Lunes 25 de noviembre:
En sus ciudades
Es cierto que sufriremos chascos y que nos aguardan tribulaciones; pero debemos encomendar todo, sea grande o pequeño, a nuestro Dios. A él no lo aturden la multitud de nuestros sinsabores, ni lo abruma el peso de nuestras cargas. Su protección se extiende a todos los hogares y vela por cada individuo. A él le preocupan todos nuestros negocios y pesares. El anota cada lágrima; se conmueve al advertir nuestras debilidades. Todas las aflicciones y pruebas que nos sobrecogen son permitidas a fin de que obren los divinos propósitos de amor en nuestro beneficio, para que recibamos su santificación", y así participemos de la plenitud del gozo que se halla en su presencia (Mi vida hoy, p. 301).
Dios conoce íntimamente a cada hombre. Si nuestros ojos pudieran ser abiertos, veríamos la justicia eterna que está en acción en nuestro mundo. Está en función una influencia poderosa, ajena al dominio del hombre. El hombre puede suponer que él está dirigiendo las cosas, pero actúan influencias que son más quc humanas. Los siervos de Dios saben que él está en acción para contrarrestar los planes de Satanás. Los que no conocen a Dios no pueden comprender sus acciones. Está en acción una rueda dentro de una rucda. La complejidad de la maquinaria cs, en apariencia, tan intrincada, que el hombre solo puede ver una confusión completa. Pero la mano divina, tal como la vio el profeta Ezequiel, está colocada sobre las ruedas, y cada parte se mueve en completa armonía, haciendo cada una su obra específica, y sin embargo con libertad de acción individual (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 4, pp. 1182, 1183).
Si pensamos como Dios, nuestra voluntad se sumergirá en la de Dios, e iremos a cualquier parte donde Dios nos dirija. Así como un niño amante pone su mano en la de su padre, y camina junto a él con plena confianza haya oscuridad o luz, así también los hijos de Dios deben andar con Jesús en tiempo de gozo o de aflicción... El alma que ama a Dios, se complace en obtener fuerza de él mediante una constante comunión con él. Cuando la conversación con Dios se convierte en el hábito del alma, se rompe el poder del diablo, porque Satanás no puede morar cerca del alma que está junto a Dios. Si Cristo es vuestro compañero, no tendréis pensamientos vanos e impuros; no os complaceréis en pronunciar palabras frívolas que afligirán al que ha sido el santificador de vuestra alma (A fin de conocerle, pp. 248, 249).
Comentarios
Publicar un comentario