Sábado de tarde, 16 de mayo
En la actualidad, los hombres aseveran que las enseñanzas de Cristo con respecto a Dios no pueden verificarse por medio de las maravillas del mundo natural, porque la naturaleza no se halla en armonía con el Antiguo y Nuevo Testamento. Esta supuesta falta de conformidad entre aquélla y la ciencia no existe. La Palabra del Dios de los cielos no concuerda con la ciencia humana, pero está en perfecto acuerdo con su propia ciencia creada.
El Dios vivo merece nuestro pensamiento, nuestra alabanza, nuestra adoración como Creador del mundo, como Creador del hombre. Debemos alabar a Dios porque fuimos maravillosamente hechos. Él no ignoró nuestra esencia cuando fuimos formados en secreto. Sus ojos vieron nuestro ser, aún siendo imperfectos, y en su libro fueron escritos todos nuestros miembros cuando, sin embargo, no existía ninguno de ellos. Él sopló en nuestra nariz el aliento de vida. La inspiración de Dios nos ha dado entendimiento —Alza tus ojos, p. 276.
La doctrina de la encarnación de Cristo es un misterio: “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades”. Colosenses 1:26. Es el misterio grande y profundo de la piedad. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Cristo tomó sobre sí la natura leza humana, una naturaleza inferior a la suya que era celestial. Nada demuestra como esto la incomprensible condescendencia de Dios...
Cristo no tomó la naturaleza humana como un disfraz; la adoptó de veras. En realidad poseyó una naturaleza humana. “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo”. Era el hijo de María; era descendiente de David, de acuerdo con la genealogía humana. Se declaró que era un hombre, Jesucristo-Hombre. Pablo escribe de él: “Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo”. Hebreos 3:3 —Exaltad a Jesús, p. 68
Para restaurar la salud a ese cuerpo que se corrompía, no se necesitaba menos que el poder creador. La misma voz que infundió vida al hombre creado del polvo de la tierra, había infundido vida al paralítico moribundo. Y el mismo poder que dio vida al cuerpo, había renovado el corazón. El que en la creación “dijo, y fue hecho”, “mandó, y existió”, (Salmo 33:9) había infundido por su palabra vida al alma muerta en delitos y pecados. La curación del cuerpo era una evidencia del poder que había renovado el corazón. Cristo ordenó al paralítico que se levan tase y anduviese, “para que sepáis dijo que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados” ... Jesús vino para “deshacer las obras del diablo”. “En él estaba la vida”, y él dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Él es un “espíritu vivificante”. 1 Juan 3:8; Juan 1:4; 10:10; 1 Corintios 15:45. Y tiene todavía el mismo poder vivificante que, mientras estaba en la tierra, sanaba a los enfermos y perdonaba al pecador-El Deseado de todas las gentes, pp. 235, 236.
El Dios vivo merece nuestro pensamiento, nuestra alabanza, nuestra adoración como Creador del mundo, como Creador del hombre. Debemos alabar a Dios porque fuimos maravillosamente hechos. Él no ignoró nuestra esencia cuando fuimos formados en secreto. Sus ojos vieron nuestro ser, aún siendo imperfectos, y en su libro fueron escritos todos nuestros miembros cuando, sin embargo, no existía ninguno de ellos. Él sopló en nuestra nariz el aliento de vida. La inspiración de Dios nos ha dado entendimiento —Alza tus ojos, p. 276.
La doctrina de la encarnación de Cristo es un misterio: “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades”. Colosenses 1:26. Es el misterio grande y profundo de la piedad. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Cristo tomó sobre sí la natura leza humana, una naturaleza inferior a la suya que era celestial. Nada demuestra como esto la incomprensible condescendencia de Dios...
Cristo no tomó la naturaleza humana como un disfraz; la adoptó de veras. En realidad poseyó una naturaleza humana. “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo”. Era el hijo de María; era descendiente de David, de acuerdo con la genealogía humana. Se declaró que era un hombre, Jesucristo-Hombre. Pablo escribe de él: “Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo”. Hebreos 3:3 —Exaltad a Jesús, p. 68
Para restaurar la salud a ese cuerpo que se corrompía, no se necesitaba menos que el poder creador. La misma voz que infundió vida al hombre creado del polvo de la tierra, había infundido vida al paralítico moribundo. Y el mismo poder que dio vida al cuerpo, había renovado el corazón. El que en la creación “dijo, y fue hecho”, “mandó, y existió”, (Salmo 33:9) había infundido por su palabra vida al alma muerta en delitos y pecados. La curación del cuerpo era una evidencia del poder que había renovado el corazón. Cristo ordenó al paralítico que se levan tase y anduviese, “para que sepáis dijo que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados” ... Jesús vino para “deshacer las obras del diablo”. “En él estaba la vida”, y él dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Él es un “espíritu vivificante”. 1 Juan 3:8; Juan 1:4; 10:10; 1 Corintios 15:45. Y tiene todavía el mismo poder vivificante que, mientras estaba en la tierra, sanaba a los enfermos y perdonaba al pecador-El Deseado de todas las gentes, pp. 235, 236.
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