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Martes, 11 de febrero: La oración de Daniel

Martes, 11 de febrero: 

La oración de Daniel 

El decreto es proclamado por el rey. Daniel se halla familiarizado con el propósito de sus enemigos de arruinarlo. Pero él no cambia su conducta en un solo aspecto. Con calma realiza sus deberes acostumbrados, y a la hora de la oración, va a su cámara, y con las ventanas abiertas hacia Jerusalén, ofrece sus peticiones al Dios del cielo. Mediante su comportamiento declara intrépidamente que ningún poder terrenal tiene el derecho a interrumpir su relación con Dios, y decirle a quién debía y a quién no debía orar. ¡Noble hombre de principios! ¡Se yergue ante el mundo hoy como un loable ejemplo de valentía y fidelidad cristianas! Se vuelve a Dios con todo su corazón, aunque sabe que la muerte es la penalidad por su devoción. 

Sus adversarios lo vigilan un día entero. Tres veces se dirige a su cámara; tres veces la voz de la intercesión fervorosa ha sido oída. La próxima mañana se le presenta al rey la queja de que Daniel, uno de los cautivos de Judá, ha desafiado su decreto. Cuando el monarca oyó estas palabras, sus ojos fueron abiertos de inmediato para ver la trampa que se había armado. Se disgustó grandemente consigo mismo por haber firmado un decreto semejante, y trabajó hasta la caída del sol para idear algún plan por el cual Daniel pudiera ser librado. Pero los enemigos del profeta habían previsto esto, de manera que vinieron delante del rey con estas palabras: "Sepas, oh rey, que es ley de Media y de Persia que ningún edicto u ordenanza que el rey confirme puede ser abrogado" (La edificación del carácter, pp. 41, 42). 

Se me presentó el caso de Daniel. Aunque sus pasiones eran similares a las nuestras, la pluma inspirada nos lo presenta con un carácter sin mancha. Su vida es un ejemplo vivo de que se puede llegar a ser un hombre íntegro, aun en esta vida, si se hace de Dios la fuente de nuestra fuerza y se aprovechan sabiamente las ocasiones y los privilegios que estén a nuestro alcance. Daniel era un gigante intelectual; y aun así, constantemente buscaba aumentar su conocimiento y alcanzar logros más elevados. Otros jóvenes tenían las mismas oportunidades; pero, a diferencia de él, no dedicaron todas sus energías a buscar la sabiduría, el conocimiento de Dios tal como se revela en su palabra y en su obra. Aunque Daniel era uno de los mayores hombres del mundo, no era orgulloso ni autosuficiente. Sentía la necesidad de alimentar su alma con la oración y cada mañana suplicaba sinceramente ante Dios. Nada lo habría privado de este privilegio, ni siquiera la amenaza del foso de los leones impidió que continuara orando (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 562). 

Una gran crisis aguarda al pueblo de Dios. Una crisis aguarda al mundo. La lucha más portentosa de todas las edades está por producirse ... 

Cuando las leyes de los gobernantes terrenales se opongan a las leyes del Gobernante supremo del universo, entonces le serán fieles los que son leales súbditos de Dios (Maranata, el Señor viene, pp. 135, 136).

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