Jueves, 13 de febrero:
Vindicación
El caso de Daniel nos muestra que, a través de los principios religiosos, los jóvenes pueden triunfar sobre la concupiscencia de la carne
y permanecer fieles a las exigencias de Dios, aun a pesar de un gran
sacrificio. ¿Qué habría sucedido si hubiese entrado en componendas
con los oficiales idólatras y hubiese cedido a la presión del momento
comiendo y bebiendo según era costumbre entre los babilonios? Ese
único paso en falso habría bastado para llevarlo a dar otros, hasta que su
vínculo con el cielo se dañara y se alejara de él víctima de la tentación.
Pero, puesto que se aferró a Dios con una confianza firme, el espíritu
del poder profético descendió sobre él. A la vez que los hombres lo
instruían en los deberes de la vida de la corte, Dios le enseñaba a leer
los misterios de las edades futuras (Testimonios para la iglesia, t. 4, p.
563).
Daniel amaba, temía y obedecía a Dios. Y aun así no huyó del
mundo para evitar su influencia corruptora. La providencia de Dios lo
puso en el mundo aunque no era del mundo. Rodeado de todas las tentaciones y las fascinaciones de la vida cortesana, conservó la integridad
de su alma, con una adherencia a los principios que era firme como una
roca. Hizo de Dios su fuerza y él no lo olvidó en el momento de mayor
necesidad (Testimonios para la iglesia, t. 4 p. 562).
''No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el
cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones". No podemos leer el corazón. Por ser imperfectos, no somos competentes para juzgar a otros. A causa de sus limitaciones, el hombre solo puede juzgar por las apariencias. Únicamente a Dios, quien conoce los motivos secretos de los actos y trata a cada
uno con amor y compasión, le corresponde decidir el caso de cada alma.
"Eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas;
pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo". Los que juzgan o critican a los demás se proclaman culpables; porque hacen las mismas cosas que censuran en otros.
Al condenar a los demás, se sentencian a sí mismos, y Dios declara que
el dictamen es justo. Acepta el veredicto que ellos mismos se aplican
(El discurso maestro de Jesucristo, p. 106).
En vez de encontrar faltas en otros, examinémonos a nosotros
mismos. La pregunta de cada uno de nosotros debiera ser: ¿Es recto mi
corazón delante de Dios? ¿Glorificará a mi Padre celestial este proceder? Si habéis fomentado un mal espíritu, desterrado del alma. Vuestro
deber es desarraigar del corazón todo lo que contamine; debiera arrancarse cada raíz de amargura, para que otros no se contaminen con su
perniciosa influencia. No permitáis que quede en el terreno del corazón
ninguna planta venenosa. Arrancadla esta misma hora, y plantad en su
lugar la planta del amor. Entronícese a Jesús en el alma.
Cristo es nuestro ejemplo. Él fue haciendo bienes. Vivió para bendecir a otros. El amor embelleció y ennobleció todas sus acciones, y se
nos ordena que sigamos sus pisadas (A fin de conocerle, p. 188).
Viernes, 14 de febrero: Para estudiar y meditar
En los lugares celestiales, "Manteniéndose en la luz del cielo", p.
72.
La fe por la cual vivo, "Los santos juzgarán el mundo", p. 218.
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