Domingo 26 de mayo: Perder la salud
Es fácil perder la salud, pero es difícil recuperarla... No podemos permitirnos el empequeñecer o dañar una sola función de la mente o del cuerpo por excesivo trabajo o por el abuso de cualquier parte de la maquinaria viviente.
Gran parte de la fatiga y de los trabajos con que se agotan y envejecen no son cargas que Dios les ha encomendado; encambio son las que ellos mismos acarrean sobre sí al hacer precisamente las cosas que la Palabra de Dios prohibe (Mi vida hoy, p. 146)
Desde la caída de Adán la raza humana se ha ido degenerando... Dios no creó a la humanidad en su actual condición débil. Este estado de cosas no es la obra de la Providencia, sino la obra del hombre; lo han causado los hábitos erróneos y los abusos, por la violación de las leyes que Dios ha hecho para gobernar la existencia de los seres humanos. A través de la tentación a complacer el apetito, Adán y Eva cayeron primero de su elevado estado, santo y feliz. Y es a través de la misma tentación que la raza humana se ha debilitado. Han permitido que el apetito y la pasión tomen el trono, y que la razón y el intelecto sean puestos en sujeción. (Testimonios para la iglesia, T. 3, p. 155)
Los que han soportado los mayores sufrimientos son frecuentemente quienes proporcionan mayor consuelo a otros, difundiendo la luz del sol por dondequiera que van. Los tales han sido purificados y dulcificados por sus aflicciones; no perdieron su confianza en Dios cuando los asaltó la prueba, sino que se unieron más estrechamente a su amor protector. Los tales son pruebas vivientes del tierno cuidado de Dios, quien hace la oscuridad así como la luz y nos castiga para nuestro bien. Cristo es la luz del mundo; en él no hay tinieblas. ¡Preciosa luz! ¡Vivamos en esa luz! Digamos adiós a la tristeza y al pesar. Regocijémonos siempre en el Señor.—En Lugares Celestiales, 275.
Es vuestro privilegio recibir gracia de Cristo, quien desea capacitaros para confortar a otros con el mismo consuelo con que vosotros sois confortados en Dios... Que cada uno trate de ayudar al que está a su lado. Así tendréis un cielo en miniatura aquí en la tierra, y los ángeles de Dios obrarán por vuestro medio para causar la debida impresión... Tratad de ayudar siempre que os sea posible hacerlo. Cultivad la mejor disposición, de modo que la gracia de Dios pueda derramarse ricamente sobre vosotros. Jóvenes y mayores pueden aprender a acudir a Dios como a Aquel que sanará, como a Aquel que simpatiza, que comprende sus necesidades y que jamás cometerá un error.—Hijos e Hijas de Dios, 270. (La maravillosa gracia de Dios, p. 122)
Por medio del sufrimiento, Jesús se preparó para el ministerio de consolación. Fue afligido por toda angustia de la humanidad, y “en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.13 Quien haya participado de esta comunión de sus padecimientos tiene el privilegio de participar también de su ministerio. “Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”. El Señor tiene gracia especial para los que lloran, y hay en ella poder para enternecer los corazones y ganar a las almas. Su amor se abre paso en el alma herida y afligida, y se convierte en bálsamo curativo para cuantos lloran. El “Padre de misericordias y Dios de toda consolación..., nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. (El discurso maestro de Jesucristo, p. 16)
Los que han soportado los mayores sufrimientos son frecuentemente quienes proporcionan mayor consuelo a otros, difundiendo la luz del sol por dondequiera que van. Los tales han sido purificados y dulcificados por sus aflicciones; no perdieron su confianza en Dios cuando los asaltó la prueba, sino que se unieron más estrechamente a su amor protector. Los tales son pruebas vivientes del tierno cuidado de Dios, quien hace la oscuridad así como la luz y nos castiga para nuestro bien. Cristo es la luz del mundo; en él no hay tinieblas. ¡Preciosa luz! ¡Vivamos en esa luz! Digamos adiós a la tristeza y al pesar. Regocijémonos siempre en el Señor.—En Lugares Celestiales, 275.
Es vuestro privilegio recibir gracia de Cristo, quien desea capacitaros para confortar a otros con el mismo consuelo con que vosotros sois confortados en Dios... Que cada uno trate de ayudar al que está a su lado. Así tendréis un cielo en miniatura aquí en la tierra, y los ángeles de Dios obrarán por vuestro medio para causar la debida impresión... Tratad de ayudar siempre que os sea posible hacerlo. Cultivad la mejor disposición, de modo que la gracia de Dios pueda derramarse ricamente sobre vosotros. Jóvenes y mayores pueden aprender a acudir a Dios como a Aquel que sanará, como a Aquel que simpatiza, que comprende sus necesidades y que jamás cometerá un error.—Hijos e Hijas de Dios, 270. (La maravillosa gracia de Dios, p. 122)
Por medio del sufrimiento, Jesús se preparó para el ministerio de consolación. Fue afligido por toda angustia de la humanidad, y “en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.13 Quien haya participado de esta comunión de sus padecimientos tiene el privilegio de participar también de su ministerio. “Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”. El Señor tiene gracia especial para los que lloran, y hay en ella poder para enternecer los corazones y ganar a las almas. Su amor se abre paso en el alma herida y afligida, y se convierte en bálsamo curativo para cuantos lloran. El “Padre de misericordias y Dios de toda consolación..., nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. (El discurso maestro de Jesucristo, p. 16)
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