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CAPÍTULO 29: LOS FUNDADORES DEL HOGAR - Ministerio de curación


 Los Fundadores del Hogar

El que creó a Eva para que fuese compañera de Adán realizó su primer milagro en una boda. En la sala donde los amigos y parientes se regocijaban, Cristo principió su ministerio público. Con su presencia sancionó el matrimonio, reconociéndolo como institución que él mismo había fundado. Había dispuesto que hombres y mujeres se unieran en el santo lazo del matrimonio, para formar familias cuyos miembros, coronados de honor, fueran reconocidos como miembros de la familia celestial.

Cristo honró también las relaciones matrimoniales al hacerlas símbolo de su unión con los redimidos. El es el Esposo, y la esposa es la iglesia, de la cual, como escogida por él, dice: "Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha." (Cantares 4:7.)

"Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para ... que fuese santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres." (Efesios 5:25-28.)

El vínculo de la familia es el más estrecho, el más tierno y sagrado de la tierra. Estaba destinado a ser una bendición para la humanidad. Y lo es siempre que el pacto matrimonial sea sellado con inteligencia, en el temor de Dios, y con la debida consideración de sus responsabilidades.

Los que piensan en casarse deben pesar el carácter y la influencia del hogar que van a fundar. Al llegar a ser padres se les confía un depósito sagrado. De ellos depende en gran medida el bienestar de sus hijos en este mundo, y la felicidad de ellos en el mundo futuro.

En alto grado determinan la naturaleza física y moral de sus pequeñuelos. Y del carácter del hogar depende la condición de la sociedad. El peso de la influencia de cada familia se hará sentir en la tendencia ascendente o descendente de la sociedad.

La elección de esposo o de esposa debe ser tal que asegure del mejor modo posible el bienestar físico, intelectual y espiritual de padres e hijos, de manera que capacite a unos y otros para ser una bendición para sus semejantes y una honra para su Creador.

Antes de asumir las responsabilidades del matrimonio, los jóvenes y las jóvenes deben tener una experiencia práctica que los haga aptos para cumplir los deberes de la vida y llevar las cargas de ella. No se han de favorecer los matrimonios tempranos. Un compromiso tan importante como el matrimonio y de resultados tan trascendentales no debe contraerse con precipitación, sin la suficiente preparación y antes de que las facultades intelectuales y físicas estén bien desarrolladas.

Aunque los cónyuges carezcan de riquezas materiales, deben poseer el tesoro mucho más precioso de la salud. Y por lo general no debería haber gran disparidad de edad entre ellos. El desprecio de esta regla puede acarrear una grave alteración de salud para el más joven. También es frecuente en tales casos que los hijos sufran perjuicio en su vigor físico e intelectual. No pueden encontrar en un padre o en una madre ya de edad el cuidado y la compañía que sus tiernos años requieren, y la muerte puede arrebatarles a uno de los padres cuando más necesiten su amor y dirección.

Sólo en Cristo puede formarse una unión matrimonial feliz. El amor humano debe fundar sus más estrechos lazos en el amor divino. Sólo donde reina Cristo puede haber cariño profundo, fiel y abnegado.

El amor es un precioso don que recibimos de Jesús. El afecto puro y santo no es un sentimiento, sino un principio. Los que son movidos por el amor verdadero no carecen de juicio ni son ciegos. Enseñados por el Espíritu Santo, aman supremamente a Dios y a su prójimo como a sí mismos.

Los que piensan en casarse deben pesar cada sentimiento y cada manifestación del carácter de la persona con quien se proponen unir su suerte. Cada paso dado hacia el matrimonio debe ser acompañado de modestia, sencillez y sinceridad, así como del serio propósito de agradar y honrar a Dios. El matrimonio afecta la vida ulterior en este mundo y en el venidero. El cristiano sincero no hará planes que Dios no pueda aprobar.

Si gozáis de la bendición de tener padres temerosos de Dios, consultadlos. Comunicadles vuestras esperanzas e intenciones, aprended las lecciones que la vida les enseñó y os ahorraréis no pocas penas. Sobre todo, haced de Cristo vuestro consejero. Estudiad su Palabra con oración.

Contando con semejante dirección, acepte la joven como compañero de la vida tan sólo a un hombre que posea rasgos de carácter puros y viriles, que sea diligente y rebose de aspiraciones, que sea honrado, ame a Dios y le tema. Busque el joven como compañera que esté siempre a su lado a quien sea capaz de asumir su parte de las responsabilidades de la vida, y cuya influencia le ennoblezca, le comunique mayor refinamiento y le haga feliz en su amor.

"De Jehová viene la mujer prudente." ""El corazón de su marido está en ella confiado.... Darále ella bien y no mal, todos los días de su vida.""Abrió su boca con sabiduría: y la ley de clemencia está en su lengua. Considera los caminos de su casa, y no come el pan de balde. Levantáronse sus hijos, y llamáronla bienaventurada; y su marido también la alabó" diciendo: "Muchas mujeres hicieron el bien; mas tú las sobrepujaste a todas"." El que encuentra una esposa tal "halló el bien, y alcanzó la benevolencia de Jehová." (Proverbios 19:14, V.M.; 31:11, 12, 26-29; 18:22.) Por mucho cuidado y prudencia con que se haya contraído el matrimonio, pocas son las parejas que hayan llegado a la perfecta unidad al realizarse la ceremonia del casamiento. La unión verdadera de ambos cónyuges es obra de los años subsiguientes.

Cuando la pareja recién casada afronta la vida con sus cargas de perplejidades y cuidados, desaparece el aspecto romántico con que la imaginación suele tan a menudo revestir el matrimonio. Marido y mujer aprenden entonces a conocerse como no podían hacerlo antes de unirse. Este es el período más crítico de su experiencia. La felicidad y utilidad de toda su vida ulterior dependen de que asuman en ese momento una actitud correcta. Muchas veces cada uno descubre en el otro flaquezas y defectos que no sospechaban; pero los corazones unidos por el amor notarán también cualidades desconocidas hasta entonces. Procuren todos descubrir las virtudes más bien que los defectos. Muchas veces, nuestra propia actitud y la atmósfera que nos rodea determinan lo que se nos revelará en otra persona. Son muchos los que consideran la manifestación del amor como una debilidad, y permanecen en tal retraimiento que repelen a los demás. Este espíritu paraliza las corrientes de simpatía. Al ser reprimidos, los impulsos de sociabilidad y generosidad se marchitan y el corazón se vuelve desolado y frío. Debemos guardarnos de este error. El amor no puede durar mucho si no se le da expresión. No permitáis que el corazón de quienes os acompañen se agote por falta de bondad y simpatía de parte vuestra.

Aunque se susciten dificultades, congojas y desalientos, no abriguen jamás ni el marido ni la mujer el pensamiento de que su unión es un error o una decepción. Resuélvase cada uno de ellos a ser para el otro cuanto le sea posible. Sigan teniendo uno para con otro los miramientos que se tenían al principio. Aliéntense uno a otro en las luchas de la vida. Procure cada uno favorecer la felicidad del otro. Haya entre ellos amor 279 mutuo y sopórtense uno a otro. Entonces el casamiento, en vez de ser la terminación del amor, será más bien su verdadero comienzo. El calor de la verdadera amistad, el amor que une un corazón al otro, es sabor anticipado de los goces del cielo.

Alrededor de cada familia se extiende un círculo sagrado que no debe romperse. Nadie tiene derecho a entrar en este círculo. No permitan el marido ni la mujer que un extraño comparta las confidencias que a ellos solos importan.

Ame cada uno de ellos al otro antes de exigir que el otro le ame. Cultive lo más noble que haya en sí y esté pronto a reconocer las buenas cualidades del otro. El saberse apreciado es un admirable estímulo y motivo de satisfacción. La simpatía y el respeto alientan el esfuerzo por alcanzar la excelencia, y el amor aumenta al estimular la persecución de fines cada vez más nobles.

Ni el marido ni la mujer deben fundir su individualidad en la de su cónyuge. Cada cual tiene su relación personal con Dios. A él tiene que preguntarle cada uno: "¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Cómo cumpliré mejor el propósito de la vida?" Fluya el caudal del cariño de cada uno hacia Aquel que dio su vida por ellos. Considérese a Cristo el primero, el último y el mejor en todo. En la medida en que vuestro amor a Cristo se profundice y fortalezca, se purificará y fortalecerá vuestro amor mutuo.

El espíritu que Cristo manifiesta para con nosotros es el espíritu que marido y mujer deben manifestar uno con otro. "Andad en amor, como también Cristo nos amó.""Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella." (Efesios 5: 2, 24, 25.)

Ni el marido ni la mujer deben pensar en ejercer gobierno arbitrario uno sobre otro. No intentéis imponer vuestros deseos uno a otro. No podéis hacer esto y conservar el amor mutuo. Sed bondadosos, pacientes, indulgentes, considerados y corteses. Mediante la gracia de Dios podéis haceros felices el uno al otro, tal como lo prometisteis al casaros.

Felicidad en el servicio abnegado

Tened presente, sin embargo, que la felicidad no se encuentra en retraeros de los demás conformándoos con prodigaros todo el cariño de que sois capaces. Aprovechad toda oportunidad que se os presente para contribuir a labrar la felicidad de los que os rodean. Recordad que el gozo verdadero sólo se encuentra en servir desinteresadamente.

La indulgencia y la abnegación caracterizan las palabras y los actos de los que viven la vida nueva en Cristo. Al esforzaros por llevar la vida que Cristo llevó, al procurar dominar el yo y el egoísmo, así como al atender a las necesidades de los demás, ganaréis una victoria tras otra. Vuestra influencia será entonces una bendición para el mundo.

Hombres y mujeres pueden alcanzar el ideal que Dios les señala si aceptan la ayuda de Cristo. Lo que la humana sabiduría no puede lograr, la gracia de Dios lo hará en quienes se entregan a él con amor y confianza. Su providencia puede unir los corazones con lazos de origen celestial. El amor no será tan sólo un intercambio de palabras dulces y aduladoras. El telar del cielo teje con urdimbre y trama más finas, pero más firmes, que las de los telares de esta tierra. Su producto no es una tela endeble, sino un tejido capaz de resistir cualquiera prueba, por dura que sea. El corazón quedará unido al corazón con los áureos lazos de un amor perdurable.

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