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Jueves 21 de noviembre: El Templo

Jueves 21 de noviembre: 

El Templo

El tabernáculo, como después el templo, se erigió totalmente con ofrendas voluntarias; y para sufragar los gastos de las reparaciones necesarias y otros desembolsos, Moisés mandó que en ocasión de cada censo del pueblo, cada uno diera medio siclo para el servicio del Santuario. Véase Éxodo 30: 12-16; 2 Reyes 12:4, 5; 2 Crónicas 24:4, 13. En el tiempo de Nehemías se hacía w1a contribución anual para estos fines. Nehcmías 10:32, 33. De vez en cuando se ofecían sacrificios expiatorios y de agradecimiento a Dios. Estos eran traídos en grandes cantidades durante las fiestas anuales. Y se proveía generosamente para el cuidado de los pobres (Patriarcas y profetas, p. 565).

En la purificación del templo, Jesús anunció su misión como Mesías y comenzó su obra... Desde las edades eternas, había sido el propósito de Dios que todo ser creado, desde el resplandeciente y santo serafín hasta el hombre, fuese un templo para que en él habitase el Creador. A causa del pecado, la humanidad había dejado de ser templo de Dios. Ensombrecido y contaminado por el pecado, el corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser divino. Pero por la encarnación del Hijo de Dios, se cumple el propósito del Cielo. Dios mora en la huma­nidad, y mediante la gracia salvadora, el corazón del hombre vuelve a ser su templo. Dios quería que el templo de Jerusalén fuese un testi­monio continuo del alto destino ofrecido a cada alma. Pero los judíos no habían comprendido el significado del edificio que consideraban con tanto orgullo. No se entregaban a sí mismos como santuarios del Espíritu divino. Los atrios del templo de Jerusalén, llenos del tumulto de un tráfico profano, representaban con demasiada exactitud el templo del corazón, contaminado por la presencia de las pasiones sensuales y de los pensamientos profanos. Al limpiar el templo de los compradores y vendedores mundanales, Jesús anunció su misión de limpiar el cora­zón de la contaminación del pecado (El Deseado de todas las gentes, p. 132).

Pablo tenía una muy humilde opinión de su progreso en la vida cris­tiana. Habla de sí mismo como del mayor de los pecadores. También dice: "No que ya haya alcanzado, ni que ya sea perfecto". (Filipenses 3:12). Siu embargo, Pablo había sido altamente honrado por el Señor... Hoy se necesitan obreros que tengan ese espíritu. Los que se sientan suficientes, y estén satisfechos de sí mismos, pueden muy bien quedar separados de la obra de Dios. Nuestro Sefior pide obreros que, sintiendo su propia necesidad de la sangre expiatoria de Cristo, entren en su obra, no con jactancia ni con suficiencia propia, sino con la plena seguridad de la fe, percatándose de que siempre necesitarán la ayuda de Cristo para saber cómo tratar con las mentes (Obreros evangélicos, p. 150).

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