Miércoles 15 de mayo: La sumisión
El Señor ha obrado en su favor, capacitándolo para que haga su parte como obrero; pero hay otros obreros que también deben hacer su parte como instrumentos. Éstos ayudan a formar el cuerpo entero. Todos deberán unirse como partes de un solo y grande organismo. La iglesia del Señor se compone de entidades vivientes y activas, las cuales derivan su poder para actuar del Autor y Consumador de su fe. Han de llevar a cabo en armonía la gran obra que descansa sobre sus hombros. Dios le ha asignado a usted su obra. Pero también tiene otros instrumentos a quienes les ha asignado su obra, para que todos sean, por medio de la santificación de la verdad, miembros del cuerpo de Cristo, y de su carne y de sus huesos. Representamos a Cristo, y trabajamos para el tiempo y la eternidad; y los hombres, aun los mundanos, se fijan en que hemos estado con Jesús y aprendido de él. (Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 186)
A cada ser nacido en el mundo le es señalada su obra, con el propósito de que prepare un mundo mejor... Cada uno tiene su círculo [de acción], y si el agente humano hace de Dios su consejero, entonces no estará trabajando con fines opuestos a los de Dios. El destina a cada uno un lugar y un trabajo, y si individualmente nos sometemos para ser preparados por el Señor, no importa cuán confusa e intrincada pueda parecer la vida a nuestros ojos, Dios tiene un propósito en todo ello, y la maquinaria humana, obediente bajo la mano de la sabiduría divina, cumplirá los propósitos de Dios.
Nuestro Padre celestial es nuestro Dirigente y debemos someternos a su disciplina. Somos miembros de su familia. Tiene derecho a nuestro servicio, y si uno de los miembros de su familia persistiera en seguir su propio camino, y se empeñara en hacer sólo lo que le placiera, entonces ese espíritu produciría un estado de cosas confuso y desordenado. No debemos hacer planes para seguir nuestra propia senda, sino la senda y la voluntad de Dios. (En los lugares celestiales, p. 230)
Cualquiera que sea la senda que Dios ha escogido para nosotros, cualquiera que sea el camino que ordena para nuestros pies, ése es el único camino de seguridad. Diariamente debemos manifestar el espíritu de sumisión infantil, y orar para que nuestros ojos sean ungidos con el colirio celestial, a fin de que podamos discernir las indicaciones de la voluntad divina, para que no se confundan nuestras ideas a causa de la [248] omnipotencia de nuestra propia voluntad. Con los ojos de la fe, con una sumisión infantil como hijos obedientes, debemos mirar a Dios, seguir su dirección, y así desaparecerán las dificultades. La promesa es: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. Salmos 32:8.
Si acudimos a Dios con una disposición humilde y deseos de aprender, sin llevar planes previos antes de pedirle consejo, y no dispuestos según nuestra propia voluntad, sino con sumisión, dispuestos a ser enseñados, con fe, será nuestro privilegio reclamar las promesas cada hora del día. Debemos desconfiar de nosotros mismos y vigilar nuestras propias fuertes tendencias e inclinaciones, para no actuar según nuestras propias ideas y planes y pensar que estamos haciendo la voluntad del Señor.—Carta 6, 1894. (A fin de conocerle, p. 251)
Comentarios
Publicar un comentario