Miércoles 19 de junio: La vida familiar es para ser compartida
A cualquiera de nosotros le es imposible vivir de manera que no ejerza influencia en el mundo. Ningún miembro de la familia pue de encerrarse en sí mismo, donde otros miembros de la familia no sientan su influencia y espíritu. La misma expresión de su semblante ejerce una influencia para bien o para mal. Su espíritu, sus palabras, sus acciones y su actitud hacia los demás son evidentes. Si vive en el egoísmo, rodea su alma con una atmósfera maléfica, mientras que si está henchido del amor de Cristo, manifestará cortesía, bondad, tierna consideración por los sentimientos ajenos y por sus actos de amor comunicará a quienes le traten una emoción feliz de ternura y agradecimiento. Será evidente que vive para Jesús y aprende diariamente lecciones a sus pies al recibir su luz y su paz. Podrá decir al Señor: “Tu mansedumbre me ha engrandecido.” (El hogar cristiano, p. 26)
Los primeros años de la vida del Salvador son más que un ejemplo para la juventud. Son una lección, y deberían alentar a todos los padres. Los deberes para con la familia y para con los vecinos constituyen el primer campo de acción de los que quieran empeñarse en la elevación moral de sus semejantes. No hay campo de acción más importante que el señalado a los fundadores y protectores del hogar. Ninguna obra encomendada a seres humanos entraña consecuencias tan trascendentales como la de los padres y madres. (El ministerio de curación, p. 238)
La unidad con Cristo capacita a los hombres para esgrimir una influencia muy superior a la de los personajes renombrados de este mundo. Mientras imitan el ejemplo de Cristo, tienen, mediante su gracia, poder para beneficiar a la iglesia y a la comunidad. Se deja sentir su influencia en proporción directa con la nitidez de la línea de separación que los distingue del mundo en espíritu y en principio.
Puesto que la unión es fortaleza, la Fuente de todo poder, de toda bondad, misericordia y amor, se posesiona de los seres humanos y los hace sus colaboradores para el propósito de impartir su poder divino a los agentes humanos, para difundir su influencia y extenderla cerca y lejos. Cuando uno está aliado con Cristo, cuando es participante de la naturaleza divina, sus intereses se identificarán con los de la humanidad doliente. Al mirar en forma correcta la cruz del Calvario, cada nervio del corazón y del cerebro vibrará en simpatía por las miserias de la humanidad en todas partes de nuestro mundo. Los que han renacido en Cristo Jesús, comprenderán la vileza del pecado y la compasión divina de Cristo en su sacrificio infinito por los hombres caídos. La comunión con Cristo les imparte ternura de corazón; habrá simpatía en su mirada, en el tono de su voz y ferviente solicitud, amor y energía en sus esfuerzos, que los harán poderosos mediante Dios para ganar almas para Cristo.—The Medical Missionary, junio de 1891. (El ministerio de la bondad, p. 239)
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