Domingo 24 de noviembre:
El Dios de la historia
Durante los primeros años del reinado de Joaquim fueron dadas muchas advertencias referentes a la condenación que se acercaba. Estaba por cumplirse la palabra que expresara el Señor por los profetas. La potencia asiria que desde el norte había ejercido durante mucho tiempo la supremacía, no iba a gobernar ya las naciones. Por el sur, Egipto en cuyo poder el rey de Judá había puesto en vano su confianza, iba a ser puesto pronto decididamente en jaque. En forma completamente inesperada, una nueva potencia mundial, el Imperio Babilónico, se levantaba hacia el este, y con presteza iba sobrepujando todas las otras naciones.
Dentro de pocos y cortos años el rey de Babilonia iba a ser usado como instrumento de la ira de Dios sobre el impenitente Judá... Una compañía tras otra, compuestas al principio de poca gente, pero más tarde de millares y decenas de millares de cautivos, iban a ser llevadas a la tierra de Sinar, para morar allí en destierro forzoso... Castigos cada vez más severos iban a ser infligidos a la nación rebelde, hasta que por fin toda la tierra quedase asolada, Jerusalén reducida a ruinas chamuscadas por el fuego, destruido el templo que Salomón había edificado, y el reino de Judá iba a caer para nunca volver a ocupar su puesto anterior entre las naciones de la tierra (Profetas y reyes, p. 311).
[Daniel] recordó primero a Belsasar asuntos que le eran familiares, pero que no le habían enseñado la lección de humildad que podría haberle salvado. Habló del pecado de Nabucodonosor, de su caída y de cómo el Señor había obrado con él, del dominio y la gloria que se le habían concedido, así como del castigo divino que mereció su orgullo y del subsiguiente reconocimiento que había expresado acerca del poder y la misericordia del Dios de Israel. Después, en palabras audaces y enfáticas, reprendió a Belsasar por su gran impiedad... Se le había concedido la oportunidad de conocer al verdadero Dios y de obedecerle, pero no le había prestado atención, y estaba por cosechar las consecuencias de su rebelión...
Aquella última noche de loca insensatez, Belsasar y sus señores habían colmado la medida de su culpabilidad y de la que incumbía al reino caldeo. Ya no podía la mano refrenadora de Dios desviar el mal que los amenazaba... A causa de la extraña perversidad del corazón humano, Dios encontraba por fin necesario dictar la sentencia irrevocable. Belsasar iba a caer, y su reino iba a ser traspasado a otras manos (Profetas y reyes, pp. 388, 389).
El Señor habla; entrad en vuestro cuarto y en silencio meditad de corazón; escuchad la voz de la verdad y de la conciencia. Nada producirá más exactas opiniones acerca de uno mismo que la oración secreta. Aquel que ve en secreto y que conoce todas las cosas alumbrará vuestro entendimiento y contestará vuestras peticiones. Deberes claros y sencillos que no deben ser olvidados serán presentados ante vosotros. Haced un pacto con Dios de entregaos a vosotros mismos y todas vuestras fuerzas a su servicio (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 152).
Dentro de pocos y cortos años el rey de Babilonia iba a ser usado como instrumento de la ira de Dios sobre el impenitente Judá... Una compañía tras otra, compuestas al principio de poca gente, pero más tarde de millares y decenas de millares de cautivos, iban a ser llevadas a la tierra de Sinar, para morar allí en destierro forzoso... Castigos cada vez más severos iban a ser infligidos a la nación rebelde, hasta que por fin toda la tierra quedase asolada, Jerusalén reducida a ruinas chamuscadas por el fuego, destruido el templo que Salomón había edificado, y el reino de Judá iba a caer para nunca volver a ocupar su puesto anterior entre las naciones de la tierra (Profetas y reyes, p. 311).
[Daniel] recordó primero a Belsasar asuntos que le eran familiares, pero que no le habían enseñado la lección de humildad que podría haberle salvado. Habló del pecado de Nabucodonosor, de su caída y de cómo el Señor había obrado con él, del dominio y la gloria que se le habían concedido, así como del castigo divino que mereció su orgullo y del subsiguiente reconocimiento que había expresado acerca del poder y la misericordia del Dios de Israel. Después, en palabras audaces y enfáticas, reprendió a Belsasar por su gran impiedad... Se le había concedido la oportunidad de conocer al verdadero Dios y de obedecerle, pero no le había prestado atención, y estaba por cosechar las consecuencias de su rebelión...
Aquella última noche de loca insensatez, Belsasar y sus señores habían colmado la medida de su culpabilidad y de la que incumbía al reino caldeo. Ya no podía la mano refrenadora de Dios desviar el mal que los amenazaba... A causa de la extraña perversidad del corazón humano, Dios encontraba por fin necesario dictar la sentencia irrevocable. Belsasar iba a caer, y su reino iba a ser traspasado a otras manos (Profetas y reyes, pp. 388, 389).
El Señor habla; entrad en vuestro cuarto y en silencio meditad de corazón; escuchad la voz de la verdad y de la conciencia. Nada producirá más exactas opiniones acerca de uno mismo que la oración secreta. Aquel que ve en secreto y que conoce todas las cosas alumbrará vuestro entendimiento y contestará vuestras peticiones. Deberes claros y sencillos que no deben ser olvidados serán presentados ante vosotros. Haced un pacto con Dios de entregaos a vosotros mismos y todas vuestras fuerzas a su servicio (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 152).
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