Jueves, 16 de abril:
Los apóstoles y la Biblia
Los discípulos no eran sino hombres humildes, sin riquezas, y sin otra arma que la palabra de Dios; sin embargo en la fuerza de Cristo salieron para contar la maravillosa historia del pesebre y la cruz y triunfar sobre toda oposición. Aunque sin honor ni reconocimiento terrenales, eran héroes de la fe. De sus labios salían palabras de elocuencia divina que hacían temblar al mundo - Los hechos de los apóstoles, p. 64.Los fariseos despreciaban la sencillez de Jesús. Desconocían sus milagros, y pedían una señal de que era el Hijo de Dios. Pero los samaritanos no pidieron señal, y Jesús no hizo milagros entre ellos, fuera del que consistió en revelar los secretos de su vida a la mujer que estaba al lado del pozo. Sin embargo, muchos le recibieron. En su nuevo gozo, decían a la mujer: “Ya no creemos por tu dicho; porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo”.
Los samaritanos creían que el Mesías había de venir como Redentor, no solo de los judíos, sino del mundo. El Espíritu Santo, por medio de Moisés, lo había anunciado como profeta enviado de Dios. Por medio de Jacob, se había declarado que todas las gentes se congregarían alrededor suyo; y por medio de Abraham, que todas las naciones de la tierra serían benditas en él. En estos pasajes basaba su fe en el Mesías la gente de Samaria, El hecho de que los judíos habían interpretado erróneamente a los profetas ulteriores, atribuyendo al primer advenimiento la gloria de la segunda venida de Cristo, había inducido a los samaritanos a descartar todos los escritos sagrados excepto aquellos que habían sido dados por medio de Moisés. Pero como el Salvador desechaba estas falsas interpretaciones, muchos aceptaron las profecías ulteriores y las palabras de Cristo mismo acerca del reino de Dios --EI Deseado de todas las gentes, pp. 163, 164.
Apropiémonos de las ricas promesas de Dios. El jardín de Dios está lleno de ricas promesas. Recojámoslas; llevémoslas con nosotros; mostremos que creemos en Dios. Aceptemos al pie de la letra su Palabra; no sea hallado ninguno de nosotros desconfiando de Dios o dudando de él.
Seamos cristianos que crecen. No debemos detenernos. Debemos estar hoy más adelante de lo que estábamos ayer, aprendiendo todos los días a ser más confiados, a descansar más plenamente en Jesús. Así tenemos que crecer. No alcanzaréis la perfección de un solo salto. La santificación es una obra de toda la vida —Mensajes selectos, t. 3, p. 219.
Viernes, 17 de abril: Para estudiar y meditar
Profetas y reyes, “La venida del Libertador”, pp. 502-518;
El Deseado de todas las gentes, “La niñez de Cristo”, pp. 49-55.
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