SÁBADO, 8 DE FEBRERO:
Del foso de los leones al foso del ángel
Daniel era fiel, noble y generoso. A la vez que ansiaba estar en paz
con todos los hombres no permitía que ninguna potencia lo desviara del
camino del deber. Estaba dispuesto a obedecer a aquellos que eran sus
gobernantes, en la medida que ello no entrara en contradicción con la
verdad y la justicia. No había reyes ni decretos que lo apartaran de su
fidelidad al Rey de reyes. Daniel solo tenía dieciocho años cuando fue
llevado a una corte pagana para entrar al servicio del rey de Babilonia.
Su juventud hace que su noble resistencia al error y su firme adhesión
a la justicia sean aún más admirables. Su noble ejemplo debería dar
fuerza a los que, aún hoy, sufren pruebas y tentaciones (Testimonios
para la iglesia, t. 4 pp. 562, 563).
Los que se mantendrán en pie ahora, son los hombres y las mujeres de corazón íntegro y que se han decidido completamente. Vez
tras vez Jesús seleccionó a sus seguidores hasta que en cierta ocasión
quedaron solo once y algunas mujeres fieles con los cuales edificaría
el fundamento de la iglesia cristiana. Existen personas que se echan
atrás cuando hay cargas que llevar; pero cuando la iglesia resplandece,
se contagian del entusiasmo, cantan y exclaman, y se arrebatan; pero
observadlos. Cuando se disipa el fervor, solamente algunos fieles como
Caleb se adelantarán y darán evidencia de principios constantes. Estos
son la sal que retiene su sabor. Es cuando la obra se mueve con dificultad que surgen dentro de las iglesias verdaderos obreros. Estos no se
pasarán hablando de sí mismos o justificándose a sí mismos, sino que
se identificarán completamente con Cristo Jesús. Ser grande en el reino
de Dios significa ser un niño pequeño en humildad, sencillez de fe, y
en pureza de amor.
Perecerá el orgullo; se vencerá toda envidia; se abandonará todo
afán de supremacía; y se alentarán la mansedumbre y la confianza de
niño. Todos los que hacen esto encontrarán que Cristo es su roca defensora, su torre fuerte. Podrán confiar en él plenamente, y él nunca les
faltará (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 122).
¿Por qué se permitió que el gran conflicto se prolongara por tantos
siglos? ¿Por qué no se suprimió la existencia de Satanás al comienzo
mismo de su rebelión? Para que el universo se convenciera de la justicia de Dios en su trato con el mal; para que el pecado recibiera condenación
eterna. En el plan de salvación hay alturas y profundidades que la
eternidad misma nunca podrá agotar, maravillas que los ángeles
desearían escrutar. De todos los seres creados, únicamente los redimidos
han conocido por experiencia el conflicto real con el pecado; han
trabajado con Cristo y, cosa que ni los ángeles podrían hacer, han
participado de sus sufrimientos. ¿No tendrán acaso algún testimonio
acerca de la ciencia de la redención, algo que sea de valor para los seres
no caídos? ...
En aquella gran multitud que nadie podrá contar, presentada "sin
mancha delante de su gloria con gran alegría". Aquel cuya sangre nos
ha redimido y cuya vida ha sido para nosotros una enseñanza, "verá el
fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho" (La educación,
pp. 276, 277).
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