Martes, 12 de mayo:
Repetición, formas de escritura y significado
Y el uno daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Isaías 6:3.
Esos seres santos cantaban la alabanza y la gloria a Dios con labios no contaminados por el pecado. El contraste entre la pobre alabanza que [Isaías] había estado acostumbrado a dar al Creador y las fervientes alabanzas de los serafines, sorprendía y humillaba al profeta ...
A sí, cuando al siervo de Dios le es permitido contemplar la gloria del Dios del cielo que se revela a la humanidad, y percibe en un grado [aunque sea] mínimo la pureza del Santo de Israel, hará confesiones pasmosas de la contaminación de su alma, más que jactancias orgullosas de su santidad. Con profunda humildad Isaías exclamó: "¡Ay de mí, pues soy perdido! porque soy hombre de labios inmundos". No se trata aquí de la humildad forzada y del servil reproche de sí mismo cuyo despliegue pareciera que muchos consideran una virtud. Este dudoso remedo de la humildad es impulsado por corazones llenos de orgullo y estima propia. Muchos de los que se desmerecen a sí mismos de palabra, se sentirían decepcionados si ese proceder no suscitara expresiones de alabanza y aprecio de parte de los demás. Pero la convicción del profeta era genuina -Conflicto y valor, p. 233.
Cuántos se aferran tenazmente a lo que creen que es dignidad, y que solo es estima propia. Los tales tratan de honrarse a sí mismos, en vez de esperar con humildad de corazón que Cristo los honre. En la
conversación, más tiempo se pasa hablando del yo que exaltando las riquezas de la gracia de Cristo ...
conversación, más tiempo se pasa hablando del yo que exaltando las riquezas de la gracia de Cristo ...
La verdadera santidad y humildad son inseparables. Mientras más cerca esté el alma de Dios, más completamente se humillará y someterá. Cuando Job oyó la voz del Señor desde el torbellino, exclamó: "Me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza". Job 42:6 ...
El que capta un destello del incomparable amor de Cristo, computa todas las otras cosas como pérdida, y considera al Señor como el principal entre diez mil, y todo él codiciable. Cuando los serafines y querubines contemplan a Cristo, cubren su rostro con sus alas. No despliegan su perfección y belleza en la presencia de la gloria de su Señor. ¡Cuán impropio es, pues, que los hombres se exalten a sí mismos! Deberían, más bien, ser revestidos de humildad, cesar toda lucha por la supremacía, y aprender lo que significa ser manso y humilde de corazón. El que contempla la gloria y el amor infinito de Dios tendrá un concepto humilde de sí mismo; y contemplando el carácter de Dios, será transformado a su divina imagen -That I May Know Him, p. 175; parcialmente en A fin de conocerle, p. 176.
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