Lunes 7 de octubre: La oración de Nehemías
Mientras Nehemías oraba, se fortalecieron su fe y su valor. Se le ocurrieron santos argumentos. Señaló el deshonor que
recaería sobre Dios si su pueblo, que ahora se había vuelto hacia él, fuese
dejado en la debilidad y opresión; e insistió en que el Señor cumpliese su
promesa: "Si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos y los hiciereis,
aun cuando estuvieren tus desterrados en las partes más lejanas debajo del
cielo, de allí los recogeré y los traeré al lugar que escogí para hacer habitar
allí mi Nombre." (Neh. 1: 9, V.M., véase Deut. 4: 29-31.) Esta promesa había
sido dada a los hijos de Israel por intermedio de Moisés antes que entrasen en
Canaán; y había subsistido sin cambio a través de los siglos. El pueblo de Dios
se había tornado ahora a él con arrepentimiento y fe, y esta promesa no
fallaría. (Profetas y reyes, p. 464)
Nehemías se humilló ante Dios y le dio la gloria debida a su nombre. Así también lo hizo Daniel en Babilonia. Estudiemos las oraciones de estos hombres. Nos enseñan que debemos humillarnos, pero que nunca hemos de borrar la línea de demarcación entre el pueblo observador de los mandamientos de Dios y los que no respetan su ley.
Todos necesitamos acercarnos a Dios. El se acercará a los que se aproximen a él con humildad, llenos de un santo temor por su sagrada majestad, y que están ante él separados del mundo (MS 58, 1903). (Comentario bíblico adventista del séptimo día, t.3 p. 1154)
Aferrándose firmemente de la promesa divina, Nehemías depositaba sus peticiones ante el estrado de la misericordia celestial para que Dios sostuviera la causa de su pueblo arrepentido, le restaurara su fortaleza y edificara sus lugares asolados. Dios había cumplido sus amenazas cuando su pueblo se separó de él; lo había esparcido entre las naciones, de acuerdo con su Palabra. Y en ese mismo hecho Nehemías hallaba la seguridad de que él sería igualmente fiel en cumplir sus promesas (SW 1-3-1904). (Comentario bíblico adventista del séptimo día, t.3 p. 1154)
El mismo poder que Cristo ejerció cuando andaba entre los hombres se encuentra en su Palabra. Con ella curaba las enfermedades y echaba fuera demonios; con ella sosegaba el mar y resucitaba a los muertos; y el pueblo atestiguó que su palabra iba revestida de poder. El predicaba la Palabra de Dios, la misma que había dado a conocer a todos los profetas y maestros del Antiguo Testamento. La Biblia entera es una manifestación de Cristo.
Así sucede con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas, Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de aquel árbol que es "para la sanidad de las naciones."(Apocalipsis 22:2.) Recibidas y asimiladas, serán la fuerza del carácter, la inspiración y el sostén de la vida. Nada tiene tal virtud curativa. Ninguna otra cosa puede infundirnos el valor y la fe que dan vital energía a todo el ser. (Ministerio de curación, pp. 84,85)
Así sucede con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas, Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de aquel árbol que es "para la sanidad de las naciones."(Apocalipsis 22:2.) Recibidas y asimiladas, serán la fuerza del carácter, la inspiración y el sostén de la vida. Nada tiene tal virtud curativa. Ninguna otra cosa puede infundirnos el valor y la fe que dan vital energía a todo el ser. (Ministerio de curación, pp. 84,85)
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