EL NIÑO
En las instrucciones del ángel a los padres hebreos iban incluidos no sólo
los hábitos de la madre, sino la educación del niño. No bastaba que Sansón, el
niño que iba a libertar a Israel, tuviera una buena herencia al nacer, sino que
a su nacimiento debía seguir una esmerada educación. Desde la niñez había que
enseñarle hábitos de estricta templanza.
Semejante instrucción fue dada también al tratarse de Juan el Bautista. Antes
del nacimiento del niño el mensaje enviado del cielo al padre fue:
"Y tendrás gozo y alegría, y muchos se gozarán de su nacimiento. Porque
será grande delante de Dios, y no beberá vino ni sidra; y será lleno del
Espíritu Santo."
(S. Lucas 1:14, 15.)
El Salvador declaró que en la
memoria que los cielos guardan de los hombres nobles, no había hombre mayor que
Juan el Bautista. La obra que le fue encomendada requería no sólo energía
física y resistencia, sino las más altas cualidades del espíritu y del alma.
Tan importante era la buena educación física como preparación para esta tarea,
que el ángel más encumbrado del cielo fue enviado con un mensaje de instrucción
para los padres del niño.
Las prescripciones dadas respecto a los niños hebreos nos enseñan que nada de
lo que afecte al bienestar físico del niño debe descuidarse. Nada carece de
importancia. Toda influencia que afecte a la salud del cuerpo repercute en el
espíritu y en el carácter.
No puede darse demasiada importancia a la primera educación de los niños.
Las lecciones aprendidas, los hábitos adquiridos durante los años de la
infancia y de la niñez, influyen en la formación del carácter y la dirección de
la vida mucho más que todas las instrucciones y que toda la educación de los años
subsiguientes.
Los padres deben considerar esto. Deben comprender los principios que
constituyen la base del cuidado y de la educación de los hijos. Deben ser
capaces de criarlos con buena salud física, mental y moral. Deben estudiar las
leyes de la naturaleza. Deben familiarizarse con el organismo del cuerpo
humano. Necesitan entender las funciones de los varios órganos y su mutua
relación y dependencia. Deben estudiar la relación de las facultades mentales
con las físicas y las condiciones requeridas para el funcionamiento sano de
cada una de ellas. Asumir las responsabilidades de la paternidad sin una
preparación tal es pecado.
Poca, muy poca consideración se da a las causas que determinan la mortalidad,
la enfermedad y la degeneración, que existen hoy aun en los países más
civilizados y favorecidos. La raza humana decae. Más de un tercio de ella muere
en la infancia; de los que alcanzan la edad adulta, los más adolecen de alguna
enfermedad, y pocos llegan al límite de la vida humana. (Nota: La declaración
concerniente a la mortalidad infantil era correcta cuando fue escrita en 1905.
Sin embargo, la medicina y la puericultura modernas han reducido muchísimo la
mortalidad de los niños.- LOS EDITORES.*)
El cuidado de los infantes
La mayor parte de los males que acarrean miseria y ruina a la raza humana
podrían evitarse, y el poder de luchar contra ellos descansa en sumo grado en
los padres. No es una "misteriosa providencia" la que arrebata a los
pequeñuelos. Dios no quiere su muerte. Los confía a los padres para que los
eduquen a fin de que sean útiles en este mundo, y lleguen al cielo después. Si
los padres y las madres hicieran lo posible para dar a sus hijos buena
herencia, y luego, mediante una buena educación, se esforzarán por remediar
cualquiera mala condición en que hubieran nacido, ¡qué cambio tan favorable se
vería en el mundo!
Cuanto más tranquila y sencilla la vida del niño, más favorable será para su
desarrollo físico e intelectual. La madre debería procurar siempre conservarse
tranquila, serena y dueña de sí misma. Muchos pequeñuelos son en extremo
susceptibles a la excitación nerviosa, y los modales suaves y apacibles de la
madre ejercerán una influencia calmante de incalculable beneficio para el niño.
Los infantes requieren calor, pero se incurre muchas veces en el grave error de
tenerlos en cuartos caldeados y faltos de aire puro. La costumbre de taparles
la carita mientras duermen es perjudicial, pues entorpece la libre respiración.
Debe evitarse a la criatura toda influencia que tienda a debilitar o envenenar
su organismo. Debe ejercerse el más escrupuloso cuidado para que cuanto la
rodee sea agradable y limpio. Es necesario proteger al pequeñuelo de los
cambios repentinos y excesivos de la temperatura; pero hay que cuidar de que
cuando duerma o esté despierto, de día o de noche, respire aire puro y
vigorizante.
El vestido del niño
En la preparación del ajuar para el niño hay que buscar lo que más conviene, la
comodidad y la salud, antes que la moda o el deseo de despertar la admiración.
La madre no debe gastar tiempo en bordados y en labores de fantasía para
embellecer la ropa de su pequeñuelo, ni imponerse así una carga de trabajo
inútil, a costa de su salud y de la del niño. No debe cansarse encorvándose
sobre labores de costura que comprometen su vista y sus nervios, cuando
necesita mucho descanso y ejercicio agradable. Debe comprender la obligación de
conservar sus fuerzas para hacer frente a lo que de ella exigirá su cargo. Si
el atavío del niño proporciona calor, abrigo y comodidad, quedará eliminada una
de las principales causas de irritación y desasosiego. El pequeñuelo gozará
mejor salud, y la madre no encontrará el cuidado de su hijo demasiado pesado
para sus fuerzas y para el tiempo de que dispone.
Las ligaduras apretadas o la ropa por demás ajustada impiden la acción del
corazón y de los pulmones, y deben evitarse. Ninguna parte del cuerpo debe
sufrir presión alguna por causa de la ropa que comprima algún órgano o limite
su libertad de movimiento. La ropa de todos los niños debe estar tan holgada,
que les permita la más libre y completa respiración; y debe adaptarse de tal
modo al cuerpo que los hombros lleven todo el peso de ella.
En algunos países prevalece aún la costumbre de dejar desnudos los hombros y
las extremidades de los pequeñuelos. Esta costumbre no puede condenarse con
demasiada severidad. Por estar las extremidades lejos del centro de la
circulación, requieren mayor abrigo que las demás partes del cuerpo. Las
arterias que conducen la sangre a las extremidades son gruesas y suministran
suficiente cantidad de sangre para llevarles calor y nutrición. Pero cuando
esos miembros quedan sin abrigo ni ropa suficiente, las arterias y las venas se
contraen, las partes más sensibles del cuerpo se enfrían, y la circulación de
la sangre se entorpece.
En los niños que crecen hay que favorecer todas las fuerzas de la naturaleza
para facilitarles el perfeccionamiento de la estructura física. Si los miembros
quedan insuficientemente abrigados, los niños, y principalmente las niñas, no
pueden salir de casa sino cuando el aire es tibio, y por temor al frío se los
tiene encerrados. Si los niños están bien abrigados, el ejercicio al aire
libre, en verano o en invierno, les será provechoso.
Las madres que desean que sus hijos e hijas gocen del vigor de la salud, deben
vestirlos convenientemente y alentarlos a que estén al aire libre siempre que
el tiempo lo permita. Costará tal vez no poco esfuerzo romper las cadenas de la
costumbre, y vestir y educar a los niños con respecto a la salud; pero el
resultado compensará con creces el esfuerzo.
La alimentación del niño
El mejor alimento para el niño es el que suministra la naturaleza. No debe
privársele de él sin necesidad. Es muy cruel que la madre, por causa de las
conveniencias y los placeres sociales, procure libertarse del desempeño de su
ministerio materno de amamantar a su pequeñuelo.
La madre que consiente que otra mujer nutra a su hijo debe considerar cuáles
puedan ser los resultados. La nodriza comunica hasta cierto punto, su propio
temperamento y genio al niño a quien amamanta.
Difícil sería exagerar la importancia que tiene el hacer adquirir a los niños
buenos hábitos dietéticos. Necesitan aprender que comen para vivir y no viven
para comer. Esta educación debe empezar cuando la criatura está todavía en
brazos de su madre. Hay que darle alimento tan sólo a intervalos regulares, y
con menos frecuencia conforme va creciendo. No hay que darle dulces ni comida
de adultos, pues no la puede digerir. El cuidado y la regularidad en la
alimentación de las criaturas no sólo fomentarán la salud, y así las harán
sosegadas y de genio apacible, sino que echarán los cimientos de hábitos que
los beneficiarán en los años subsiguientes.
Cuando los niños salen de la infancia todavía hay que educar con el mayor
cuidado sus gustos y apetitos. Muchas veces se les permite comer lo que quieren
y cuando quieren, sin tener en cuenta su salud. El trabajo y el dinero tantas
veces malgastados en golosinas perjudiciales para la salud inducen al joven a
pensar que el supremo objeto de la vida, y lo que reporta mayor felicidad, es
poder satisfacer los apetitos. El resultado de tal educación es que el niño se
vuelve glotón; después le sobrevienen las enfermedades, que son seguidas
generalmente por la administración de drogas venenosas.
Los padres deben educar los apetitos de sus hijos, y no permitir que hagan uso
de alimentos nocivos para la salud. Pero en el esfuerzo por regular la
alimentación, debemos cuidar de no cometer el error de exigir a los niños que
coman cosas desagradables, ni más de lo necesario. Los niños tienen derechos y
preferencias que, cuando son razonables, deben respetarse.
Hay que observar cuidadosamente la regularidad en las comidas. Al niño no se le
debe dar de comer entre comidas, ni pasteles, ni nueces, ni frutas, ni manjar
de ninguna clase. La irregularidad en las comidas destruye el tono sano de los
órganos de la digestión, en perjuicio de la salud y del buen humor. Y cuando
los niños se sientan a la mesa, no toman con gusto el alimento sano; su apetito
clama por manjares nocivos.
Las madres que satisfacen los deseos de sus hijos a costa de la salud y del
genio alegre, siembran males que no dejarán de brotar y llevar fruto. El empeño
por satisfacerlos apetitos se intensifica en los niños a medida que crecen, y
queda sacrificado el vigor mental y físico. Las madres que obran así cosechan
con amargura lo que han sembrado. Ven a sus hijos criarse incapacitados en su
mente y carácter para desempeñar noble y provechoso papel en la sociedad o en
la familia. Las facultades espirituales, intelectuales y físicas se menoscaban
por la influencia del alimento malsano. La conciencia se embota, y se debilita
la disposición a recibir buenas impresiones.
Cómo cuidar a los niños enfermos
Mientras se les enseña a los niños a dominar su apetito y a comer teniendo en
cuenta los intereses de la salud, hágaseles ver que sólo se privan de lo que
les sería perjudicial; que renuncian a ello por algo mejor. Hágase la mesa
amena y atractiva, al surtirla con las cosas buenas que Dios ha dispensado con
tanta generosidad. Sea la hora de comer una hora de contento y alegría. Al
gozar de los dones de Dios, correspondámosle con agradecida alabanza.
En muchos casos las enfermedades de los niños pueden achacarse a equivocaciones
en el modo de cuidarlos. Las irregularidades en las comidas, la ropa
insuficiente en las tardes frías, la falta de ejercicio activo para conservar
la buena circulación de la sangre, la falta de aire abundante para purificarla,
pueden ser causa del mal. Estudien los padres las causas de la enfermedad, y
remedien cuanto antes toda condición defectuosa.
Todos los padres pueden aprender mucho con respecto al cuidado y a las medidas
preventivas y aun al tratamiento de la enfermedad. La madre en particular debe
saber qué hacer en los casos comunes de enfermedad en su familia. Debe saber
atender a su enfermito. Su amor y perspicacia deben capacitarla para prestar
servicios que no podrían encomendarse a una mano extraña.
El estudio de la fisiología
Los padres deberían tratar temprano de interesar a sus hijos en el estudio de
la fisiología y enseñarles sus principios elementales. Enséñenles el mejor modo
de conservar sus facultades físicas, intelectuales y morales, y cómo usar sus
dotes para que su vida beneficie a otros y honre a Dios. Este conocimiento es
de valor inapreciable para los jóvenes. La enseñanza respecto a las cosas que
conciernen a la vida y la salud es para ellos más importante que el
conocimiento de muchas de las ciencias que se enseñan en las escuelas.
Los padres han de vivir más para sus hijos y menos para la sociedad. Estudiad
los asuntos relacionados con la salud, y practicad vuestros conocimientos.
Enseñad a vuestros hijos a razonar de la causa al efecto. Enseñadles que si
quieren salud y felicidad, tienen que obedecer las leyes de la naturaleza.
Aunque no veáis en vuestros hijos adelantos tan rápidos como desearíais, no os
desalentéis; antes bien proseguid vuestro trabajo con paciencia y
perseverancia.
Enseñad a vuestros niños desde la cuna a practicar la abnegación y el dominio
propio. Enseñadles a gozar de las bellezas de la naturaleza y a ejercitar
sistemáticamente en ocupaciones útiles todas sus facultades corporales e
intelectuales. Educadlos de modo que lleguen a tener una constitución sana y
buenos principios morales, una disposición alegre y un genio apacible. Inculcad
en sus tiernas inteligencias la verdad de que Dios no nos ha creado para que
viviéramos meramente para los placeres presentes, sino para nuestro bien final.
Enseñadles que el ceder a la tentación es dar prueba de debilidad y
perversidad, mientras que el resistir a ella denota nobleza y virilidad. Estas
lecciones serán como semilla sembrada en suelo fértil, y darán fruto que
llenará de alegría vuestro corazón.
Sobre todo, rodeen los padres a sus hijos de una atmósfera de alegría, cortesía
y amor. En el hogar donde habita el amor y se expresa en miradas, palabras y
actos, los ángeles se complacen en manifestar su presencia.
Padres, dejad entrar en vuestros corazones los rayos de sol del amor, de la
jovialidad y del feliz contentamiento, y permitid que su dulce y preciosa
influencia compenetre vuestro hogar. Manifestad un espíritu bondadoso y
tolerante; fomentadlo también en vuestros hijos, cultivando todas las gracias
que iluminarán vuestra vida familiar. La atmósfera así creada será para los
hijos lo que son el aire y el sol para la vegetación y promoverán la salud y el
vigor de la mente y del cuerpo.
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