SÁBADO 12 DE OCTUBRE: EL LLAMADO DE DIOS
En todo período de la historia de esta tierra, Dios tuvo hombres a quienes podía usar como instrumentos oportunos a los cuales dijo: "Sois mis testigos". En toda edad hubo hombres piadosos, que recogie ron los rayos de luz que fulguraban en su senda, y hablaron al pueblo las palabras de Dios. Enoc, Noé, Moisés, Daniel y la larga lista de patriar cas y profetas, todos fucron ministros de justicia. No fueron infalibles; cran hombres débiles, sujetos a yerro, pero el Señor obró por su medio a medida que se entregaban a su servicio.
Desde su ascensión, Cristo, la gran cabeza de la iglesia, ha lleva do a cabo su obra en el mundo por medio de embajadores escogidos, mediante los cuales habla a los hijos de los hombres, y atiende a sus necesidades. La posición de aquellos que han sido llamados por Dios a trabajar en palabra y doctrina para la edificación de su iglesia, está rodeada de grave responsabilidad. Ocupan ellos el lugar de Cristo, en la obra de exhortar a hombres y mujeres a reconciliarse con Dios; y únicamente en la medida en que reciban de lo alto sabiduría y poder podrán cumplir su misión (Obreros evangélicos, p. 13).
Trabajar para Dios y la salvación de las almas es el llamado más elevado y noble que el hombre jamás haya recibido o pueda recibir. Las pérdidas y las ganancias en este aspecto son de gran importancia; porque los resultados no terminan con esta vida, sino que se extienden hacia la eternidad... No importa a qué clase de negocio estéis dedicados, o a qué departamento de la obra estéis asignados, llevad vuestra religión con vosotros. Dios y el cielo no deben faltar en la experiencia y obra de la vida. Los obreros en esta causa deben guardarse de no convertirse en hombres unilaterales, dejando que se vca solamente el aspecto munda nal de su carácter (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 387)
El mandato que dio el Salvador a los discípulos incluía a todos los creyentes en Cristo hasta el fin del tiempo. Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas solo depende del ministro ordenado. Todos aquellos a quienes llegó la inspiración celestial, reciben el Evangelio en cometido. A todos los que reciben la vida de Cristo se les ordena traba jar para la salvación de sus semejantes. La iglesia fuc establecida para esta obra, y todos los que toman sus votos sagrados se comprometen por ello a colaborar con Cristo...
Cualquiera sea la vocación de uno en la vida, su primer interés para los individuos puede comunicarles la instrucción recibida de su Señor. El ministerio no consiste solo en la predicación. Ministran aquellos que alivian a los enfermos y dolientes, que ayudan a los menesterosos, que dirigen palabras de consuelo a los abatidos y a los de poca fe. Cerca y lejos, hay almas abrumadas por un sentimiento de culpabilidad. No son las penurias, los trabajos ni la pobreza lo que degrada a la humanidad. Es la culpabilidad, el hacer lo malo. Esto trae inquietud y descontento. Cristo quiere que sus siervos ministren a las almas enfermas de pecado (El Deseado de todas las gentes, p. 761).
Desde su ascensión, Cristo, la gran cabeza de la iglesia, ha lleva do a cabo su obra en el mundo por medio de embajadores escogidos, mediante los cuales habla a los hijos de los hombres, y atiende a sus necesidades. La posición de aquellos que han sido llamados por Dios a trabajar en palabra y doctrina para la edificación de su iglesia, está rodeada de grave responsabilidad. Ocupan ellos el lugar de Cristo, en la obra de exhortar a hombres y mujeres a reconciliarse con Dios; y únicamente en la medida en que reciban de lo alto sabiduría y poder podrán cumplir su misión (Obreros evangélicos, p. 13).
Trabajar para Dios y la salvación de las almas es el llamado más elevado y noble que el hombre jamás haya recibido o pueda recibir. Las pérdidas y las ganancias en este aspecto son de gran importancia; porque los resultados no terminan con esta vida, sino que se extienden hacia la eternidad... No importa a qué clase de negocio estéis dedicados, o a qué departamento de la obra estéis asignados, llevad vuestra religión con vosotros. Dios y el cielo no deben faltar en la experiencia y obra de la vida. Los obreros en esta causa deben guardarse de no convertirse en hombres unilaterales, dejando que se vca solamente el aspecto munda nal de su carácter (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 387)
El mandato que dio el Salvador a los discípulos incluía a todos los creyentes en Cristo hasta el fin del tiempo. Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas solo depende del ministro ordenado. Todos aquellos a quienes llegó la inspiración celestial, reciben el Evangelio en cometido. A todos los que reciben la vida de Cristo se les ordena traba jar para la salvación de sus semejantes. La iglesia fuc establecida para esta obra, y todos los que toman sus votos sagrados se comprometen por ello a colaborar con Cristo...
Cualquiera sea la vocación de uno en la vida, su primer interés para los individuos puede comunicarles la instrucción recibida de su Señor. El ministerio no consiste solo en la predicación. Ministran aquellos que alivian a los enfermos y dolientes, que ayudan a los menesterosos, que dirigen palabras de consuelo a los abatidos y a los de poca fe. Cerca y lejos, hay almas abrumadas por un sentimiento de culpabilidad. No son las penurias, los trabajos ni la pobreza lo que degrada a la humanidad. Es la culpabilidad, el hacer lo malo. Esto trae inquietud y descontento. Cristo quiere que sus siervos ministren a las almas enfermas de pecado (El Deseado de todas las gentes, p. 761).
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