EL COMERCIO DE LAS BEBIDAS ALCOHÓLICAS
"¡AY
DEL que edifica su casa y no en justicia, y sus salas y no en juicio!... Que
dice: Edificaré para mí casa espaciosa, y airosas salas; y le abre ventanas, y
la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. ¿Reinarás porque te cercas de
cedro?... Mas tus ojos y tu corazón no son sino a tu avaricia, y a derramar la
sangre inocente, y a opresión, y a hacer agravio." "(Jeremías
22:13-17.)
La actuación del vendedor de bebidas
Este pasaje describe la obra de los que fabrican y venden bebidas embriagantes.
Su negocio viene a ser un robo. Por el dinero que perciben, no devuelven
equivalente alguno. Cada moneda que añaden a sus ganancias ha dejado una
maldición al que la gastó.
Con mano generosa Dios derrama sus bendiciones sobre los hombres. Si sus dones
fueran empleados con prudencia, ¡cuán poca pobreza y miseria conocería el
mundo! La iniquidad humana trueca las bendiciones divinas en otras tantas
maldiciones. El lucro y la perversión del apetito convierten los cereales y las
frutas dadas para nuestro alimento, en venenos que acarrean miseria y ruina.
Cada año se consumen millones y millones de litros de bebidas embriagantes.
Millones y millones de pesos se gastan en comprar miseria, pobreza, enfermedad,
degradación, pasiones, crimen y muerte. Por amor al lucro el tabernero expende
a sus víctimas lo que corrompe y destruye la mente y el cuerpo. El es quien
perpetúa en casa del beodo la pobreza y la desdicha.
Muerta su víctima, no concluyen por eso las exacciones del vendedor. Roba a la
viuda, y reduce a los huérfanos a la mendicidad. No vacila en quitar a la
familia desamparada las cosas más necesarias para la vida, para cobrar la
cuenta de bebidas del marido y padre. El clamor de los niños que padecen, las
lágrimas de la madre agonizante, le exasperan. ¿Qué le importa que estos pobres
mueran de hambre, o que se hundan en la degradación y la ruina? El se enriquece
con los míseros recursos de aquellos a quienes arrastra a la perdición.
Las casas de prostitución, los antros del vicio, los tribunales donde juzgan a
los criminales, las cárceles, los asilos, los manicomios, los hospitales, todos
están repletos debido, en gran parte, al resultado de la obra del tabernero. A
semejanza de la mística Babilonia del Apocalipsis, el tabernero trafica con
esclavos y almas humanas. Tras él está el poderoso destructor de almas, que
emplea todas las artes de la tierra y del infierno para subyugar a los seres
humanos. Arma sus trampas en la ciudad y en el campo, en los trenes, en los
transatlánticos, en los centros de negocio, en los lugares de diversión, en los
dispensarios, y aun en la iglesia, en la santa mesa de la comunión. Nada deja
sin hacer para despertar y avivar el deseo de bebidas embriagantes. En casi
cada esquina vese la taberna con sus brillantes luces, su cordial y alegre
acogida, que invitan al obrero, al rico ocioso, y al incauto joven.
En salones particulares y en puntos concurridos por la sociedad elegante, se
sirve a las señoras bebidas de moda, con nombres agradables, pero que son
realmente intoxicantes. Para los enfermos y los exhaustos, hay licores amargos,
que reciben mucha publicidad y que consisten mayormente en alcohol.
Para despertar la sed de bebidas en los chiquillos, se introduce alcohol en los
confites. Estos dulces se venden en las tiendas. Y mediante el regalo de estos
bombones el tabernero halaga a los niños y los atrae a su negocio.
Día tras día, mes tras mes, año tras año, la perniciosa obra sigue adelante.
Padres, maridos y hermanos, apoyo, esperanza y orgullo de la nación, entran
constantemente en los antros del tabernero, para salir de ellos totalmente
arruinados.
Pero lo más terrible es que el azote penetra hasta el corazón del hogar. Las
mujeres mismas contraen más y más el hábito de la bebida. En muchas casas los
niños, aún en su inocente y desamparada infancia, se encuentran en peligro
diario por el descuido, el mal trato y la infamia de madres borrachas. Hijos e
hijas se crían a la sombra de tan terrible mal. ¿Qué perspectiva les queda para
el porvenir salvo hundirse aún más que sus padres?
De los países denominados cristianos el azote pasa a comarcas paganas. A los
pobres e ignorantes salvajes se les enseña a consumir bebidas alcohólicas. Aun
entre los paganos, hay hombres inteligentes que reconocen el peligro mortal de
la bebida, y protestan contra él; pero en vano intentaron proteger a sus países
del estrago del alcohol. Las naciones civilizadas imponen a las naciones
paganas el tabaco, el alcohol y el opio. Las pasiones desenfrenadas del
salvaje, estimuladas por la bebida, le arrastran a una degradación
anteriormente desconocida, y hacen casi imposible e inútil el mandar misioneros
a aquellos países.
Responsabilidad de la iglesia
Mediante el trato con pueblos que debieran haberles dado el conocimiento de
Dios, los paganos contraen vicios que van exterminando tribus y razas enteras.
Y por esto en las regiones tenebrosas de la tierra se odia a los hombres de los
países civilizados.
Los traficantes de bebidas constituyen una potencia mundial. Tienen de su parte
la fuerza combinada del dinero, de los hábitos y de los apetitos. Su poder se
deja sentir aun en la iglesia. Hay hombres que deben su fortuna directa o
indirectamente al tráfico de las bebidas, son miembros de la iglesia, y
reconocidos como tales. Muchos de ellos hacen donativos liberales para obras de
beneficencia. Sus contribuciones ayudan a sostener las instituciones de la
iglesia y a sus ministros. Se aquistan el respeto que se suele conceder a los
ricos. Las iglesias que aceptan a semejantes hombres como miembros sostienen en
realidad el tráfico de las bebidas alcohólicas. Con demasiada frecuencia el
pastor no tiene valor para defender la verdad. No declara a su congregación lo
que Dios dijo respecto a la obra del expendedor de bebidas. Decir la verdad con
franqueza sería ofender a su congregación, comprometer su popularidad y perder
su sueldo.
Pero superior al tribunal de la iglesia es el tribunal de Dios. Aquel que dijo
al primer asesino: "La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la
tierra" "(Génesis 4:10), no aceptará para su altar las ofrendas del
traficante en bebidas. Su enojo se enciende contra los que intentan cubrir su
culpa con el manto de la liberalidad. Su dinero está manchado de sangre. La
maldición recae sobre él.
"¿Para qué a mí, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios?
..."¿Quién demandó esto de vuestras manos,"cuando vinieseis a
presentaras delante de mí, para hollar mis"atrios?"No me traigáis más
vano presente...."Cuando extendierais vuestras manos,"yo esconderé de
vosotros mis ojos:"asimismo cuando multiplicarais la oración, yo no
oiré:"llenas están de sangre vuestras manos." "(Isaías 1:11-15.)
El borracho es capaz de mejores cosas. Fue dotado de talentos con que honrar a
Dios y beneficiar al mundo; pero sus semejantes armaron lazo para su alma, y
medran a costa de la degradación de su víctima. Vivieron en el lujo, mientras
que las pobres víctimas a quienes despojaron fueron sumidas en la pobreza y la
miseria. Pero Dios llamará a cuenta a quien ayudó al borracho a precipitarse en
la ruina. Aquel que gobierna en los cielos no ha perdido de vista la primera
causa o el último efecto de la embriaguez. Aquel que cuida del gorrión y que
viste la hierba del campo, no pasará por alto a los que fueron formados a su
propia imagen y comprados con su propia sangre, ni será sordo a sus clamores.
Dios nota toda esta perversidad que perpetúa el crimen y la miseria.
El mundo y la iglesia podrán dar su aprobación al hombre que amontona riquezas
degradando al alma humana. Podrán sonreir a quien conduce a los hombres paso a
paso por la senda de la vergüenza y la degradación. Pero Dios lo anota todo, y
emite un juicio justo. El tabernero podrá ser considerado por el mundo como
buen comerciante; pero el Señor dice: "¡Ay de él!" Será culpado de la
desesperación, de la miseria, y de los padecimientos traídos al mundo por el
tráfico del alcohol. Tendrá que dar cuenta de las necesidades y las desdichas
de las madres y los hijos que hayan padecido por falta de alimento, de ropa y
de abrigo, y hayan perdido toda esperanza y alegría. Tendrá que dar cuenta de
las almas que haya enviado desapercibidas a la eternidad. Los que sostienen al
tabernero en su obra comparten su culpa. A los tales Dios dice: "Llenas
están de sangre vuestras manos."
Leyes sobre las patentes
Muchos abogan porque se cobren patentes a los traficantes en alcoholes pensando
que así se pondrá coto al mal de la bebida. Pero conceder patente a dicho
tráfico, equivale a ponerlo bajo la protección de las leyes. El gobierno
sanciona entonces su existencia, y fomenta el mal que pretende restringir. Al
amparo de las leyes de patentes, las cervecerías, las destilerías y los
establecimientos productores de vinos se extienden por todo el país, y el
tabernero hace su obra nefanda a nuestras mismas puertas. En muchos casos se le
prohibe vender bebidas alcohólicas al que ya está ebrio o se conoce como
borracho habitual; pero la obra de convertir en borrachos a los jóvenes sigue
adelante. La existencia de este negocio depende de la sed de alcohol que se
fomente en la juventud. Al joven se le va pervirtiendo poco a poco hasta que el
hábito de la bebida queda arraigado, y se le despierta la sed que, cueste lo
que cueste, ha de satisfacer. Menos daño se haría suministrando bebida al
borracho habitual, cuya ruina, en la mayoría de los casos, es ya irremediable,
que en permitir que la flor de nuestra juventud se pierda por medio de tan
terrible hábito.
Al conceder patente al tráfico de alcoholes, se expone a constante tentación a
los que intentan reformarse. Se han fundado instituciones para ayudar a las
víctimas de la intemperancia a dominar sus apetitos. Tarea noble es ésta; Pero
mientras la venta de bebidas siga sancionada por la ley, los beodos sacarán
poco provecho de los asilos fundados para ellos. No pueden permanecer siempre
allí. Deben volver a ocupar su lugar en la sociedad. La sed de bebidas
alcohólicas, si bien refrenada, no quedó anulada, y cuando la tentación los
asalta, como puede hacerlo a cada paso, aquéllos vuelven demasiado a menudo a
caer en ella.
El dueño de un animal peligroso, que, a sabiendas, lo deja suelto, responde
ante la ley por el mal que cause el animal. En las leyes dadas a Israel, el
Señor dispuso que cuando una bestia peligrosa causara la muerte de un ser
humano, el dueño de aquélla debía expiar con su propia vida su descuido o su
perversidad. De acuerdo con este mismo principio, el gobierno que concede
patentes al vendedor de bebidas debiera responder de las consecuencias del
tráfico. Y si es un crimen digno de muerte dejar suelto un animal peligroso,
¿cuánto mayor no será el crimen que consiste en sancionar la obra del vendedor
de bebidas?
Concédense patentes en atención a la renta que producen para el tesoro público.
Pero, ¿qué es esta renta comparada con los enormes gastos que ocasionan los
criminales, los locos, el pauperismo, frutos todos del comercio del alcohol?
Estando bajo la influencia de la bebida, un hombre comete un crimen; se le
procesa, y quienes legalizaron el tráfico de las bebidas se ven obligados a
encarar las consecuencias de su propia obra. Autorizaron la venta de bebidas que
privan al hombre de la razón, y ahora tienen que mandar a este hombre a la
cárcel o a la horca, dejando a menudo sin recursos a una viuda y sus hijos,
quienes quedarán a cargo de la comunidad en que vivan.
Si se considera tan sólo el aspecto financiero del asunto, ¡cuán insensato es
tolerar semejante negocio! Pero, ¿qué rentas pueden compensar la pérdida de la
razón, el envilecimiento y la deformación de la imagen de Dios en el hombre,
así como la ruina de los niños que, reducidos al pauperismo y a la degradación,
perpetuarán en sus propios hijos las malas inclinaciones de sus padres beodos?
La prohibición
El hombre que contrajo el hábito de la bebida se encuentra en una situación
desesperada. Su cerebro está enfermo y su voluntad debilitada. En lo que toca a
su propia fuerza, sus apetitos son ingobernables. No se puede razonar con él ni
persuadirle a que se niegue a sí mismo. El que ha sido arrastrado a los antros
del vicio, por mucho que haya resuelto no beber más, se ve inducido a llevar de
nuevo la copa a sus labios; y apenas pruebe la bebida, sus más firmes
resoluciones quedarán vencidas, y aniquilado todo vestigio de voluntad. Al
volver a probar la enloquecedora bebida, se le desvanece todo pensamiento
relativo a los resultados. Se olvida de la esposa transida de dolor. Al padre
pervertido ya no le importa que sus hijos sufran hambre y desnudez, Al
legalizar el tráfico de las bebidas alcohólicas, la ley sanciona la ruina del
alma, y se niega a contener el desarrollo de un comercio que llena al mundo de
males.
¿Debe esto continuar así? ¿Seguirán las almas luchando por la victoria,
teniendo ante ellas y abiertas de par en par las puertas de la tentación?
¿Continuará la plaga de la intemperancia siendo baldón del mundo civilizado?
¿Seguirá arrasando, año tras año, como fuego consumidor, millares de hogares
felices? Cuando un buque zozobra a la vista de la ribera, los espectadores no
permanecen indiferentes. Hay quienes arriesgan la vida para ir en auxilio de
hombres y mujeres a punto de hundirse en el abismo. ¿Cuánto más esfuerzo no
debe hacerse para salvarlos de la suerte del borracho?
El borracho y su familia no son los únicos que corren peligro por culpa del que
expende bebidas, ni es tampoco el recargo de impuestos el mayor mal que acarrea
su tráfico. Estamos todos entretejidos en la trama de la humanidad. El mal que
sobreviene a cualquier parte de la gran confraternidad humana entraña peligros
para todos.
Más de uno, que seducido por amor al lucro o a la comodidad no quiso
preocuparse para que se restringiese el tráfico de bebidas, advirtió después
demasiado tarde que este tráfico le afectaba. Vio a sus propios hijos
embrutecidos y arruinados. La anarquía prevalece. La propiedad peligra. La vida
no está segura. Multiplícanse las desgracias en tierra y mar. Las enfermedades
que se engendran en la guaridas de la suciedad y la miseria penetran en las
casas ricas y lujosas. Los vicios fomentados por los que viven en el desorden y
el crimen infectan a los hijos de las clases de refinada cultura.
No existe persona cuyos intereses no peligren por causa del comercio de las
bebidas alcohólicas. No hay nadie que por su propia seguridad no debiera
resolverse a aniquilar este tráfico.
Sobre todas las organizaciones dedicadas a intereses únicamente terrenales, las
cámaras legislativas y los tribunales debieran verse libres del azote de la
intemperancia. Los gobernadores, senadores, diputados y jueces, es decir los
hombres que promulgan las leyes de una nación y velan por su observancia, los
que tienen en sus manos la vida, la reputación y los bienes de sus semejantes,
deberían ser hombres de estricta temperancia. Sólo así podrán tener claridad de
espíritu para discernir entre lo bueno y lo malo. Sólo así podrán tener
principios firmes y sabiduría para administrar justicia y para ser clementes.
Pero, ¿qué nos dice la historia? ¡Cuántos de estos hombres tienen la
inteligencia anublada, y confuso el sentido de lo justo y de lo injusto, por
efecto de las bebidas alcohólicas! ¡Cuántas leyes opresivas se han decretado,
cuántos inocentes han sido condenados a muerte por la injusticia de
legisladores, testigos, jurados, abogados y aun jueces amigos de la bebida!
Muchos son los "valientes para beber vino," y los "hombres
fuertes para mezclar bebida," "que a lo malo dicen bueno, y a lo
bueno malo," "que dan por justo al impío por cohechos, y al justo
quitan su justicia." De los tales dice Dios:
"Como la lengua del fuego consume las aristas,"y la llama devora la
paja,"así será su raíz como pudrimiento,"y su flor se desvanecerá
como polvo:"porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos,"y
abominaron la palabra del Santo de Israel." "(Isaías 5:20-24.)
La honra de Dios, la estabilidad de la nación, el bienestar de la sociedad, del
hogar y del individuo, exigen cuanto esfuerzo sea posible para despertar al
pueblo y hacerle ver los males de la intemperancia. Pronto percibiremos el
resultado de este terrible azote mejor de lo que lo notamos ahora. ¿Quién se
esforzará resueltamente por detener la obra de destrucción? Apenas si ha
comenzado la lucha. Alístese un ejército que acabe con la venta de los licores
ponzoñosos, que enloquecen a los hombres. Póngase de manifiesto el peligro del
tráfico de bebidas, y créese una opinión pública que exija su prohibición.
Otórguese a los que han perdido la razón por la bebida una oportunidad para
escapar a la esclavitud. Exija la voz de la nación a sus legisladores que
supriman tan infame tráfico.
"Si dejares de librar los que son tomados para la muerte,"y los que
son llevados al degolladero;"si dijeres: Ciertamente no lo
supimos;"¿no lo entenderá el que pesa los corazones?"El que mira por
tu alma, él lo conocerá." "(Proverbios 24:11, 12.)
Y "¿qué dirás cuando te visitará?" "(Jeremías 13:21.)
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