LA BIBLIA nos enseña la modestia en el vestir. "Asimismo, que asistan las mujeres en traje modesto, adornándose con recato y sobriedad." "(1 Timoteo 2:9, V. M.) Este pasaje prohibe la ostentación en el vestir, los colores chillones, los adornos profusos. Todo medio destinado a llamar la atención hacia la persona así vestida, o a despertar la admiración, queda excluido de la modesta indumentaria prescrita por la Palabra de Dios.
Nuestro modo de vestir debe ser de poco costo; no con "oro, o perlas, o vestidos costosos." "(1 Timoteo 2:9.)
El dinero es un depósito que Dios nos ha confiado. No es nuestro para gastarlo en cosas que halaguen nuestro orgullo o ambición. En manos de los hijos de Dios el dinero es alimento para los hambrientos y ropa para los desnudos. Es defensa para los oprimidos, recurso de salud para los enfermos y un medio para predicar el Evangelio a los pobres. Se podría dar felicidad a muchos corazones mediante el prudente uso de los recursos que ahora se gastan para la ostentación. Considerad la vida de Cristo. Estudiad su carácter y compartid su abnegación.
En la sociedad llamada cristiana se gasta en joyas y en vestidos inútilmente costosos lo que bastaría para dar de comer a todos los hambrientos y vestir a los desnudos. La moda y la ostentación absorben los recursos con que se podría consolar y aliviar a los pobres y enfermos. Privan al mundo del Evangelio del amor de Cristo. Las misiones languidecen. Las muchedumbres perecen por falta de enseñanza cristiana. A nuestras puertas y en el extranjero los paganos quedan sin educación y se pierden. Frente al hecho de que Dios llenó la tierra con sus larguezas, hinchió sus depósitos con las comodidades de la vida y nos dio gratuitamente el conocimiento salvador de su verdad, ¿qué disculpa alegaremos por permitir que asciendan al cielo los clamores de la viuda y del huérfano, de los enfermos y los que padecen, de los ignorantes y los perdidos? En el día de Dios, al estar cara a cara con Aquel que dio su vida por estos necesitados, ¿qué disculpa aducirán los que hoy malgastan tiempo y dinero en culpables satisfacciones que Dios prohibió? ¿No les dirá Cristo: "Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui ... desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis?" "(S. Mateo 25:42, 43.)
Nuestro modo de vestir debe ser de poco costo; no con "oro, o perlas, o vestidos costosos." "(1 Timoteo 2:9.)
El dinero es un depósito que Dios nos ha confiado. No es nuestro para gastarlo en cosas que halaguen nuestro orgullo o ambición. En manos de los hijos de Dios el dinero es alimento para los hambrientos y ropa para los desnudos. Es defensa para los oprimidos, recurso de salud para los enfermos y un medio para predicar el Evangelio a los pobres. Se podría dar felicidad a muchos corazones mediante el prudente uso de los recursos que ahora se gastan para la ostentación. Considerad la vida de Cristo. Estudiad su carácter y compartid su abnegación.
En la sociedad llamada cristiana se gasta en joyas y en vestidos inútilmente costosos lo que bastaría para dar de comer a todos los hambrientos y vestir a los desnudos. La moda y la ostentación absorben los recursos con que se podría consolar y aliviar a los pobres y enfermos. Privan al mundo del Evangelio del amor de Cristo. Las misiones languidecen. Las muchedumbres perecen por falta de enseñanza cristiana. A nuestras puertas y en el extranjero los paganos quedan sin educación y se pierden. Frente al hecho de que Dios llenó la tierra con sus larguezas, hinchió sus depósitos con las comodidades de la vida y nos dio gratuitamente el conocimiento salvador de su verdad, ¿qué disculpa alegaremos por permitir que asciendan al cielo los clamores de la viuda y del huérfano, de los enfermos y los que padecen, de los ignorantes y los perdidos? En el día de Dios, al estar cara a cara con Aquel que dio su vida por estos necesitados, ¿qué disculpa aducirán los que hoy malgastan tiempo y dinero en culpables satisfacciones que Dios prohibió? ¿No les dirá Cristo: "Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui ... desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis?" "(S. Mateo 25:42, 43.)
Pero nuestra indumentaria, si bien modesta y sencilla, debe ser de buena calidad, de colores decentes, y apropiada para el uso. Deberíamos escogerla por su durabilidad más bien que para la ostentación. Debe proporcionarnos abrigo y protección adecuada. La mujer prudente descrita en los Proverbios "no tendrá temor de la nieve por su familia, porque toda su familia está vestida de ropas dobles." "(Proverbios 31:21.)
Nuestra ropa debe estar limpia. El desaseo en el vestir es contrario a la salud y, por tanto, perjudicial para el cuerpo y el alma. "¿No sabéis que sois templo de Dios? ... Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal." "(1 Corintios 3:16, 17.)
En todos respectos debemos vestir conforme a la higiene. "Sobre todas las cosas," Dios quiere que tengamos salud tanto del cuerpo como del alma. Debemos colaborar con Dios para asegurar esa salud. En ambos sentidos nos beneficia la ropa saludable.
Esta debe tener la donosura, belleza y la idoneidad de la sencillez. Cristo nos previno contra
el orgullo de la vida, pero no contra su gracia y belleza natural. Dirige nuestra atención a las flores del campo, a los lirios de tan significativa pureza, y dice: "Ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido así como uno de ellos." (S. Mateo 6:29.) Por medio de las cosas de la naturaleza, Cristo nos enseña cuál es la belleza que el cielo aprecia, la gracia modesta, la sencillez, la pureza, la corrección que harán nuestro atavío agradable a Dios.
El vestido más hermoso es el que nos manda llevar como adorno del alma. No hay atavío exterior que pueda compararse en valor y en belleza con aquel "espíritu agradable y pacífico" que en su opinión es "de grande estima." (1 S. Pedro 3:4)
Para quienes hacen de los principios del Salvador la guía de su vida, ¡cuán preciosas son sus promesas!
"Y por el vestido, ¿por qué os congojáis? ... Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros? . . . No os congojéis pues, diciendo: . . . ¿Con qué nos cubriremos? ... que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas." (S. Mateo 6:28, 30-33)
Nuestra ropa debe estar limpia. El desaseo en el vestir es contrario a la salud y, por tanto, perjudicial para el cuerpo y el alma. "¿No sabéis que sois templo de Dios? ... Si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal." "(1 Corintios 3:16, 17.)
En todos respectos debemos vestir conforme a la higiene. "Sobre todas las cosas," Dios quiere que tengamos salud tanto del cuerpo como del alma. Debemos colaborar con Dios para asegurar esa salud. En ambos sentidos nos beneficia la ropa saludable.
Esta debe tener la donosura, belleza y la idoneidad de la sencillez. Cristo nos previno contra
el orgullo de la vida, pero no contra su gracia y belleza natural. Dirige nuestra atención a las flores del campo, a los lirios de tan significativa pureza, y dice: "Ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido así como uno de ellos." (S. Mateo 6:29.) Por medio de las cosas de la naturaleza, Cristo nos enseña cuál es la belleza que el cielo aprecia, la gracia modesta, la sencillez, la pureza, la corrección que harán nuestro atavío agradable a Dios.
El vestido más hermoso es el que nos manda llevar como adorno del alma. No hay atavío exterior que pueda compararse en valor y en belleza con aquel "espíritu agradable y pacífico" que en su opinión es "de grande estima." (1 S. Pedro 3:4)
Para quienes hacen de los principios del Salvador la guía de su vida, ¡cuán preciosas son sus promesas!
"Y por el vestido, ¿por qué os congojáis? ... Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros? . . . No os congojéis pues, diciendo: . . . ¿Con qué nos cubriremos? ... que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas." (S. Mateo 6:28, 30-33)
"Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha confiado." (Isaías 26:3)
¡Cómo contrasta esto con el cansancio, la inquietud, la enfermedad y la desdicha que resaltan del despotismo de la moda! ¡Cuán contrarias a los principios consignados en las Escrituras son muchas de las confecciones impuestas por la moda! Pensad en los estilos que han prevalecido en los últimos siglos o aun en las últimas décadas. ¡Cuántos de ellos, si no hubieran sido impuestos por la moda, nos parecerían indecorosos! ¡cuántos nos parecerían impropios de una mujer refinada, temerosa de Dios y respetuosa de sí misma!
Los cambios introducidos en la indumentaria, meramente por causa de la moda, no son sancionados por la Palabra de Dios. Los cambios de la moda y los adornos costosos malgastan el tiempo y el dinero de los ricos, así como las energías de la mente y del alma. Imponen, además, una pesadísima carga a las clases medias y pobres de la sociedad. Muchas mujeres que a duras penas se ganan el sustento, y que con modas sencillas podrían hacerse sus propios vestidos, se ven obligadas a acudir a la modista para sujetarse a la moda. Más de una niña pobre, para llevar un vestido elegante, se ha privado de ropa interior y de abrigo y ha pagado este desacierto con su vida. Otras, llevadas por el deseo de la ostentación y de la elegancia de los ricos, entraron en el camino de la deshonestidad y la vergüenza. Más de una familia tiene que privarse de comodidades, más de un padre de familia se ve arrastrado a las deudas y a la ruina para satisfacer las extravagantes exigencias de la esposa y los hijos.
Más de una mujer, obligada a confeccionar sus vestidos o el de sus hijos, conforme a la moda, se ve condenada a incesante y pesadísimo trabajo. Más de una madre, enervada y con los dedos trémulos, pena hasta las altas horas de la noche para añadir al vestido de sus hijos inútiles adornos que en nada contribuyen a la salud, a la comodidad o a la belleza. Por amor a la moda sacrifica la salud y aquella calma del espíritu tan indispensable para el buen gobierno de sus hijos. Así descuida la cultura del espíritu y del corazón, y su alma se empequeñece.
La madre no tiene tiempo para estudiar los principios del desarrollo físico a fin de aprender a cuidar de la salud de sus hijos. No tiene tiempo para atender a las necesidades intelectuales o espirituales de ellos, ni para simpatizar con ellos en sus pequeños desengaños y pruebas, ni para participar en sus intereses y propósitos.
Casi tan pronto como llegan al mundo, los hijos se ven sometidos a la influencia de la moda. Oyen más conversaciones acerca de los vestidos que acerca del Salvador. Ven a sus madres consultar los figurines de la moda con más interés que la Biblia. La ostentación en el vestir se considera de mayor importancia que el desarrollo del carácter. Tanto los padres como los hijos quedan privados de lo más dulce y verdadero de la vida. Por causa de la moda no reciben preparación para la vida venidera.
El enemigo de todo lo bueno fue quién instigó el invento de modas veleidosas. No desea otra cosa que causar perjuicio y deshonra a Dios al labrar la ruina y la miseria de los seres humanos. Uno de los medios más eficaces para lograr esto lo constituyen los ardides de la moda, que debilitan el cuerpo y la mente y empequeñecen el alma.
Las mujeres están sujetas a graves enfermedades, y sus dolencias empeoran en gran manera por el modo de vestirse. En vez de conservar su salud para las contingencias que seguramente han de venir, sacrifican demasiado a menudo con sus malos hábitos no sólo la salud, sino la vida y dejan a sus hijos una herencia de infortunio, en una constitución arruinada, hábitos pervertidos y falsas ideas acerca de la vida.
Uno de los disparates más dispendiosos y perjudiciales de la moda es la falda que barre el suelo, por lo sucia, incómoda, inconveniente y malsana. Todo esto y más aún se puede decir de la falda rastrera. Es costosa, no sólo por el género superfluo que entra en su confección, sino porque se desgasta innecesariamente por ser tan larga. Cualquiera que haya visto a una mujer así ataviada, con las manos llenas de paquetes, intentando subir o bajar escaleras, trepar a un tranvía, abrirse paso por entre la muchedumbre, andar por suelo encharcado, o por un camino cenagoso, no necesita más pruebas para convencerse de la incomodidad de la falda larga.
Otro grave mal es que las caderas sostengan el peso de la falda. Este gran peso, al oprimir los órganos internos, los arrastra hacia abajo, por lo que causa debilidad del estómago y una sensación de cansancio, que crea en la víctima una propensión a encorvarse, que oprime aún más los pulmones y dificulta la respiración.
En estos últimos años los peligros que resultan de la compresión de la cintura han sido tan discutidos que pocas personas pueden alegar ignorancia sobre el particular; y sin embargo, tan grande es el poder de la moda que el mal sigue adelante, con incalculable daño para las mujeres. Es de suma importancia para la salud que el pecho disponga de sitio suficiente para su completa expansión y los pulmones puedan inspirar completamente, pues cuando están oprimidos disminuye la cantidad de oxígeno que inhalan. La sangre resulta insuficientemente vitalizada, y las materias tóxicas del desgaste que deberían ser eliminadas por los pulmones, quedan en el organismo. Además, la circulación se entorpece, y los órganos internos quedan tan oprimidos que se desplazan y no pueden funcionar debidamente.
El corsé apretado no embellece la figura. Uno de los principales elementos de la belleza física es la simetría, la proporción armónica de los miembros. Y el modelo correcto para el desarrollo físico no se encuentra en los figurines de las modistas francesas, sino en la forma humana tal como se desarrolla según las leyes de Dios en la naturaleza. Dios es autor de toda belleza, y sólo en la medida en que nos conformemos a su ideal nos acercaremos a la norma de la verdadera belleza.
Otro mal fomentado por la costumbre es la distribución desigual de la ropa, de modo que mientras ciertas partes del cuerpo llevan un exceso de ropa, otras quedan insuficientemente abrigadas. Los pies, las piernas, y los brazos, por estar más alejados de los órganos vitales, deberían ir mejor abrigados. Es imposible disfrutar buena salud con las extremidades siempre frías, pues si en ellas hay poca sangre, habrá demasiada en otras partes del cuerpo. La perfecta salud requiere una perfecta circulación; pero ésta no se consigue llevando en el tronco, donde están los órganos vitales, tres o cuatro veces más ropa que en las extremidades.
Un sinnúmero de mujeres están nerviosas y agobiadas porque se privan del aire puro que les purificaría la sangre, y de la soltura de movimientos que aumentaría la circulación por las venas para beneficio de la vida, la salud y la energía. Muchas mujeres han contraído una invalidez crónica cuando hubieran podido gozar salud, y muchas han muerto de consunción y otras enfermedades cuando hubieran podido alcanzar el término natural de su vida, si se hubiesen vestido conforme a los principios de la salud y hubiesen hecho abundante ejercicio al aire libre.
Para conseguir la ropa más saludable, hay que estudiar con mucho cuidado las necesidades de cada parte del cuerpo y tener en cuenta el clima, las circunstancias en que se vive, el estado de salud, la edad y la ocupación. Cada prenda de indumentaria debe sentar holgadamente, sin entorpecer la circulación de la sangre ni la respiración libre, completa y natural. Todas las prendas han de estar lo bastante holgadas para que al levantar los brazos se levante también la ropa.
Las mujeres carentes de salud pueden mejorar mucho su estado merced a un modo de vestir razonable y al ejercicio. Vestidas convenientemente para el recreo, hagan ejercicio al aire libre, primero con mucho cuidado, pero aumentando la cantidad de ejercicio conforme aumente su resistencia. De este modo muchas podrán recobrar la salud, y vivir para desempeñar su parte en la obra del mundo.
Independientes de la moda
En vez de afanarse por cumplir con las exigencias de la moda, tengan las mujeres el valor de vestirse saludable y sencillamente. En vez de sumirse en una simple rutina de faenas domésticas, encuentre la esposa y madre de familia tiempo para leer, para mantenerse bien informada, para ser compañera de su marido y para seguir de cerca el desarrollo de la inteligencia de sus hijos. Aproveche sabiamente las oportunidades presentes para influir en sus amados de modo que los encamine hacia la vida superior. Haga del querido Salvador su compañero diario y su amigo familiar. Dedique algo de tiempo al estudio de la Palabra de Dios, a pasear con sus hijos por el campo y a aprender de Dios por la contemplación de sus hermosas obras.
Consérvese alegre y animada. En vez de consagrar todo momento a interminables costuras, haga de la velada de familia una ocasión de grata sociabilidad, una reunión de familia después de las labores del día. Un proceder tal induciría a muchos hombres a preferir la sociedad de los suyos en casa a la del casino o de la taberna. Muchos muchachos serían guardados del peligro de la calle o de la tienda de comestibles de la esquina. Muchas niñas evitarían las compañías frívolas y seductoras. La influencia del hogar llegaría a ser entonces para padres e hijos lo que Dios se propuso que fuera, es decir, una bendición para toda la vida.
¡Cómo contrasta esto con el cansancio, la inquietud, la enfermedad y la desdicha que resaltan del despotismo de la moda! ¡Cuán contrarias a los principios consignados en las Escrituras son muchas de las confecciones impuestas por la moda! Pensad en los estilos que han prevalecido en los últimos siglos o aun en las últimas décadas. ¡Cuántos de ellos, si no hubieran sido impuestos por la moda, nos parecerían indecorosos! ¡cuántos nos parecerían impropios de una mujer refinada, temerosa de Dios y respetuosa de sí misma!
Los cambios introducidos en la indumentaria, meramente por causa de la moda, no son sancionados por la Palabra de Dios. Los cambios de la moda y los adornos costosos malgastan el tiempo y el dinero de los ricos, así como las energías de la mente y del alma. Imponen, además, una pesadísima carga a las clases medias y pobres de la sociedad. Muchas mujeres que a duras penas se ganan el sustento, y que con modas sencillas podrían hacerse sus propios vestidos, se ven obligadas a acudir a la modista para sujetarse a la moda. Más de una niña pobre, para llevar un vestido elegante, se ha privado de ropa interior y de abrigo y ha pagado este desacierto con su vida. Otras, llevadas por el deseo de la ostentación y de la elegancia de los ricos, entraron en el camino de la deshonestidad y la vergüenza. Más de una familia tiene que privarse de comodidades, más de un padre de familia se ve arrastrado a las deudas y a la ruina para satisfacer las extravagantes exigencias de la esposa y los hijos.
Más de una mujer, obligada a confeccionar sus vestidos o el de sus hijos, conforme a la moda, se ve condenada a incesante y pesadísimo trabajo. Más de una madre, enervada y con los dedos trémulos, pena hasta las altas horas de la noche para añadir al vestido de sus hijos inútiles adornos que en nada contribuyen a la salud, a la comodidad o a la belleza. Por amor a la moda sacrifica la salud y aquella calma del espíritu tan indispensable para el buen gobierno de sus hijos. Así descuida la cultura del espíritu y del corazón, y su alma se empequeñece.
La madre no tiene tiempo para estudiar los principios del desarrollo físico a fin de aprender a cuidar de la salud de sus hijos. No tiene tiempo para atender a las necesidades intelectuales o espirituales de ellos, ni para simpatizar con ellos en sus pequeños desengaños y pruebas, ni para participar en sus intereses y propósitos.
Casi tan pronto como llegan al mundo, los hijos se ven sometidos a la influencia de la moda. Oyen más conversaciones acerca de los vestidos que acerca del Salvador. Ven a sus madres consultar los figurines de la moda con más interés que la Biblia. La ostentación en el vestir se considera de mayor importancia que el desarrollo del carácter. Tanto los padres como los hijos quedan privados de lo más dulce y verdadero de la vida. Por causa de la moda no reciben preparación para la vida venidera.
El enemigo de todo lo bueno fue quién instigó el invento de modas veleidosas. No desea otra cosa que causar perjuicio y deshonra a Dios al labrar la ruina y la miseria de los seres humanos. Uno de los medios más eficaces para lograr esto lo constituyen los ardides de la moda, que debilitan el cuerpo y la mente y empequeñecen el alma.
Las mujeres están sujetas a graves enfermedades, y sus dolencias empeoran en gran manera por el modo de vestirse. En vez de conservar su salud para las contingencias que seguramente han de venir, sacrifican demasiado a menudo con sus malos hábitos no sólo la salud, sino la vida y dejan a sus hijos una herencia de infortunio, en una constitución arruinada, hábitos pervertidos y falsas ideas acerca de la vida.
Uno de los disparates más dispendiosos y perjudiciales de la moda es la falda que barre el suelo, por lo sucia, incómoda, inconveniente y malsana. Todo esto y más aún se puede decir de la falda rastrera. Es costosa, no sólo por el género superfluo que entra en su confección, sino porque se desgasta innecesariamente por ser tan larga. Cualquiera que haya visto a una mujer así ataviada, con las manos llenas de paquetes, intentando subir o bajar escaleras, trepar a un tranvía, abrirse paso por entre la muchedumbre, andar por suelo encharcado, o por un camino cenagoso, no necesita más pruebas para convencerse de la incomodidad de la falda larga.
Otro grave mal es que las caderas sostengan el peso de la falda. Este gran peso, al oprimir los órganos internos, los arrastra hacia abajo, por lo que causa debilidad del estómago y una sensación de cansancio, que crea en la víctima una propensión a encorvarse, que oprime aún más los pulmones y dificulta la respiración.
En estos últimos años los peligros que resultan de la compresión de la cintura han sido tan discutidos que pocas personas pueden alegar ignorancia sobre el particular; y sin embargo, tan grande es el poder de la moda que el mal sigue adelante, con incalculable daño para las mujeres. Es de suma importancia para la salud que el pecho disponga de sitio suficiente para su completa expansión y los pulmones puedan inspirar completamente, pues cuando están oprimidos disminuye la cantidad de oxígeno que inhalan. La sangre resulta insuficientemente vitalizada, y las materias tóxicas del desgaste que deberían ser eliminadas por los pulmones, quedan en el organismo. Además, la circulación se entorpece, y los órganos internos quedan tan oprimidos que se desplazan y no pueden funcionar debidamente.
El corsé apretado no embellece la figura. Uno de los principales elementos de la belleza física es la simetría, la proporción armónica de los miembros. Y el modelo correcto para el desarrollo físico no se encuentra en los figurines de las modistas francesas, sino en la forma humana tal como se desarrolla según las leyes de Dios en la naturaleza. Dios es autor de toda belleza, y sólo en la medida en que nos conformemos a su ideal nos acercaremos a la norma de la verdadera belleza.
Otro mal fomentado por la costumbre es la distribución desigual de la ropa, de modo que mientras ciertas partes del cuerpo llevan un exceso de ropa, otras quedan insuficientemente abrigadas. Los pies, las piernas, y los brazos, por estar más alejados de los órganos vitales, deberían ir mejor abrigados. Es imposible disfrutar buena salud con las extremidades siempre frías, pues si en ellas hay poca sangre, habrá demasiada en otras partes del cuerpo. La perfecta salud requiere una perfecta circulación; pero ésta no se consigue llevando en el tronco, donde están los órganos vitales, tres o cuatro veces más ropa que en las extremidades.
Un sinnúmero de mujeres están nerviosas y agobiadas porque se privan del aire puro que les purificaría la sangre, y de la soltura de movimientos que aumentaría la circulación por las venas para beneficio de la vida, la salud y la energía. Muchas mujeres han contraído una invalidez crónica cuando hubieran podido gozar salud, y muchas han muerto de consunción y otras enfermedades cuando hubieran podido alcanzar el término natural de su vida, si se hubiesen vestido conforme a los principios de la salud y hubiesen hecho abundante ejercicio al aire libre.
Para conseguir la ropa más saludable, hay que estudiar con mucho cuidado las necesidades de cada parte del cuerpo y tener en cuenta el clima, las circunstancias en que se vive, el estado de salud, la edad y la ocupación. Cada prenda de indumentaria debe sentar holgadamente, sin entorpecer la circulación de la sangre ni la respiración libre, completa y natural. Todas las prendas han de estar lo bastante holgadas para que al levantar los brazos se levante también la ropa.
Las mujeres carentes de salud pueden mejorar mucho su estado merced a un modo de vestir razonable y al ejercicio. Vestidas convenientemente para el recreo, hagan ejercicio al aire libre, primero con mucho cuidado, pero aumentando la cantidad de ejercicio conforme aumente su resistencia. De este modo muchas podrán recobrar la salud, y vivir para desempeñar su parte en la obra del mundo.
Independientes de la moda
En vez de afanarse por cumplir con las exigencias de la moda, tengan las mujeres el valor de vestirse saludable y sencillamente. En vez de sumirse en una simple rutina de faenas domésticas, encuentre la esposa y madre de familia tiempo para leer, para mantenerse bien informada, para ser compañera de su marido y para seguir de cerca el desarrollo de la inteligencia de sus hijos. Aproveche sabiamente las oportunidades presentes para influir en sus amados de modo que los encamine hacia la vida superior. Haga del querido Salvador su compañero diario y su amigo familiar. Dedique algo de tiempo al estudio de la Palabra de Dios, a pasear con sus hijos por el campo y a aprender de Dios por la contemplación de sus hermosas obras.
Consérvese alegre y animada. En vez de consagrar todo momento a interminables costuras, haga de la velada de familia una ocasión de grata sociabilidad, una reunión de familia después de las labores del día. Un proceder tal induciría a muchos hombres a preferir la sociedad de los suyos en casa a la del casino o de la taberna. Muchos muchachos serían guardados del peligro de la calle o de la tienda de comestibles de la esquina. Muchas niñas evitarían las compañías frívolas y seductoras. La influencia del hogar llegaría a ser entonces para padres e hijos lo que Dios se propuso que fuera, es decir, una bendición para toda la vida.
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