Dios se ha revelado por intermedio de lazos de amor humano. Podemos verlo representado en la madre que acuna a su bebé dormido en sus brazos. Podemos verlo en el maestro y el pastor que dedican tiempo extra a escuchar. El anhelo inagotable de Dios por nosotros se manifiesta en las lágrimas de la madre ante la ejecución del criminal endurecido, que sigue siendo su hijo. El amor de Dios se ve en la confraternidad y el interés entre amigos y amados.
La Biblia nos presenta esta revelación del amor de Dios. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Sal. 103:13). “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isa. 49:15). “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
Pero, ¿qué en cuanto al hombre en Madera, California, que golpeó a su niñita de 6 años para que no llorara? La golpeó durante una hora. Y luego ella dijo: “Papá, ¿puedo tomar agua?” Y murió. ¿Dónde estaba en ese momento el amor de Dios? ¿Qué podemos decir de los bebidos golpeados, los hijos abandonados, los hogares rotos, las amistades rotas, los corazones rotos? ¿Cómo puede revelarse el amor de Dios en estas cosas?
Hasta las Escrituras nos recuerdan las limitaciones del amor humano, en comparación con el amor divino. En Isaías 49:15 se responde la pregunta: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz?”, diciendo: Sí, ella se podrá olvidar. El amor humano puede representar el amor de Dios, pero sólo de modo imperfecto.
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