Miércoles 24 de julio: Andar con el Señor
He visto que aquellos que viven con un propósito, que procuran beneficiar y bendecir a sus semejantes y honrar y glorificar a su Redentor, son verdaderamente felices aquí en la tierra, mientras que el hombre que es inquieto, que está descontento, y que busca esto y prueba aquello, esperando encontrar felicidad, siempre se está quejando y está descontento. Siempre tiene necesidad, y nunca está satisfecho, porque vive solamente para sí mismo. Que sea vuestro deseo hacer el bien, y actuar fielmente en el desempeño de vuestra parte en la vida.—Carta 17, 1872, pp. 2, 3.
Encontrad tiempo para consolar a algún otro corazón, para alegrar con una palabra bondadosa y de alegría a alguien que esté batallando con la tentación, y posiblemente en aflicción. Al bendecir así a otros con palabras gozosas y llenas de esperanza, al señalarles al que lleva las cargas, seguramente encontraréis paz, felicidad y consolación para vosotros mismos.—Carta 2b, 1874. (Nuestra elevada vocación, p. 64)
La persona que cree en Jesucristo como Salvador personal debe ser un obrero colaborador suyo, lligado a su corazón de amor infinito, trabajando con él en acciones de abnegación y benevolencia. Aquel a quien Cristo a revelado su gracia perdonadora practicará las obras de Cristo, manteniéndose unido a él. Dios llama a aquellos por quienes ha hecho un sacrificion infinito, para que tomen su posición como colaboradores suyos y promueven el avance de la acción misericordiosa de su divina benevolencia.
Cristo se ha separado de la tierra, pero sus sequidores todavía quedan en el mundo. Su iglesia, constituida por los que le aman, debe ser en palabra y acción, en su amor desinteresado y benevolencia, una representación del amor de Cristo. Al practicar la abnegación y llevar la cruz han de ser el medio para implantar el principio del amor en el corazón de aquellos que no están relacionados con el Salvador por un conocimiento esperimental (Ministerio de curación, p. 419)
Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la práctica de la beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador. Dios habría podido salvar a los pecadores sin la colaboración del hombre; pero sabía que el hombre no podría ser feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra. Por un encadenamiento de circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al hombre los mejores medios de cultivar la beneficencia y observar la costumbre de dar, ya sea a los pobres o para el adelantamiento de la causa de Dios. Las apremiantes necesidades de un mundo arruinado nos obligan a emplear en su favor nuestros talentos, dinero e influencia, para hacer conocer la verdad a los hombres y mujeres que sin ella perecerían. Al responder a sus pedidos con nuestros actos de beneficencia y nuestras labores, somos transformados a la imagen de Aquel que se hizo pobre para enriquecemos. Al dispensar a otros, los bendecimos; así es como atesoramos riquezas verdaderas. (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 228)
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