Miércoles 18 de diciembre:
El pesar de Esdras y de sus asociados por los males que se habían infiltrado insidiosamente en el mismo corazón de la obra de Dios, produjo arrepentimiento. Muchos de los que habían pecado quedaron profundamente afectados. “Y lloraba el pueblo con gran llanto.” Esdras 10:1. Empezaron a comprender en forma limitada el carácter odioso del pecado, y el horror con que Dios lo considera. Vieron cuán sagrada es la ley promulgada en el Sinaí, y muchos temblaron al pensar en sus transgresiones….
Tal fue el comienzo de una reforma admirable. Con infinita paciencia y tacto, y con una cuidadosa consideración de los derechos y el bienestar de todos los afectados, Esdras y sus asociados procuraron conducir por el camino correcto a los penitentes de Israel. Sobre todo lo demás, Esdras enseñó la ley; y mientras dedicaba su atención personal a examinar cada caso, procuraba hacer comprender al pueblo la santidad de la ley, así como las bendiciones que podían obtenerse por la obediencia (Profetas y reyes, p. 458).
Los motivos de Esdras eran elevados y santos; en todo lo que hacía era impulsado por un profundo amor hacia las almas. La compasión y la ternura que revelaba hacia los que habían pecado, fuese voluntariamente o por ignorancia, debe ser una lección objetiva para todos los que procuran realizar reformas. Los siervos de Dios deben ser tan firmes como una roca en lo que se refiere a los principios correctos; y con todo han de manifestar simpatía y tolerancia. Como Esdras, deben enseñar a los transgresores el camino de la vida al inculcarles los principios en que se funda toda buena acción (Profetas y reyes, p. 459).
Nuestra primera tarea tiene que ver con nuestro propio corazón. Debemos practicar los principios verdaderos que conducen a la reforma. El corazón se debe convertir y santificar; en caso contrario, no tendremos relación con Cristo. Mientras nuestro corazón esté dividido, jamás estaremos preparados para servir en esta vida o en la futura. Como seres inteligentes, necesitamos sentarnos a pensar si realmente estamos buscando el reino de Dios y su justicia. Lo mejor que podemos hacer es meditar seria y sinceramente en si estamos dispuestos a hacer el esfuerzo necesario para obtener la esperanza y lograr el cielo que aguarda al cristiano. Si por la gracia de Cristo llegamos a la conclusión de que realmente lo queremos, la siguiente pregunta será: ¿Qué debo abandonar en mi vida para que no me sea una piedra de tropiezo?
El gran pecado del pueblo de Dios en la actualidad consiste en que no aprecia el valor de las bendiciones que Dios derrama sobre él. Servimos al Señor con corazones divididos. Albergamos algún ídolo y rendimos culto en su altar. La verdad de Dios, si se la incorpora a la vida y se la entrelaza con el carácter, será elevada y santa, y santificará el alma. Dios está tratando de que, por medio de su verdad, lleguemos a ser un pueblo separado y diferente. Este es el resultado de la influencia de la verdad (Cada día con Dios, pp. 46, 48).
Esdras Actúa
Tal fue el comienzo de una reforma admirable. Con infinita paciencia y tacto, y con una cuidadosa consideración de los derechos y el bienestar de todos los afectados, Esdras y sus asociados procuraron conducir por el camino correcto a los penitentes de Israel. Sobre todo lo demás, Esdras enseñó la ley; y mientras dedicaba su atención personal a examinar cada caso, procuraba hacer comprender al pueblo la santidad de la ley, así como las bendiciones que podían obtenerse por la obediencia (Profetas y reyes, p. 458).
Los motivos de Esdras eran elevados y santos; en todo lo que hacía era impulsado por un profundo amor hacia las almas. La compasión y la ternura que revelaba hacia los que habían pecado, fuese voluntariamente o por ignorancia, debe ser una lección objetiva para todos los que procuran realizar reformas. Los siervos de Dios deben ser tan firmes como una roca en lo que se refiere a los principios correctos; y con todo han de manifestar simpatía y tolerancia. Como Esdras, deben enseñar a los transgresores el camino de la vida al inculcarles los principios en que se funda toda buena acción (Profetas y reyes, p. 459).
Nuestra primera tarea tiene que ver con nuestro propio corazón. Debemos practicar los principios verdaderos que conducen a la reforma. El corazón se debe convertir y santificar; en caso contrario, no tendremos relación con Cristo. Mientras nuestro corazón esté dividido, jamás estaremos preparados para servir en esta vida o en la futura. Como seres inteligentes, necesitamos sentarnos a pensar si realmente estamos buscando el reino de Dios y su justicia. Lo mejor que podemos hacer es meditar seria y sinceramente en si estamos dispuestos a hacer el esfuerzo necesario para obtener la esperanza y lograr el cielo que aguarda al cristiano. Si por la gracia de Cristo llegamos a la conclusión de que realmente lo queremos, la siguiente pregunta será: ¿Qué debo abandonar en mi vida para que no me sea una piedra de tropiezo?
El gran pecado del pueblo de Dios en la actualidad consiste en que no aprecia el valor de las bendiciones que Dios derrama sobre él. Servimos al Señor con corazones divididos. Albergamos algún ídolo y rendimos culto en su altar. La verdad de Dios, si se la incorpora a la vida y se la entrelaza con el carácter, será elevada y santa, y santificará el alma. Dios está tratando de que, por medio de su verdad, lleguemos a ser un pueblo separado y diferente. Este es el resultado de la influencia de la verdad (Cada día con Dios, pp. 46, 48).
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