El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (Prov. 9:10).
Considera el versículo anterior. Este, en realidad, entraña dos conceptos íntimamente relacionados: el “temor”, que es sinónimo de reverencia, sobrecogimiento ante la gloria y el poder de Dios; y el “conocimiento”, que es saber la verdad sobre el carácter de Dios. Por lo tanto, la sabiduría, el conocimiento y la inteligencia están cimentados en Dios mismo.
Esto tiene mucho sentido. Ciertamente, Dios es la Fuente de toda existencia, el que creó y sustenta toda la existencia (Juan 1:1-3; Col. 1:16, 17). Todo lo que aprendemos, todo lo que sabemos (sobre cuarks, orugas, supernovas, ángeles, demonios, “principados y potestades en los lugares celestiales” [Efe. 3:10]), existe solo gracias a Dios. Por ende, todo verdadero conocimiento, sabiduría e inteligencia (o “discernimiento”, NVI] proceden del Señor mismo.
La Escritura es clara: “Dios es amor” (1 Juan 4:8), lo que explica esta cita de Elena de White: “El amor, base de la Creación y de la Redención, es el fundamento de la verdadera educación. Esto se ve claramente en la Ley que Dios ha dado como guía de la vida. El primero y grande mandamiento es: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente’ (Luc. 10:27). Amar al Ser infinito, omnisciente, con todas las fuerzas, la mente y el corazón, significa el desarrollo más elevado de todas las facultades. Significa que en todo el ser –el cuerpo, la mente y el alma– debe restaurarse la imagen de Dios” (Ed 16).
Debido a que el Señor es la Fuente de todo verdadero conocimiento, de toda verdadera educación, la educación cristiana debería dirigir nuestra mente hacia él y hacia su revelación acerca de sí mismo. Mediante la naturaleza, la Palabra escrita y la revelación de Cristo en esa Palabra escrita, se nos ha dado todo lo que necesitamos, e incluso más, para alcanzar una relación salvífica con nuestro Señor y, de hecho, para amarlo con todo nuestro corazón y alma. Incluso la naturaleza, tan contaminada por miles de años de pecado, todavía habla, y con poder, de la bondad y el carácter de Dios cuando se la estudia desde la perspectiva que nos dan las Escrituras. Pero la Palabra escrita, la Biblia, es la norma perfecta de la verdad, la Revelación más grande que tenemos de quién es Dios y de lo que él hizo y está haciendo por la humanidad. La Biblia, y su mensaje de creación y redención, debe ser el centro de toda la educación cristiana.
El apóstol Juan dijo que Jesucristo, que vino a este mundo, es “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1:9). En otras palabras, así como solo a través de Jesús todos tienen vida, a través de Jesús todos reciben algunos rayos de luz divina, algún discernimiento de la verdad y la bondad trascendentales.
Sin embargo, todos estamos inmersos en una lucha, el Gran Conflicto, en el que el enemigo de las almas trabaja diligentemente para impedirnos recibir este conocimiento. Por lo tanto, más allá de lo que implique la educación cristiana, esta obviamente debe tratar de ayudar a los alumnos a entender mejor la luz que Dios nos ofrece desde el cielo.
De lo contrario, ¿qué propósito tendría? Como dijo Jesús: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mar. 8:36). ¿De qué sirve tener grandes conocimientos en ciencia, literatura, economía o ingeniería, si finalmente nos espera la segunda muerte en el lago de fuego? La respuesta es obvia, ¿verdad?
Esta es la razón del tema de la lección de este trimestre: ¿Qué significa tener una “educación cristiana”,
y cómo podemos nosotros, como iglesia, encontrar por todos los medios una manera de que todos nuestros miembros puedan obtener esa educación?
Esta guía de estudio de la Biblia para la Escuela Sabática de adultos fue escrita por varios directores de colegios y universidades adventistas del séptimo día de los Estados Unidos.
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