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Martes 20 de agosto: El buen samaritano

Martes 20 de agosto: El buen samaritano

Entre los judíos la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” causaba interminables disputas. No tenían dudas con respecto a los paganos y los samaritanos. Estos eran extranjeros y enemigos. ¿Pero dónde debía hacerse la distinción entre el pueblo de su propia nación y entre las diferentes clases de la sociedad? ¿A quién debía el sacerdote, el rabino, el anciano considerar como su prójimo? Ellos gastaban su vida en una serie de ceremonias para hacerse puros. Enseñaban que el contacto con la multitud ignorante y descuidada causaría impureza, que exigiría un arduo trabajo quitar. ¿Debían considerar a los “impuros” como sus prójimos?
 
Cristo contestó esta pregunta en la parábola del buen samaritano. Mostró que nuestro prójimo no significa una persona de la misma iglesia o la misma fe a la cual pertenecemos. No tiene que ver con la raza, el color o la distinción de clase. Nuestro prójimo es toda persona que necesita nuestra ayuda. Nuestro prójimo es toda alma que está herida y magullada por el adversario. Nuestro prójimo es todo el que pertenece a Dios.—Lecciones Prácticas del Gran Maestro, 343, 345. (El ministerio de la bondad, p. 36)

Mediante esa parábola se estableció para siempre el deber del hombre para con su vecino. Debemos atender todo caso de sufrimiento y considerarnos como los agentes de Dios para aliviar a los necesitados hasta el máximo de nuestras posibilidades. Hemos de ser obreros junto con Dios. Hay quienes manifiestan gran afecto a sus familiares, a sus amigos y favoritos, pero no son considerados y bondadosos con los que necesitan tierna simpatía, los que necesitan bondad y amor.

Acércate a tus vecinos, uno por uno, hasta que sus corazones sean entibiados por tu interés y amor abnegados. Simpatiza con ellos, ora por ellos, busca oportunidades para hacerles el bien, y en cuanto puedas, reúne a algunos para abrir la Palabra de Dios ante sus mentes entenebrecidas. Vela como quien ha de rendir cuenta de las almas de los hombres, y aprovecha los privilegios que Dios te da de trabajar con El en su viña.—The Review and Herald, 13 de marzo de 1888. (Reflejemos a Jesús, p. 228)

Después de terminar la historia, Jesús fijó sus ojos en el doctor de la ley, con una mirada que parecía leer su alma, y dijo: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fué el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?”

El doctor de la ley no quiso tomar, ni aun ahora, el nombre del samaritano en sus labios, y contestó: “El que usó con él de misericordia.” Jesús dijo: “Ve, y haz tú lo mismo.” 

Mediante la historia del buen samaritano, Jesús pintó un cuadro de sí mismo y de su misión. El hombre había sido engañado, estropeado, robado y arruinado por Satanás, y abandonado para que pereciese; pero el Salvador se compadeció de nuestra condición de- sesperada. Dejó su gloria, para venir a redimirnos. Nos halló a punto de morir, y se hizo cargo de nuestro caso....

El samaritano había obedecido los dictados de un corazón bondadoso y amante, y con esto había dado pruebas de ser observador de la ley. Cristo le ordenó al doctor de la ley: “Ve, y haz tú lo mismo.” Se espera que los hijos de Dios hagan, y no meramente digan. (El deseado de todas las gentes, pp. 459, 460)






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