Lunes 16 de septiembre: Fatiga por compasión
No nos cansemos de hacer bien. Sometamos enteramente nuestro corazón a las enseñanzas de la Palabra del gran Médico misionero. De acuerdo con nuestra fe en el mensaje, será nuestro fervor y nuestro poder para promover el conocimiento de Jesucristo. Hemos de llegar a ser “coadjutores” de Dios, “creciendo en la obra del Señor siempre”.
Cada día de nuestra vida hacemos frente a nuevas obligaciones. La terminación de un deber es el comienzo del otro. Nuestra vida ha de emplearse en un solemne servicio en favor del Maestro. Somos los siervos del Señor. Los miembros de la iglesia de Cristo han de ser ejemplos de una vida de servicio, una vida de completa obediencia a nuestro gran Ejemplo.—Manuscrito 57, 1907. (Hijos e hijas de Dios, p. 272)
Los siervos de Dios deben utilizar todos los medios a su alcance para engrandecer su reino. El apóstol Pablo declara que “es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad... Que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres” 1 Timoteo 2:3-4, 1. Y Santiago agrega: “Sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma y cubrirá multitud de pecados”. Santiago 5:20. Cada creyente está comprometido a unirse con sus hermanos para proclamar la invitación: “Venid, que ya todo está preparado”. Lucas 14:17. Cada uno debe animar a los demás a realizar un trabajo [18] de todo corazón. Una iglesia viviente está llamada a llevar a la gente invitaciones conmovedoras. Las almas sedientas han de ser conducidas al agua de la vida. (Testimonios para la iglesia, t. 7, p. 20)
Nuestra fortaleza y bendición espirituales estarán en proporción con el trabajo hecho con amor y con las buenas obras realizadas. El apóstol ordena: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Gálatas 6:2. El cumplimiento de los mandamientos de Dios requiere de nosotros buenas obras, abnegación, sacrificio y dedicación al bienestar de los demás; pero esto no significa que solamente nuestras buenas obras nos salvarán, sino que ciertamente no podremos salvarnos sin buenas obras. Después de hacer todo lo que somos capaces de hacer, debemos decir: Únicamente hemos cumplido nuestro deber, y en el mejor de los casos somos siervos inútiles, indignos del favor más pequeño de Dios. Cristo debe ser nuestra justicia, y la corona de nuestro gozo... La simpatía y el tierno interés por otros proporcionarán a nuestra alma bendiciones que no hemos experimentado, y nos pondrán en estrecha relación con nuestro Redentor.—The Review and Herald, 13 de julio de 1886.
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