cristo es desde entonces todo en todo. En ocasión de su conversión, Pablo se llenó de un vehemente deseo de ayudar a sus semejantes a contemplar a Jesús de Nazaret como el Hijo del Dios vivo, poderoso para transformar y salvar. Desde entonces dedicó enteramente su vida al esfuerzo de pintar el amor y el poder del Crucificado. Su gran corazón simpatizaba con todas las clases sociales. "A griegos y a bárbaros "-declaraba-," a sabios y a no sabios soy deudor" (Rom. 1: 14). El amor por el Señor de gloria, a quien había perseguido tan implacablemente en la persona de sus santos, era el principio propulsor de su conducta, su fuerza motriz. Si alguna vez su ardor en la senda del deber flaqueaba, una mirada a la cruz y al asombroso amor allí revelado, bastaba para inducirlo a ceñirse los lomos de su entendimiento y avanzar en la senda de la abnegación...
Con el poder del Espíritu, Pablo relató la historia de su propia milagrosa conversión, y de su confianza en las Escrituras del Antiguo Testamento, que se había cumplido tan plenamente en Jesús de Nazaret. Habló con solemne fervor, y sus oyentes no pudieron sino percibir que amaba con todo su corazón al crucificado y resucitado Salvador. Vieron que su mente se concentraba en Cristo, y que toda su vida estaba vinculada con su Señor...
Pablo comprendía que su suficiencia no estaba en él, sino en la presencia del Espíritu Santo, cuya misericordioso influencia llenaba su corazón y ponía todo pensamiento en sujeción a Cristo. Hablando de sí mismo, afirmaba que llevaba "siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos" (2 Cor. 4: 10). En las enseñanzas del apóstol, Cristo era la figura central. "Vivo "-declaraba-", no ya yo, mas vive Cristo en mi" (Gál. 2: 20). El yo estaba escondido; Cristo era revelado y ensalzado.- Los hechos de los apóstoles , págs. 199-201, 204
Con el poder del Espíritu, Pablo relató la historia de su propia milagrosa conversión, y de su confianza en las Escrituras del Antiguo Testamento, que se había cumplido tan plenamente en Jesús de Nazaret. Habló con solemne fervor, y sus oyentes no pudieron sino percibir que amaba con todo su corazón al crucificado y resucitado Salvador. Vieron que su mente se concentraba en Cristo, y que toda su vida estaba vinculada con su Señor...
Pablo comprendía que su suficiencia no estaba en él, sino en la presencia del Espíritu Santo, cuya misericordioso influencia llenaba su corazón y ponía todo pensamiento en sujeción a Cristo. Hablando de sí mismo, afirmaba que llevaba "siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos" (2 Cor. 4: 10). En las enseñanzas del apóstol, Cristo era la figura central. "Vivo "-declaraba-", no ya yo, mas vive Cristo en mi" (Gál. 2: 20). El yo estaba escondido; Cristo era revelado y ensalzado.- Los hechos de los apóstoles , págs. 199-201, 204
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