Lo Falso y lo Verdadero en la Educación
LA
INTELIGENCIA maestra en la confederación del mal obra siempre para ocultar las
palabras de Dios y hacer resaltar las opiniones de los hombres. Se propone que
no oigamos la voz de Dios, que nos dice: "Este es el camino, andad por él."
(Isaías 30:21.) Valiéndose de perversos sistemas de educación hace cuanto puede
por obscurecer la luz del cielo.
La especulación filosófica y la
investigación científica que no reconocen a Dios están haciendo millares de
escépticos. En las escuelas de hoy las conclusiones a las cuales llegaron
hombres instruidos como resultado de sus investigaciones científicas se enseñan
con empeño y se explican detenidamente, de modo que se implante bien clara la
impresión de que si esos eruditos tienen razón, la Biblia no puede tenerla. El
escepticismo atrae a la inteligencia humana. La juventud ve en él una
independencia que cautiva la imaginación, y es víctima del engaño. Satanás
triunfa. Nutre toda semilla de duda que sembró en los corazones jóvenes. La hace
crecer y llevar fruto, y pronto se recoge una abundante cosecha de incredulidad.
Precisamente porque el corazón humano se inclina al mal resulta
peligroso arrojar semillas de escepticismo en la inteligencia de los jóvenes.
Todo lo que debilita la fe en Dios arrebata al alma el poder de resistir a la
tentación. La despoja de su única salvaguardia contra el pecado. Necesitamos
escuelas en que se enseñe a la juventud que la grandeza consiste en honrar a
Dios manifestando su carácter en la vida diaria. Necesitamos aprender de Dios,
por medio de su Palabra y sus obras, para que nuestra vida realice los designios
divinos.
Los autores incrédulos
Muchos creen
que para educarse es esencial que se estudien los escritos de autores
incrédulos, porque dichas obras encierran muchas brillantes joyas del
pensamiento. Pero, ¿quién fue el que creó estas joyas? Fue Dios, y sólo Dios. El
es la fuente de toda luz. ¿Por qué habríamos de internarnos entonces en el
fárrago de errores contenidos en las obras de los incrédulos en busca de unas
cuantas verdades intelectuales, cuando toda la verdad está a nuestra
disposición?
¿Cómo es que hombres en pugna con el gobierno de Dios
llegan a poseer la sabiduría de que a veces hacen gala? Satanás mismo fue
educado en las aulas celestiales, y conoce, el bien y el mal. Mezcla lo precioso
con lo vil, y esto le da poder para engañar. Pero porque Satanás se haya
revestido de esplendor celestial, ¿le habremos de recibir como ángel de luz? El
tentador tiene sus agentes, educados según sus métodos, inspirados por su
espíritu e idóneos para su obra. ¿Cooperaremos nosotros con ellos? ¿Recibiremos
las obras de sus agentes como esenciales para adquirir educación?
Si el
tiempo y esfuerzo consagrados a sacar alguna que otra idea brillante de las
enseñanzas de los incrédulos se dedicaran a estudiar las preciosas enseñanzas de
la Palabra de Dios, millares que hoy se encuentran en tinieblas y en sombra de
muerte se regocijarían en la gloria de la Luz de la vida.
Conocimientos históricos y teológicos
Como
preparación para la obra cristiana muchos creen necesario adquirir extenso
conocimiento de escritos históricos y teológicos. Se figuran que este
conocimiento les ayudará a enseñar el Evangelio. Pero el estudio laborioso de
las opiniones de los hombres tiende a debilitar su ministerio, más bien que a
fortalecerlo. Cuando veo bibliotecas atestadas de enormes obras de erudición
histórica y teológico, me pregunto: ¿Para qué gastar dinero en lo que no es pan?
El capítulo 6 de S. Juan nos dice más de lo que podemos encontrar en semejantes
obras. Dice Cristo: "Yo soy el pan de vida: el que a mí viene, nunca tendrá
hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás." ""Yo soy el pan vivo que he
descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre.""El
que cree en mí, tiene vida eterna.""Las palabras que yo os he hablado son
espíritu, y son vida." (S. Juan 6:35, 51, 47, 63.)
Hay un estudio
histórico que no debe condenarse. La historia sagrada fue uno de los estudios
que cursaban los alumnos en las escuelas de los profetas. En la crónica de su
trato con las naciones se seguían las huellas de Jehová. Así también debemos
considerar hoy la relación de Dios con las naciones de la tierra. Debemos ver en
la historia el cumplimiento de la profecía, estudiar las obras de la Providencia
en los grandes movimientos de reforma y comprender la marcha de los
acontecimientos que movilizan a las naciones para el conflicto final de la gran
controversia.
Semejante estudio suministrará ideas amplias y abarcantes
de la vida. Nos ayudará a comprender algo de lo que se relaciona con ella y
depende de ella. Nos enseñará cuán maravillosamente unidos estamos en la gran
fraternidad de la sociedad y de las naciones, y hasta qué punto la opresión y la
degradación de un solo miembro perjudica a todos.
Pero la historia, tal
como suele estudiarse, se relaciona con las hazañas de los hombres, sus
victorias guerreras y su éxito en alcanzar poder y grandeza. Pero se olvida la
intervención de Dios en los asuntos de los hombres. Pocos estudian la
realización del designio divino en el levantamiento y la decadencia de las
naciones.
Hasta cierto punto, la teología también tal como se la estudia
y enseña, no es más que especulación humana que "oscurece el consejo con
palabras sin sabiduría." (Job 38:2.) Muchas veces el motivo para acumular tantos
libros al respecto no es el deseo de obtener de ellos alimento para el espíritu
y el alma, sino más bien la ambición de familiarizarse con filósofos y teólogos,
el deseo de presentar el cristianismo al pueblo en formas y proposiciones
cultas.
No todos los libros escritos pueden contribuir al propósito de
una vida santa. "Aprended de mi -decía el gran Maestro.- Llevad mi yugo sobre
vosotros; aprended mi mansedumbre y mi humildad." Vuestro orgullo intelectual no
os ayudará a relacionaros con las almas que están pereciendo por falta del pan
de vida. Al estudiar estos libros, permitís que reemplacen las lecciones
prácticas que deberíais aprender de Cristo. Con los resultados de este estudio
no se alimenta al pueblo. Muy pocas de las investigaciones que tanto fatigan la
inteligencia proporcionan algo que le ayude a uno a trabajar con éxito en bien
de las almas.
El Salvador vino "para dar buenas nuevas a los pobres."
(S. Lucas 4:18.) En su enseñanza, hacía uso de los términos más sencillos y de
los símbolos más claros. Y "los que eran del común del pueblo le oían de buena
gana." (S. Marcos 12:37) Los que hoy procuran hacer su obra para este tiempo
necesitan una comprensión más profunda de las lecciones que él dio.
Las
palabras del Dios vivo son lo más sublime de toda educación. Los que sirven al
pueblo necesitan comer del pan de vida, que les dará fuerza espiritual y aptitud
para servir a todas las clases de personas.
Los clásicos
En los colegios y universidades, millares de jóvenes dedican
buena parte de los mejores años de su vida al estudio del griego y del latín. Y
mientras que están empeñados en estos estudios, la mente y el carácter se
amoldan a los malos sentimientos de la literatura pagana, cuya lectura se
considera generalmente como parte esencial del estudio de dichos idiomas.
Los que se han familiarizado con los clásicos declaran que "las
tragedias griegas están llenas de incestos, muertes y sacrificios humanos hechos
a dioses sensuales y vengativos." Mucho mejor sería para el mundo que se
prescindiera de la educación conseguida de semejantes fuentes. "¿Andará el
hombre sobre las brasas, sin que sus pies se abrasen?" (Proverbios 6:28.)
"¿Quién hará limpio de inmundo? Nadie." (Job 14:4) ¿Podemos esperar entonces que
la juventud desarrolle un carácter cristiano mientras que su educación se amolda
a la enseñanza de los que desafiaron los principios de la ley de Dios?
Al prescindir de toda restricción y sumirse en diversiones temerarias,
en disipaciones y vicios, los alumnos no hacen otra cosa que imitar lo que esos
estudios les presentan. Hay carreras en que es necesario el conocimiento del
griego y del latín. Algunos han de estudiar estos idiomas. Pero el conocimiento
de ellos que resulta indispensable para los fines prácticos puede adquirirse sin
estudiar una literatura corrompida y corruptora.
Muchos no necesitan
conocer el griego ni el latín. El estudio de las lenguas muertas debería
posponerse al de temas que enseñen el empleo correcto de todas las facultades
del cuerpo y de la mente. Es locura que los estudiantes dediquen su tiempo al
estudio de lenguas muertas, o a adquirir conocimiento de libros de cualquier
ramo, en menoscabo de su preparación para las obligaciones prácticas de la vida.
¿Qué llevan consigo los estudiantes al salir de la escuela? ¿Adónde van?
¿Qué van a hacer? ¿Tienen el caudal de conocimientos necesario para enseñar a
otros? ¿Han sido educados para ser buenos padres y madres de familia? ¿Pueden
ponerse a la cabeza de una familia como maestros entendidos? La única educación
digna de este nombre es la que induce a los jóvenes y a las jóvenes a ser como
Cristo, la que los habilita para cargar con las responsabilidades de la vida y
ser jefes de familia. Esta educación no se adquiere en el estudio de los
clásicos paganos.
Muchas de las publicaciones populares del día están
plagadas de episodios sensacionales y educan a la juventud en la perversidad, y
la llevan por la senda de la perdición. Niños de tierna edad son viejos ya en el
conocimiento del crimen. Los incitan al mal las narraciones que leen. Realizan
en la imaginación las hazañas descritas en su lectura, hasta que llega a
despertarse en ellos el ardiente deseo de delinquir y evitar el castigo.
Para la inteligencia activa de niños y jóvenes, las escenas descritas en
fantásticas revelaciones del porvenir son realidades. Al predecirse revoluciones
y describirse toda clase de procedimientos encaminados a acabar con las vallas
de la ley y del dominio de sí mismo, muchos concluyen por adoptar el espíritu de
estas representaciones. Son inducidos a cometer crímenes aun peores, si ello es
posible, que los narrados tan vívidamente por los escritores. Con tales
influencias la sociedad está en vías de desmoralizarse. Las semillas de la
licencia son sembradas a manos llenas. Nadie debe sorprenderse de que de ello
resulte tan abundante cosecha de crímenes.
Apenas en menor grado que las
obras ya mencionadas, son una maldición para el lector las novelas y los cuentos
frívolos y excitantes. Puede ser que el autor quiera enseñar en su obra alguna
lección moral, y saturarla de sentimientos religiosos, pero muchas veces éstos
sólo sirven para velar las locuras e indignidades del fondo.
El mundo
está inundado de libros llenos de errores seductores. La juventud recibe como
verdad lo que la Biblia denuncia como falsedad, y le gusta con pasión el engaño
que arruina al alma.
Ciertas obras de imaginación fueron escritas con el
objeto de enseñar la verdad o denunciar algún grave mal. Varias de estas obras
han hecho algún bien. Sin embargo, han ocasionado un daño indecible. Contienen
declaraciones y descripciones de estilo refinado que excitan la imaginación y
despiertan toda una serie de pensamientos llenos de peligro, especialmente para
la juventud. Las escenas en ellas descritas se reproducen una y muchas veces en
el pensamiento del lector. Semejantes lecturas inutilizan la mente y la
incapacitan para el ejercicio espiritual. Destruyen el interés por la Biblia.
Las cosas del cielo ocupan entonces poco lugar en el pensamiento. Al detenerse
éste en las escenas de impureza descritas, despiértase la pasión y el pecado es
el resultado.
Aun las novelas que no contengan sugestiones impuras, o
que estén destinadas a enseñar excelentes principios, son perjudiciales.
Fomentan el hábito de la lectura rápida y superficial, sólo por el interés de la
intriga. Tienden así a destruir la facultad de pensar con ilación y vigor;
incapacitan al alma para examinar los grandes problemas del deber y del destino.
Al fomentar el amor a la mera diversión, la lectura de las obras de
imaginación produce hastío de los deberes prácticos de la vida. Con su poder
excitante y embriagador, son no pocas veces una causa de enfermedad mental y
física. Más de un hogar miserable y descuidado, más de un inválido para toda la
vida, más de un demente, llegaron a ser lo que son a causa de la lectura de
novelas.
Los mitos y cuentos de hadas
Se
insiste muchas veces en que para quitar a la juventud el gusto por la literatura
pasional o indigna, debe proporcionársele una clase mejor de literatura de
imaginación. Pero esto es como intentar curar a un borracho dándole, en vez de
aguardiente, bebidas fermentadas más suaves, como vino, cerveza o sidra. El uso
de estas bebidas fomentaría continuamente la sed de estimulantes más activos. La
única seguridad para el borracho, y la única salvaguardia para el hombre
templado, es la abstinencia total. Para el aficionado a las novelas rige la
misma regla. La abstinencia total es su única seguridad.
En la educación
de los niños y jóvenes, ocupan un sitio importante los cuentos de hadas, los
mitos y las historias ficticias. En las escuelas se usan libros de tal carácter,
y se los encuentra en muchos hogares. ¿Cómo pueden permitir los padres
cristianos que sus hijos se nutran de libros tan llenos de mentiras? Cuando los
niños preguntan el significado de cuentos tan contrarios a la enseñanza de sus
padres, se les responde que dichos cuentos no son verdad; pero esta respuesta no
elimina los malos resultados de tal lectura. Las ideas presentadas en estos
libros extravían a los niños, les comunican opiniones erróneas acerca de la vida
y fomentan en ellos el deseo de lo falso e ilusorio.
El uso tan general
de semejantes libros en nuestros días es uno de los ardides de Satanás, quien
procura desviar de la gran obra de la formación del carácter, la mente de viejos
y jóvenes. Quiere que nuestros niños y jóvenes sean arrastrados por los engaños
destructores de almas con que sigue llenando el mundo. Por esto procura apartar
de la Palabra de Dios el espíritu de unos y otros e impedirles que conozcan las
verdades que podrían servirles de salvaguardia.
Jamás deberían ponerse
en las manos de niños y jóvenes libros que alteren la verdad. No permitamos que
en el curso de su educación, nuestros hijos reciban ideas que resulten ser
semilla de pecado. Si las personas de edad madura no leyeran tales libros,
estarían ellas mismas en situación más segura, y con su buen ejemplo e
influencia facilitarían la tarea de guardar de la tentación a la juventud.
Tenemos en abundancia lo real y divino. Los que tienen sed de
conocimiento no necesitan acudir a fuentes corrompidas. Dice el Señor:
"Inclina tu oído, y oye las palabras de los sabios," y pon tu corazón a
mi sabiduría,..."para que tu confianza sea en Jehová,"te las he hecho saber hoy
a ti también.""¿No te he escrito tres veces"en consejos y ciencia,"para hacerte
saber la certidumbre de las razones verdaderas,"para que puedas responder
razones de verdad a los que a ti"enviaren?""El estableció testimonio en Jacob,"y
puso ley en Israel;"1a cual mandó a nuestros padres"que la notificasen a sus
hijos.""Contando a la generación venidera las alabanzas de Jehová,"y su
fortaleza, y sus maravillas que hizo.""Para que lo sepa la generación
venidera,"y los hijos que nacerán;"y los que se levantarán, lo cuenten a sus
hijos;"a fin de que pongan en Dios su confianza.""La bendición de Jehová es la
que enriquece,"y no añade tristeza con ella." "(Proverbios 22:17-21; Salmo 78:5,
4, 6, 7; Proverbios 10:22.)
Así también presentó Cristo los principios
de la verdad en el Evangelio. En su enseñanza podemos beber de las fuentes puras
que manan del trono de Dios. Cristo hubiera podido comunicar a los hombres
conocimientos que hubieran sobrepujado cualquier revelación anterior y dejado en
segundo plano todo otro descubrimiento. Hubiera podido desentrañar misterio tras
misterio, y concentrar alrededor de estas maravillosas revelaciones el
pensamiento activo y serio de las generaciones sucesivas hasta el fin de los
tiempos. Pero ni por un momento quiso dejar de enseñar la ciencia de la
salvación. Apreció su tiempo, sus facultades y su vida y los empleó tan sólo
como medios para realizar la salvación de los hombres. Vino a buscar y salvar lo
perdido, y no quiso desviarse de su propósito ni permitió que cosa alguna le
apartase de él.
Cristo comunicó únicamente el conocimiento que podía ser
utilizado. Su instrucción se limitaba a lo que requería la condición de la gente
en la vida práctica. No satisfacía la curiosidad que la inducía a dirigirle
preguntas indiscretas. Aprovechaba más bien esas ocasiones para dirigir
llamamientos solemnes, fervientes y vitales. A los que tenían ardientes deseos
de coger frutos del árbol de la ciencia, les ofrecía el del árbol de la vida.
Todos los caminos les estaban cerrados menos el que conduce a Dios. Toda fuente
estaba sellada, menos la de la vida eterna.
Nuestro Salvador no alentaba
a nadie a asistir a las escuelas rabínicas de su tiempo, para evitar que sus
espíritus fuesen corrompidos por el estribillo: "Dicen," o "Se ha dicho."
Entonces, ¿por qué aceptaríamos como suprema sabiduría las palabras inciertas de
los hombres, cuando disponemos de una sabiduría mayor e infalible?
Lo
que he visto de las cosas eternas y de la debilidad humana ha impresionado
hondamente mi mente y ha influido en el trabajo de mi vida. No veo nada en que
el hombre merezca alabanza ni gloria. No veo motivo de confianza ni de alabanza
en las opiniones de los sabios de este mundo ni en las de los llamados grandes.
¿Cómo pueden los que carecen de iluminación divina formarse una idea exacta de
los planes y caminos de Dios? O niegan a Dios e ignoran su existencia, o
circunscriben su poder con sus mezquinos conceptos.
Prefiramos que nos
enseñe Aquel que creó los cielos y la tierra, que ordenó las estrellas en el
firmamento y señaló al sol y a la luna su obra respectiva.
Está bien que
la juventud considere que debe alcanzar el más alto desarrollo de sus facultades
intelectuales. No queremos poner límites a la educación que Dios ha hecho
ilimitada. Pero de nada nos sirve lo que logramos si no lo empleamos para honra
de Dios y beneficio de la humanidad.
No conviene atestar la mente con
estudios que requieren intensa aplicación, pero no se utilizan en la práctica.
Una educación tal resultará una pérdida para el estudiante, pues dichos estudios
disminuyen el interés y la afición del joven por los que le prepararían para una
vida provechosa y le harían capaz de llevar sus responsabilidades. Una educación
práctica vale mucho más que cualquier acumulación de teorías. Ni siquiera basta
adquirir conocimientos. Hemos de saber cómo aprovecharlos debidamente.
El tiempo, los recursos y el estudio que tantos invierten para adquirir
una educación relativamente inútil, deberían dedicarse a obtener una preparación
que los hiciera hombres y mujeres prácticos, capaces de llevar las
responsabilidades de la vida. Semejante educación es en extremo valiosa.
Necesitamos conocimientos que robustezcan la mente y el alma, y nos
hagan mejores hombres y mujeres. La educación del corazón es mucho más
importante que lo aprendido de los libros. Es bueno, hasta esencial, poseer
cierto conocimiento del mundo en que vivimos; pero si no tenemos en cuenta la
eternidad, experimentaremos un fracaso del cual jamás nos repondremos.
El estudiante puede dedicar todas sus facultades a adquirir
conocimientos; pero si no conoce a Dios ni obedece las leyes que gobiernan su
propio ser, se destruirá. Los malos hábitos le hacen perder la facultad de
apreciarse y gobernarse a sí mismo. No puede razonar correctamente acerca de
asuntos del mayor interés para él. Es temerario y falto de criterio en el modo
de tratar su mente y su cuerpo. Por haber desatendido el cultivo de los buenos
principios, se arruina para este mundo y para el venidero.
Si la
juventud se diera cuenta de su propia debilidad, encontraría su fuerza en Dios.
Si permitiera que Dios le diese enseñanza, se haría sabia en la sabiduría
divina, y su vida redundaría en bendiciones para el mundo. Pero si dedica su
inteligencia al mero estudio mundano y especulativo, y así se separa de Dios,
perderá cuanto enriquece la vida.
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