La Cura Mental
Muy íntima
es la relación entre la mente y el cuerpo. Cuando una está afectada, el otro
simpatiza con ella. La condición de la mente influye en la salud mucho más de
lo que generalmente se cree. Muchas enfermedades son el resultado de la
depresión mental. Las penas, la ansiedad, el descontento, remordimiento,
sentimiento de culpabilidad y desconfianza, menoscaban las fuerzas vitales, y
llevan al decaimiento y a la muerte.
Algunas veces la imaginación produce la enfermedad, y es frecuente que la
agrave. Muchos hay que llevan vida de inválidos cuando podrían estar buenos si
pensaran que lo están. Muchos se imaginan que la menor exposición del cuerpo
les causará alguna enfermedad, y efectivamente el mal sobreviene porque se le
espera. Muchos mueren de enfermedades cuya causa es puramente imaginaria.
El valor, la esperanza, la fe, la simpatía y el amor fomentan la salud y
alargan la vida. Un espíritu satisfecho y alegre es como salud para el cuerpo y
fuerza para el alma. "El corazón alegre es una buena medicina."
(Proverbios 17:22, V.M.)
En el tratamiento de los enfermos no debe pasarse por alto el efecto de la
influencia ejercida por la mente. Aprovechada debidamente, esta influencia
resulta uno de los agentes más eficaces para combatir la enfermedad.
Influencia de una mente en otra mente
Sin embargo, hay una forma de curación mental que es uno de los agentes más
eficaces para el mal. Por medio de esta supuesta ciencia, una mente se sujeta a
la influencia directiva de otra, de tal manera que la individualidad de la más
débil queda sumergida en la de la más fuerte. Una persona pone en acción la
voluntad de otra. Sostiénese que así el curso de los pensamientos puede
mortificarse, que se pueden transmitir impulsos saludables y que es posible
capacitar a los pacientes para resistir y vencer la enfermedad.
Este método de curación ha sido empleado por personas que desconocían su
verdadera naturaleza y tendencia, y que lo creían útil al enfermo. Pero la así
llamada ciencia está fundada en principios falsos. Es ajena a la naturaleza y
al espíritu de Cristo. No conduce hacia Aquel que es vida y salvación. El que
atrae a las mentes hacia sí las induce a separarse de la verdadera Fuente de su
fuerza.
No es propósito de Dios que ser humano alguno someta su mente y su voluntad al
gobierno de otro para llegar a ser instrumento pasivo en sus manos. Nadie debe
sumergir su individualidad en la de otro. Nadie debe considerar a ser humano
alguno como fuente de curación. Sólo debe depender de Dios. En su dignidad
varonil, concedida por Dios, debe dejarse dirigir por Dios mismo, y no por
entidad humana alguna.
Dios quiere poner a los hombres en relación directa consigo mismo. En todo su
trato con los seres humanos reconoce el principio de la responsabilidad
personal. Procura fomentar el sentimiento de dependencia personal, y hacer
sentir la necesidad de la dirección personal. Desea asociar lo humano con lo
divino, para que los hombres se transformen en la imagen divina. Satanás
procura frustrar este propósito, y se esfuerza en alentar a los hombres a
depender de los hombres. Cuando las mentes se desvían de Dios, el tentador
puede someterlas a su gobierno, y dominar a la humanidad.
La teoría del gobierno de una mente por otra fue ideada por Satanás, para
intervenir como artífice principal y colocar la filosofía humana en el lugar
que debería ocupar la filosofía divina. De todos los errores aceptados entre
los profesos cristianos, ninguno constituye un engaño más peligroso ni más
eficaz para apartar al hombre de Dios. Por muy inofensivo que parezca, si se
aplica a los pacientes, tiende a destruirlos y no a restaurarlos. Abre una
puerta por donde Satanás entrará a tomar posesión tanto de la mente sometida a
la dirección de otra mente como de la que se arroga esta dirección.
Temible es el poder que así se da a hombres y mujeres mal intencionados.
¡Cuántas oportunidades proporciona a los que viven explotando la flaqueza o las
locuras ajenas! ¡Cuántos hay, que, merced al dominio que ejercen sobre mentes
débiles o enfermizas, encuentran medios para satisfacer sus pasiones
licenciosas o su avaricia!
En algo mejor podemos ocuparnos que en dominar la humanidad por la humanidad.
El médico debe educar a la gente para que desvíe sus miradas de lo humano y las
dirija hacia lo divino. En vez de enseñar a los enfermos a depender de seres
humanos para la curación de alma y cuerpo, debe encaminarlos hacia Aquel que
Puede salvar eternamente a cuantos acuden a él, El que creó la mente del hombre
sabe lo que esta mente necesita. Dios es el único que puede sanar. Aquellos
cuyas mentes y cuerpos están enfermos han de ver en Cristo al restaurador.
"Porque yo vivo "-dice,- "y vosotros también viviréis." (S.
Juan 14:19.) Esta es la vida que debemos ofrecer a los enfermos, diciéndoles
que si creen en Cristo como el restaurador, si cooperan con él, obedeciendo las
leyes de la salud y procurando perfeccionar la santidad en el temor de él, les
impartirá su vida. Al presentarles así al Cristo, les comunicamos un poder, una
fuerza valiosa, procedente de lo alto. Esta es la verdadera ciencia de curar el
cuerpo y el alma.
Se necesita mucha sabiduría para tratar las enfermedades causadas por la mente.
Un corazón dolorido y enfermo, un espíritu desalentado, necesitan un
tratamiento benigno. A veces una honda pena doméstica roe como un cáncer hasta
el alma y debilita la fuerza vital. En otros casos el remordimiento por el
pecado mina la constitución y desequilibra la mente. La tierna simpatía puede
aliviar a esta clase de enfermos. El médico debe primero ganarse su confianza,
y después inducirlos a mirar hacia el gran Médico. Si se puede encauzar la fe
de estos enfermos hacia el verdadero Médico, y ellos pueden confiar en que él
se encargó de su caso, esto les aliviará la mente, y muchas veces dará salud al
cuerpo.
La simpatía
La simpatía y el tacto serán muchas veces de mayor beneficio para el enfermo
que el tratamiento más hábil administrado con frialdad e indiferencia. Positivo
daño hace el médico al enfermo cuando se le acerca con indiferencia, y le mira
con poco interés, manifestando con palabras u obras que el caso no requiere
mucha atención, y después lo deja entregado a sus cavilaciones. La duda y el
desaliento ocasionados por su indiferencia contrarrestarán muchas veces el buen
efecto de las medicinas que haya recetado.
Si los médicos pudieran ponerse en el lugar de quien tiene el espíritu
deprimido y la voluntad debilitada por el padecimiento, y de quien anhela oír
palabras de simpatía y confianza, estarían mejor preparados para comprender los
sentimientos del enfermo. Cuando el amor y la simpatía que Cristo manifestó por
los enfermos se combinen con la ciencia del médico, la sola presencia de éste
será una bendición.
La llaneza con que se trate a un paciente le inspira confianza y le es de mucha
ayuda para restablecerse. Hay médicos que creen prudente ocultarle al paciente
la naturaleza y la causa de su enfermedad. Muchos, temiendo agitar o
desalentarse diciéndole la verdad, le ofrecen falsas esperanzas de curación, y
hasta le dejarán descender al sepulcro sin avisarle del peligro. Todo esto es
imprudente. Tal vez no sea siempre conveniente ni tampoco lo mejor, exponer al
paciente toda la gravedad del peligro que le amenaza. Esto podría alarmarle y
atrasar o impedir su restablecimiento. Tampoco se les puede decir siempre toda
la verdad a aquellos cuyas dolencias son en buena parte imaginarias. Muchas de
estas personas no tienen juicio y no se han acostumbrado a dominarse. Tienen
antojos y se imaginan muchas cosas falsas respecto de sí mismas y de los demás.
Para ellas, estas cosas son reales, y quienes las cuiden necesitan manifestar
continua bondad, así como paciencia y tacto incansables. Si a estos pacientes
se les dijera la verdad respecto de sí mismos, algunos se darían por ofendidos
y otros se desalentarían. Cristo dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas
cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar." (S. Juan 16:12.) Pero
si bien la verdad no puede decirse en toda ocasión, nunca es necesario ni
lícito engañar. Nunca debe el médico o el enfermero rebajarse al punto de
mentir. El que así obre se coloca donde Dios no puede cooperar con él; y al
defraudar la confianza de sus pacientes, se priva de una de las ayudas humanas
más eficaces para el restablecimiento del enfermo.
El poder de la voluntad no se aprecia debidamente. Mantened despierta la
voluntad y encaminadla con acierto, y comunicará energía a todo el ser y
constituirá un auxilio admirable para la conservación de la salud. La voluntad
es también poderosa en el tratamiento de las enfermedades. Si se la emplea
debidamente, podrá gobernar la imaginación y contribuirá a resistir y vencer la
enfermedad de la mente y del cuerpo. Ejercitando la fuerza de voluntad para
ponerse en armonía con las leyes de la vida, los pacientes pueden cooperar en
gran manera con los esfuerzos del médico para su restablecimiento. Son miles
los que pueden recuperar la salud si quieren. El Señor no desea que estén
enfermos, sino que estén sanos y sean felices, y ellos mismos deberían
decidirse a estar buenos. Muchas veces los enfermizos pueden resistir a la
enfermedad, negándose sencillamente a rendirse al dolor y a permanecer
inactivos. Sobrepónganse a sus dolencias y emprendan alguna ocupación
provechosa adecuada a su fuerza. Mediante esta ocupación y el libre uso de aire
y sol, muchos enfermos demacrados podrían recuperar salud y fuerza.
Principios bíblicos acerca de la curación
Para los que quieran recuperar o conservar la salud hay una lección en las
palabras de la Escritura: "No os embriaguéis de vino, en lo cual hay
disolución mas sed llenos de Espíritu." (Efesios 5:18.) No es por medio de
la excitación o del olvido producidos por estimulantes malsanos y contrarios a
la naturaleza, ni por ceder a los apetitos y a las pasiones viles, cómo se
obtendrá verdadera curación o alivio para el cuerpo o el alma. Entre los
enfermos hay muchos que están sin Dios y sin esperanza. Sufren de deseos no
satisfechos y pasiones desordenadas, así como por la condenación de su propia
conciencia; van perdiendo esta vida actual, y no tienen esperanza para la
venidera. Los que cuidan a estos enfermos no pueden serles útiles ofreciéndoles
satisfacciones frívolas y excitantes, porque estas cosas fueron la maldición de
su vida. El alma hambrienta y sedienta seguirá siéndolo mientras trate de
encontrar satisfacción en este mundo. Se engañan los que beben de la fuente del
placer egoísta. Confunden las risas con la fuerza, y pasada la excitación,
concluye también su inspiración y se quedan descontentos y desalentados.
La paz permanente, el verdadero descanso del espíritu, no tiene más que una
Fuente. De ella hablaba Cristo cuando decía: "Venid a mí todos los que
estáis trabajados y cargados,"
"que yo os haré descansar." (S. Mateo 11:28.) "La paz os dejo,
mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy." (S. Juan 14:27) Esta
paz no es algo que él dé aparte de su persona. Está en Cristo, y no la podemos
recibir sino recibiéndole a él.
Cristo es el manantial de la vida. Lo que muchos necesitan es un conocimiento
más claro de él; necesitan que se les enseñe con paciencia y bondad, pero
también con fervor, a abrir de par en par todo su ser a las influencias
curativas del Cielo. Cuando el sol del amor de Dios ilumina los obscuros
rincones del alma, el cansancio y el descontento pasan, y satisfacciones gratas
vigorizan la mente, al par que dan salud y energía al cuerpo.
Estamos en un mundo donde impera el sufrimiento. Dificultades, pruebas y
tristezas nos esperan a cada paso mientras vamos hacia la patria celestial.
Pero muchos agravan el peso de la vida al cargarse continuamente de antemano
con aflicciones. Si encuentran adversidad o desengaño en su camino, se figuran
que todo marcha hacia la ruina, que su suerte es la más dura de todas, y que se
hunden seguramente en la miseria. Así se atraen la desdicha y arrojan sombras
sobre cuanto los rodea. La vida se vuelve una carga para ellos. Pero no es
menester que así sea. Tendrán que hacer un esfuerzo resuelto para cambiar el
curso de sus pensamientos. Pero el cambio es realizable. Su felicidad, para
esta vida y para la venidera, depende de que fijen su atención en cosas alegres.
Dejen ya de contemplar los cuadros lóbregos de su imaginación; consideren más
bien los beneficios que Dios esparció en su senda, y más allá de éstos, los
invisibles y eternos.
Para toda prueba Dios tiene deparado algún auxilio. Cuando, en el desierto, Israel
llegó a as aguas amargas de Mara, Moisés clamó al Señor, quien no proporcionó
ningún remedio nuevo, sino que dirigió la atención del pueblo a lo que tenía a
mano. Para que el agua se volviera pura y dulce, había que echar en la fuente
un arbusto que Dios había creado. Hecho esto, el pueblo pudo beber y
refrescarse. En toda prueba, si recurrimos a él, Cristo nos dará su ayuda.
Nuestros ojos se abrirán para discernir las promesas de curación consignadas en
su Palabra. El Espíritu Santo nos enseñará cómo aprovechar cada bendición como
antídoto contra el pesar. Encontraremos alguna rama con que purificar las
bebidas amargas puestas ante nuestros labios.
No hemos de consentir en que lo futuro con sus dificultosos problemas, sus
perspectivas nada halagüeñas, nos debilite el corazón, haga flaquear nuestras
rodillas y nos corte los brazos. "Echen mano ... de mi fortaleza
"-dice el Poderoso,-" y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan paz
conmigo!" (Isaías 27:5, V.M.) Los que dedican su vida a ser dirigidos por
Dios y a servirle, no se verán jamás en situación para la cual él no haya
provisto el remedio. Cualquiera que sea nuestra condición, si somos hacedores
de su Palabra, tenemos un Guía que nos señale el camino; cualquiera que sea
nuestra perplejidad, tenemos un buen Consejero; cualquiera que sea nuestra
perplejidad, nuestro pesar, luto o soledad, tenemos un Amigo que simpatiza con
nosotros.
Si en nuestra ignorancia damos pasos equivocados, el Salvador no nos abandona.
No tenemos nunca por qué sentirnos solos. Los ángeles son nuestros compañeros.
El Consolador que Cristo prometió enviar en su nombre mora con nosotros. En el
camino que conduce a la ciudad de Dios, no hay dificultades que no puedan
vencer quienes en él confían. No hay peligros de que no puedan verse libres. No
hay tristeza, ni dolor ni flaqueza humana para la cual él no haya preparado
remedio.
Nadie tiene por qué entregarse al desaliento ni a la desesperación. Puede
Satanás presentarse a ti, insinuándote desapiadadamente: "Tu caso es
desesperado. No tienes redención." Hay sin embargo esperanza en Cristo
para ti. Dios no nos exige que venzamos con nuestras propias fuerzas. Nos
invita a que nos pongamos muy junto a él. Cualesquiera que sean las
dificultades que nos abrumen y que opriman alma y cuerpo, Dios aguarda para
libertarnos.
El que se humanó sabe simpatizar con los padecimientos de la humanidad. No sólo
conoce Cristo a cada alma, así como sus necesidades y pruebas particulares,
sino que conoce todas las circunstancias que irritan el espíritu y lo dejan
perplejo. Tiende su mano con tierna compasión a todo hijo de Dios que sufre.
Los que más padecen reciben mayor medida de su simpatía y compasión. Le
conmueven nuestros achaques y desea que depongamos a sus pies nuestras congojas
y nuestros dolores, y que allí los dejemos.
No es prudente que nos miremos a nosotros mismos y que estudiemos nuestras
emociones. Si lo hacemos, el enemigo nos presentará dificultades y tentaciones
que debiliten la fe y aniquilen el valor. El fijarnos por demás en nuestras
emociones y ceder a nuestros sentimientos es exponernos a la duda y enredarnos
en perplejidades. En vez de mirarnos a nosotros mismos, miremos a Jesús. Cuando
las tentaciones os asalten, cuando los cuidados, las perplejidades y las
tinieblas parezcan envolver vuestra alma, mirad hacia el punto en que visteis
la luz por última vez.
Descansad en el amor de Cristo y bajo su cuidado protector. Cuando el pecado
lucha por dominar en el Corazón, cuando la culpa oprime al alma y carga la
conciencia, cuando la incredulidad anubla el espíritu, acordaos de que la
gracia de Cristo basta para vencer al pecado y desvanecer las tinieblas. Al
entrar en comunión con el Salvador entramos en la región de la paz.
Promesas que curan
"Jehová redime el alma de sus siervos;"y no serán asolados cuantos en
él confían." (Salmo 34:22.)
"En el temor de Jehová está la fuerte confianza:"y esperanza tendrán
sus hijos." (Proverbios 14:26.)
"Sión empero ha dicho: ¡Me ha abandonado Jehová,"y el Señor se ha
olvidado de mí!"¿Se olvidará acaso la mujer de su niño mamante, "de
modo que no tenga compasión del hijo de sus entrañas?"¡Aun las tales le
pueden olvidar;"mas no me olvidaré yo de ti!" (Isaías 49:14-16, V.M.)
"No temas, que yo soy contigo,"no desmayes, que yo soy tu Dios que te
esfuerzo:"siempre te ayudaré,"siempre te sustentaré con la diestra de
mi justicia."(Isaías 41:10.)
"Oídme ... los que sois traídos por mí desde el vientre,"los que sois
llevados desde la matriz."Y hasta la vejez yo mismo,"y hasta las
canas os soportaré yo:"yo hice, yo llevaré,"yo soportaré y
guardaré." (Isaías 46:3, 4.)
Nada tiende más a fomentar la salud del cuerpo y del alma que un espíritu de
agradecimiento y alabanza. Resistir a la melancolía, a los pensamientos y
sentimientos de descontento es un deber tan positivo como el de orar. Si somos
destinados para el cielo, ¿cómo podemos portarnos como un séquito de
plañideras, gimiendo y lamentándonos a lo largo de todo el camino que conduce a
la casa de nuestro Padre?
Los profesas cristianos que están siempre lamentándose y parecen creer que la
alegría y la felicidad fueran pecado, desconocen la religión verdadera. Los que
sólo se complacen en lo melancólico del mundo natural, que prefieren mirar
hojas muertas a cortar hermosas flores vivas, que no ven belleza alguna en los
altos montes ni en los valles cubiertos de verde césped, que cierran sus
sentidos para no oír la alegre voz que les habla en la naturaleza, música
siempre dulce para todo oído atento, los tales no están en Cristo. Se están
preparando tristezas y tinieblas, cuando bien pudieran gozar de dicha, y la luz
del Sol de justicia podría despuntar en sus corazones llevándoles salud en sus
rayos.
Puede suceder a menudo que vuestro espíritu se anuble de dolor. No tratéis
entonces de pensar. Sabéis que Jesús os ama. Comprende vuestra debilidad.
Podéis hacer su voluntad descansando sencillamente en sus brazos.
Es una ley de la naturaleza que nuestros pensamientos y sentimientos resultan
alentados y fortalecidos al darles expresión. Aunque las palabras expresan los
pensamientos, éstos a su vez siguen a las palabras. Si diéramos más expresión a
nuestra fe, si nos alegrásemos más de las bendiciones que sabemos que tenemos:
la gran misericordia y el gran amor de Dios, tendríamos más fe y gozo, Ninguna
lengua puede expresar, ninguna mente finita puede concebir la bendición
resultante de la debida apreciación de la bondad y el amor de Dios. Aun en la
tierra puede ser nuestro gozo como una fuente inagotable, alimentada por las
corrientes que manan del trono de Dios.
Enseñemos, pues, a nuestros corazones y a nuestros labios a alabar a Dios por
su incomparable amor. Enseñemos a nuestras almas a tener esperanza, y a vivir
en la luz que irradia de la cruz del Calvario. Nunca debemos olvidar que somos
hijos del Rey celestial, del Señor de los ejércitos. Es nuestro privilegio
confiar reposadamente en Dios.
"La paz de Dios gobierne en vuestros corazones, . . . y sed
agradecidos." (Colosenses 3:15.) Olvidando nuestras propias dificultades y
molestias, alabemos a Dios por la oportunidad de vivir para la gloria de su
nombre. Despierten las frescas bendiciones de cada nuevo día la alabanza en
nuestro corazón por estos indicios de su cuidado amoroso. Al abrir vuestros
ojos por la mañana, dad gracias a Dios por haberos guardado durante la noche.
Dadle gracias por la paz con que llena vuestro corazón. Por la mañana, al medio
día y por la noche, suba vuestro agradecimiento hasta el cielo cual dulce
perfume.
Cuando se os pregunte cómo os sentís, no os pongáis a pensar en cosas tristes
que podáis decir para captar simpatías. No mencionéis vuestra falta de fe ni
vuestros pesares y padecimientos. El tentador se deleita al oír tales cosas.
Cuando habláis de temas lóbregos, glorificáis al maligno. No debemos
espaciarnos en el gran poder que tiene Satanás para vencernos. Muchas veces nos
entregamos en sus manos con sólo referirnos a su poder. Conversemos más bien
del gran poder de Dios para unir todos nuestros intereses con los suyos.
Contemos lo relativo al incomparable poder de Cristo, y hablemos de su gloria.
El cielo entero se interesa por nuestra salvación. Los ángeles de Dios, que son
millares de millares y millones de millones, tienen la misión de atender a los
que han de ser herederos de la salvación. Nos guardan del mal y repelen las
fuerzas de las tinieblas que procuran destruirnos. ¿No tenemos motivos de
continuo agradecimiento, aun cuando haya aparentes dificultades en nuestro
camino?
Cantad alabanzas
Tributemos alabanza y acción de gracias por medio del canto. Cuando nos veamos
tentados, en vez de dar expresión a nuestros sentimientos, entonemos con fe un
himno de acción de gracias a Dios.
El canto es un arma que siempre podemos esgrimir contra el desaliento. Abriendo
así nuestro corazón a los rayos de luz de la presencia del Salvador,
encontraremos salud y recibiremos su bendición.
"Alabad a Jehová, porque es bueno;"porque para siempre es su
misericordia."Díganlo los redimidos de Jehová,"los que ha redimido
del poder del enemigo." "(Salmo 107:1, 2.)
"Cantadle, cantadle salmos:"hablad de todas sus
maravillas."Gloriaos en su santo nombre:"alégrese el corazón de los
que buscan a Jehová." "(Salmo 105:2, 3.)
"Porque sació al alma menesterosa,"y llenó de bien al alma
hambrienta."Los que moraban en tinieblas y sombra de
muerte,"aprisionados en aflicción y en hierros, ..."luego que
clamaron a Jehová en su angustia,"librólos de sus
aflicciones."Sacólos de las tinieblas y de la sombra de muerte,"y
rompió sus prisiones."Alaben la misericordia de Jehová,"y sus maravillas
para con los hijos de los hombres." "(Salmo 107:9-15.)
"¿Por qué te abates, oh alma mía,"y por qué te conturbas en
mí?"Espera a Dios;"porque aún le tengo de alabar;"es él
salvamento delante de mí,"y el Dios mío." (Salmo 42:11.)
"Dad gracias en todo; porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros
en Cristo Jesús." (1 Tesalonicenses 5:18.)
Este mandato es una seguridad de que aun las cosas que parecen opuestas a
nuestro bien redundarán en beneficio nuestro. Dios no nos mandaría que fuéramos
agradecidos por lo que nos perjudicara.
"Jehová es mi luz y mi salvación:"¿de quién temeré?"Jehová es la
fortaleza de mi vida:"¿de quién he de atemorizarme? ..."Porque él me
esconderá en su tabernáculo en el día del mal;"ocultaráme en lo reservado
de su pabellón, ..."y yo sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de
júbilo:"Cantaré y salmearé a Jehová." (Salmo 27: 1, 5, 6.)
"Resignadamente esperé a Jehová,"e inclinóse a mí, y oyó mi
clamor."E hízome sacar de un lago de miseria, del lodo cenagoso;"y
puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos."Puso luego en mi boca
canción nueva, alabanza a nuestro Dios." "(Salmo 40:1-3.)
"Jehová es mi fortaleza y mi escudo:"en él esperó mi corazón, y fui
ayudado;"por lo que se gozó mi corazón,"y con mi canción le alabaré."
"(Salmo 28:7.)
Uno de los mayores obstáculos para el restablecimiento de los enfermos es la
concentración de su atención en sí mismos. Muchos inválidos se figuran que
todos deben otorgarles simpatía y ayuda, cuando lo que necesitan es que su atención
se distraiga de sí mismos, para interesarse en los demás.
Muchas veces se solicitan oraciones por los afligidos, los tristes y los
desalentados, y esto es correcto. Debemos orar porque Dios derrame luz en la
mente entenebrecida, y consuele al corazón entristecido. Pero Dios responde a
la oración hecha en favor de quienes se colocan en el canal de sus bendiciones.
Al par que rogamos por estos afligidos, debemos animarlos a que hagan algo en
auxilio de otros más necesitados que ellos. Las tinieblas se desvanecerán de
sus corazones al procurar ayudar a otros. Al tratar de consolar a los demás con
el consuelo que hemos recibido, la bendición refluye sobre nosotros.
El capítulo cincuenta y ocho de Isaías es una receta para las enfermedades del
cuerpo y el alma. Si deseamos tener salud y el verdadero gozo de la vida,
debemos practicar las reglas dadas en este pasaje. Acerca del servicio que
agrada a Dios y acerca de las bendiciones que nos reporta, dice el Señor:
"El ayuno que yo escogí,..."¿no es que partas tu pan con el
hambriento,"y a los pobres errantes metas en casa;"que cuando vieres
al desnudo, lo cubras,"y no te escondas de tu carne?"Entonces nacerá
tu luz como el alba,"y tu salud se dejará ver presto;"e irá tu justicia
delante de ti,"y la gloria de Jehová será tu retaguardia. "Entonces
invocarás, y oirte ha Jehová:"clamarás, y dirá él: Heme aquí."Si
quitares de en medio de ti, el yugo,"el extender el dedo, y hablar
vanidad;"y si derramares tu alma al hambriento,"y saciares el alma
afligida,"en las tinieblas nacerá tu luz,"y tu obscuridad será como
el mediodía;"y Jehová te pastoreará siempre,"y en las sequías hartará
tu alma,"y engordará tus huesos;"y serás como huerta de riego,"y
como manadero de aguas,"cuyas aguas nunca faltan." "(Isaías
58.7-11.)
Las buenas acciones son una doble bendición, pues aprovechan al que las hace y
al que recibe sus beneficios. La conciencia de haber hecho el bien es una de
las mejores medicinas para las mentes y los cuerpos enfermos. Cuando el
espíritu goza de libertad y dicha por el sentimiento del deber cumplido y por
haber proporcionado felicidad a otros, la influencia alegre y reconstituyente
que de ello resulta infunde vida nueva al ser entero.
El agradecimiento es factor de salud
Procure el desvalido manifestar simpatía, en vez de requerirla siempre. Echad
sobre el compasivo Salvador la carga de vuestra propia flaqueza, tristeza y
dolor. Abrid vuestro corazón a su amor, y haced que rebose sobre los demás.
Recordad que todos tienen que arrostrar duras pruebas y resistir rudas
tentaciones, y que algo podéis hacer para aliviar estas cargas. Expresad
vuestra gratitud por las bendiciones de que gozáis: demostrad el aprecio que os
merecen las atenciones de que sois objeto. Conservad vuestro corazón lleno de
las preciosas promesas de Dios, a fin de que podáis extraer de ese tesoro
palabras de consuelo y aliento para el prójimo. Esto os envolverá en una
atmósfera provechosa y enaltecedora. Proponeos ser motivo de bendición para los
que os rodean, y veréis cómo encontraréis modo de ayudar a vuestra familia y
también a otros.
Si los que padecen enfermedad se olvidasen de sí mismos en beneficio de otros;
si cumplieran el mandamiento del Señor de atender a los más necesitados que
ellos, se percatarían de cuánta verdad hay en la promesa del profeta:
"Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se dejará ver
presto."
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