Lunes, 20 de enero:
Dura fue la prueba que arrostraron... estos jóvenes cuando Nabucodonosor publicó el edicto que obligaba a todos los funcionarios del reino a reunirse para la dedicación de la enorme imagen, y a arrodillarse y adorarla cuando sonaran los instrumentos de música. Si alguno desobedecía esa orden, inmediatamente sería arrojado en un horno ardiente. La idea de adorar esa imagen había nacido en el círculo de los sabios de Babilonia, quienes querían que los jóvenes hebreos se unieran a su culto idolátrico. Estos eran magníficos cantores, y los caldeos que rían que olvidaran su Dios y aceptaran el culto de los ídolos babilónicos.
Llegó el día señalado, y cuando resonó la música, la inmensa muchedumbre que se había congregado obedeciendo la orden del rey, "se postraron, y adoraron la estatua de oro". Pero estos jóvenes fieles no se arrodillaron (Mi vida hoy, p. 70).
El Señor se dio a conocer a los paganos de Babilonia mediante los cautivos hebreos. A esa nación idólatra se le dio un conocimiento del reino que el Señor iba a establecer y sostener mediante su poder contra todo el poder y la habilidad de Satanás. Daniel y sus compañeros, Esdras y Nehemías y muchos otros, fueron testigos de Dios en su cautiverio. El Señor los esparció entre los reinos de la tierra para que su luz pudiera resplandecer brillantemente en medio de las negras tinieblas del paganismo y la idolatría. Dios reveló a Daniel la luz de sus propósitos, que habían estado ocultos por muchas generaciones. Dispuso que Daniel contemplara en visión la luz de la verdad divina, y que reflejara esa luz. sobre el orgulloso reino de Babilonia. Se permitió que desde el trono de Dios refulgiera luz sobre el despótico rey. Se mostró a Nabucodonosor que el Dios del cielo regia sobre todos los monarcas y reyes de la tierra. Su nombre debía publicarse como el de Dios que está por encima de todos los dioses. Dios anhelaba que Nabucodonosor comprendiera que los gobernantes de los reinos terrenales tenían un gobernante en los cielos. La fidelidad de Dios al rescatar a los tres cautivos de las llamas y al justificar la conducta de ellos, mostró el poder maravilloso de Dios (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, 1. 4, p. 1190).
Daniel y sus compañeros tenían una conciencia sin ofensa delante de Dios. Pero esto no se logra sin lucha. ¡Qué prueba significó para los tres amigos de Daniel la orden de adorar la gran imagen instalada por el rey Nabucodonosor en la llanura de Dura! Sus principios les prohibían rendir homenaje al ídolo, porque era un rival del Dios del cielo. Sabían que le debían a Dios toda facultad que poseían, y aunque sus corazones estaban llenos de generosa simpatía hacia todos los hombres, tenían la elevada aspiración de mantenerse enteramente leales a su Dios (En los lugares celestiales, p. 151).
Llegó el día señalado, y cuando resonó la música, la inmensa muchedumbre que se había congregado obedeciendo la orden del rey, "se postraron, y adoraron la estatua de oro". Pero estos jóvenes fieles no se arrodillaron (Mi vida hoy, p. 70).
El Señor se dio a conocer a los paganos de Babilonia mediante los cautivos hebreos. A esa nación idólatra se le dio un conocimiento del reino que el Señor iba a establecer y sostener mediante su poder contra todo el poder y la habilidad de Satanás. Daniel y sus compañeros, Esdras y Nehemías y muchos otros, fueron testigos de Dios en su cautiverio. El Señor los esparció entre los reinos de la tierra para que su luz pudiera resplandecer brillantemente en medio de las negras tinieblas del paganismo y la idolatría. Dios reveló a Daniel la luz de sus propósitos, que habían estado ocultos por muchas generaciones. Dispuso que Daniel contemplara en visión la luz de la verdad divina, y que reflejara esa luz. sobre el orgulloso reino de Babilonia. Se permitió que desde el trono de Dios refulgiera luz sobre el despótico rey. Se mostró a Nabucodonosor que el Dios del cielo regia sobre todos los monarcas y reyes de la tierra. Su nombre debía publicarse como el de Dios que está por encima de todos los dioses. Dios anhelaba que Nabucodonosor comprendiera que los gobernantes de los reinos terrenales tenían un gobernante en los cielos. La fidelidad de Dios al rescatar a los tres cautivos de las llamas y al justificar la conducta de ellos, mostró el poder maravilloso de Dios (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, 1. 4, p. 1190).
Daniel y sus compañeros tenían una conciencia sin ofensa delante de Dios. Pero esto no se logra sin lucha. ¡Qué prueba significó para los tres amigos de Daniel la orden de adorar la gran imagen instalada por el rey Nabucodonosor en la llanura de Dura! Sus principios les prohibían rendir homenaje al ídolo, porque era un rival del Dios del cielo. Sabían que le debían a Dios toda facultad que poseían, y aunque sus corazones estaban llenos de generosa simpatía hacia todos los hombres, tenían la elevada aspiración de mantenerse enteramente leales a su Dios (En los lugares celestiales, p. 151).
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