La conexión entre las profecías (Daniel 8 y 9)
Dios envió la profecía de las 70 semanas no solo para convencemos acerca del acontecimiento histórico del Mesías. Para el profeta Daniel, como hemos visto, la visión de las 70 semanas cumple con la función de ayudar a "entender" mejor la visión de las 2.300 tardes y mañanas. En efecto, las dos profecías se sitúan en la misma perspectiva y deberían ser entendidas en mutua relación.
1. En el nivel cronológico, la profecía de las 70 semanas brinda el nexo faltante para la profecía de las 2.300 tardes y mañanas: el punto de partida. Las dos profecías comienzan con el mismo evento, el decreto de Artajerjes en 457 a.E.C. Sin embargo, la profecía de las 70 semanas se cumple antes, en los años 27, 31 y 34. La de las 2.300 tardes y mañanas cubre un período más extenso. La expresión técnica "tarde y mañana", tomada del lenguaje de la Creación, designa "un día". En nuestro contexto profético, un día significa un año. Por ende, si contamos 2.300 años desde 457 a.E.C., llegamos al año 1844. Pero no existe nada más sospechoso e inquietante que una fecha, especialmente en temas religiosos.
Nos sentimos más cómodos cuando la verdad religiosa se mantiene dentro de los límites del dominio espiritual. En el pensamiento hebreo, sin embargo, la verdad no es un mensaje espiritual o filosófico designado solamente para cultivar nuestras almas y nuestras mentes. Al contrario, la verdad bíblica es esencialmente histórica. Dios habla en la historia. Y cualquier explicación o grado de énfasis que queramos darle a la fecha del cumplimiento de la profecía, no deberíamos sorprendernos de que la profecía bíblica asuma este riesgo de entrar en el desarrollo de la historia, incluso de nuestra historia moderna.
2. Las dos profecías están relacionadas y se complementan mutuamente en relación con su verdad teológica. La salvación requiere dos pasos: primero el evento de la Cruz; y segundo, la gran expiación cósmica (2.300 tardes y mañanas), algo ya insinuado por el ritual levítico. Los sacrificios diarios no eran suficientes. El Kippur también era necesario para lograr la salvación completa. El profeta Daniel ya sugiere esa necesidad. Todos los verbos clave de Daniel 8 y 9 están en la forma pasiva (niphal), característica del lenguaje levítico. Daniel 9 utiliza seis verbos en pasiva: "están determinadas" (vers. 24), "se volverá a edificar" (vers. 25), "se quitará" (vers. 26), "se decretan" (vers. 26, traducción literal) "ha sido decretado" (vers. 27, NVI), "será derramado" (vers. 27, traducción literal). Daniel 8 emplea solo un verbo en esta forma: "purificar" (vers. 14). El verbo del capítulo 8 completa los otros seis del capítulo 9, que cuadra con el número sagrado de 7.
Pero Daniel 8 y 9 todavía comparten otro elemento en común: el sumo sacerdote. Daniel 9: 24 y Éxodo 29: 35,37 son los únicos dos pasajes de la Biblia con los tres temas comunes de la expiación, el ungimiento y el Lugar Santísimo. Sin duda Daniel tuvo en cuenta a Éxodo 29: 42 al 44 cuando transcribió su versión. El último capítulo describe la consagración de Aarón, el primer sumo sacerdote de Israel (vers. 36, 37), y la institución del sacrificio diario (vers. 4244). De este modo, la profecía de Daniel 9 relaciona la muerte expiatoria del Mesías con la consagración del sumo sacerdote, varias veces, y con la palabra "príncipe" (sar, término técnico para el sumo sacerdote de Israel; ver 1 Crón. 15: 22; Esd. 8: 24; Dan. 10: 5; y más arriba).
Sin embargo, las dos profecías no están situadas en el tiempo del mismo modo. La segunda profecía (Daniel 9) indica el momento preciso de la venida (ungimiento) del Mesías. La primera (Daniel 8) indica el fin del período de tiempo, dado en respuesta a la pregunta "¿Hasta cuándo?" (Dan. 8: 13). La profecía de las 70 semanas brinda la fecha precisa de un evento mientras que la profecía de las 2.300 tardes y mañanas presenta una duración después de la cual habrá otro evento, el de la purificación del Santuario (vers. 14). La fecha del evento del capítulo 9 está fijada, mientra que la fecha del evento del capítulo 8 permanece abierta. Las formas verbales para expresarlas marcan la diferencia entre las dos fechas. Un hebreo imperfecto (yekaret: "se quitará", 9: 26), que es una acción
dinámica, describe la muerte del Mesías. Un hebreo perfecto (nitsdaq: "será purificado", 8: 14) describe la purificación del santuario. La muerte del Mesías ocurre en el año 31. Es una acción definida, que comienza y termina allí inmediatamente. La purificación del Santuario, por otro lado, es una acción indefinida, que se extiende más allá del año 1844 y que Daniel describe como "el tiempo del fin" (ver Dan. 8: 17,26).
Este tiempo del fin contiene un evento que posteriormente deberíamos entender en relación con el evento acaecido en el año 31. Muchos cristianos han pasado por alto este aspecto en su doctrina de la salvación. La Cruz era suficiente, declaran. "Todo se cumplió". De modo que el cristianismo se convirtió en una religión obsesionada con la Cruz, una religión del pasado y del presente. Concebía la salvación como por obras de santidad y de autosacrificio según el gran Ejemplo, o solo una fe sentimental interesada en pensar y recordar el sacrificio del Mesías. De todos modos, la salvación fue. La religión cristiana no tenía necesidad del futuro, puesto que la Cruz ya había logrado la salvación. La experiencia subjetiva vino a reemplazar el evento histórico. Prevaleció una religión existencial por encima de la esperanza bíblica en el Reino de Dios, que promete que la muerte y el mal ya no atacarán más.
La Cruz sin el Reino no tiene sentido. De igual modo, necesitamos el evento de la Cruz para sobrevivir al juicio. Para salvar a la humanidad, Dios tuvo que descender a la herida de la humanidad, morir y, por medio de su muerte, salvamos, redimimos del pecado. Sin embargo, Dios no solo quiere demostrarnos su amor, como lo haría un héroe en un grandioso acto de autosacrificio, a fin de que lo amemos y lo adoremos. Un amor así sería bastante egocéntrico. Porque nos ama de verdad, Dios quiere salvamos de verdad.
Para que realmente cesen la muerte y el mal, la vida debe ser trastornada y todo rastro de pecado debe ser erradicado. La salvación es más que un acto de gracia angelical; es un acto de violencia contra la naturaleza, contra los elementos. Esas son las repercusiones del juicio al fin de los tiempos.
3. Por último, en el nivel existencial del creyente, la fe en el sacrificio redentor del Mesías y la esperanza en el Reino de Dios dependen una de la otra. Cuanto más firme sea la fe, más intensa será la espera. Nuestra existencia está situada entre el "ahora" y el "todavía no". En este estado de tensión, la vida asume un nuevo significado. La esperanza en el futuro enriquece el presente. La buena noticia del evangelio es que, a pesar del pecado y la sensación que tenemos del juicio inminente, todavía podemos soñar y esperar algo del futuro.
No obstante, nuestra espera del nuevo Reino no es pasiva. Dinámica por naturaleza, es producto de la impaciencia, como era el caso de Daniel. La elección ética, la lucha contra la injusticia y el sufrimiento, todo se intensifica durante nuestra espera. El futuro arroja luz y perspectiva sobre el presente. Vemos más allá de la necesidad inmediata y ya no somos más indiferentes ante el sufrimiento de los demás. Porque pensamos más allá de nuestra condición actual, las decisiones tienen un cimiento más profundo.
Desesperado por entender siempre, y preocupado por la demora de Dios, Daniel cae de rodillas en oración. En el momento propicio de la ofrenda de la tarde, la respuesta de Dios es un Mesías moribundo. En Daniel 7 el Mesías era el "hijo de hombre" soberano, que recibe dominio sobre el mundo. Luego, en Daniel 8, el Mesías era el sumo sacerdote oficiante con el atuendo del Kippur. Finalmente, en Daniel 9 el Mesías es la víctima expiatoria. La mente hebrea interpreta el escenario al revés. Porque es la muerte del Mesías 10 que sirve de base para la salvación (cap. 9). Entonces, al blandir el poder expiatorio de este sacrificio, el Mesías aboga por nosotros en la corte celestial y gana el juicio (cap. 8). Finalmente, se anuncia el Reino (cap. 7).
Un canto de muerte, el Réquiem por el Mesías se intensifica en un escendo de expiación y victoria.
Secretos de Daniel, pp. 151 - 155
Jacques Doukhan
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