Miércoles 7 de agosto: Una forma de adorar
Si tenéis el Espíritu de Cristo, os amaréis como hermanos; honraréis al discípulo más humilde en su pobre hogar, porque Dios lo ama tanto como os ama a vosotros, y aun puede ser más. El no reconoce diferencia de clases. Coloca su sello sobre los hombres, no por su posición, no por su riqueza, no por su grandeza intelectual, sino por su unidad con Cristo. Es la pureza de corazón, la unidad de propósito, lo que constituye el verdadero valor de los seres humanos. ...
El Salvador no fué encontrado entre los exaltados y los honorables del mundo. No pasó su tiempo entre aquellos que buscaban lo fácil y el placer. Anduvo haciendo bien. Su obra consistió en ayudar a aquellos que necesitaban ayuda, en salvar a los perdidos y a los que perecían, en elevar a los caídos, en romper el yugo de la opresión de aquellos que estaban en esclavitud, en sanar a los afligidos, en hablar palabras de simpatía y consuelo a los que sufrían y estaban angustiados. Se nos pide que copiemos este modelo. Levantémonos y pongámonos a trabajar, procurando bendecir al necesitado y confortar al angustiado. Cuanto más participemos del Espíritu de Cristo, tanto más veremos qué podemos hacer por nuestros semejantes. Estaremos llenos de amor por las almas que perecen, y encontraremos nuestra delicia en las pisadas de la Majestad del cielo.— [183] Manuscrito 1, 1869. (Nuestra elevada vocación, p. 186)
La religión pura e inmaculada nos conduce a vivir tan sencillamente como niños. Queremos orar y hablar con humildad, buscando sólo la gloria de Dios. Se ha manifestado demasiado una forma de piedad carente de poder. El derramamiento del Espíritu de Dios nos conducirá hacia un agradecido reconocimiento; y mientras percibimos el maravilloso amor de Dios, no nos quedaremos quietos, sino que ofreceremos a Dios un sacrificio de agradecimiento y haremos canción a su nombre con nuestros corazones y voces. Pongamos nuestros pies sobre la Roca de la eternidad, y allí obtendremos apoyo y consuelo permanentes. Nuestras almas descansarán en Dios con una confianza inconmovible. (Reflejemos a Jesús, p. 356)
El alma que responda a la gracia de Dios será como un jardín regado. Su salud brotará rápidamente; su luz saldrá en la obscuridad, y la gloria del Señor le acompañará. Recordemos, pues, la bondad del Señor, y la multitud de sus tiernas misericordias. Como el pueblo de Israel, levantemos nuestras piedras de testimonio, e inscribamos sobre ellas la preciosa historia de lo que Dios ha hecho por nosotros. Y mientras repasemos su trato con nosotros en nuestra peregrinación, declaremos, con corazones conmovidos por la gratitud: “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo? Tomaré la copa de la salud, e invocaré el nombre de Jehová. Ahora pagaré mis votos a Jehová delante de todo su pueblo.” (El deseado de todas las gentes, p. 309)
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