El padre como sacerdote; la madre como maestra
Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre. Proverbios 1:8.
El amor que había en el corazón de Cristo debe estar en nuestros corazones, para que podamos revelarlo a quienes nos rodean. Necesitamos ser fortalecidos diariamente con el profundo amor de Dios, y dejar que este amor brille hacia quienes nos rodean... Padres, ustedes tienen una iglesia en su hogar, y Dios requiere que traigan a esta iglesia la gracia del cielo, que está más allá de todo cómputo; y el poder del cielo, que es sin medida. Ustedes pueden tener esta gracia y este poder si lo desean. Pero deben educarse a sí mismos de acuerdo con sus votos bautismales. Cuando tomaron estos votos, se comprometieron a sí mismos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, a vivir para Dios, y no tienen derecho a quebrar este compromiso. La ayuda de los tres grandes poderes está a su disposición.
Cuando en el nombre de Cristo piden gracia para vencer, les será dada; porque la promesa es: “Pedid, y se os dará”Mateo 7:7. Sí, busquen a Dios por ayuda. Si están en perplejidad, no vayan a sus prójimos. Aprendan a llevar sus problemas a Dios. Si buscan, hallarán; si llaman, les será abierto. Esto significa fe, fe, fe. Ejerciten la fe viviente en Cristo...
El padre es el sacerdote y protector del hogar. La madre es la maestra de los pequeños desde su niñez, y la reina del hogar. Ella no debe ser descuidada. Nunca deberían serle dirigidas palabras descuidadas e indiferentes ante los niños. Ella es su maestra. En pensamiento y palabra y obra el padre ha de revelar la religión de Cristo, para que sus hijos puedan ver claramente que él tiene conocimiento de lo que significa ser cristiano...
En nuestra obra no hemos de esforzarnos por impresionar. Hemos de mirar a Cristo, contemplando de qué manera el amor del Padre se ha derramado sobre nosotros, que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y qué gozo, qué poder, habrá en nosotros al hacer esto! No será meramente la excitación de la emoción, sino un gozo profundo que mora en nosotros. Hemos de presentar las sólidas verdades de la Palabra de Dios, para que estas verdades puedan ser impresionadas sobre los corazones de la gente, y para que hombres y mujeres puedan ser guiados a caminar en las pisadas del Redentor... Oro para que sus ojos puedan ser ungidos con el colirio celestial, para que puedan discernir lo que es verdad y lo que es error. Necesitamos ponernos las vestiduras blancas de la justicia de Cristo. Necesitamos caminar y hablar con Dios.—Manuscrito [171] 66, de 1905. (Reflejemos a Jesús, p. 170)
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