10. COMPRENSIÓN
Una obra que
exige discernimiento y discriminación.
Tratar con las mentes es la obra más delicada y más difícil alguna vez
encomendada a los mortales. Los que se ocupan en esta obra debieran tener un
claro discernimiento y un buen poder de discriminación.
La verdadera independencia de la mente es un elemento enteramente diferente de
la imprudencia. Esa cualidad de independencia que conduce a una opinión
cautelosa, deliberada y con oración no debería ser cedida fácilmente, no hasta
que la evidencia es lo suficientemente fuerte como para asegurarnos que estamos
equivocados. Esta independencia mantendrá la mente en calma e inmutable en
medio de los múltiples errores que prevalecen, y conducirá, a los que ocupan
puestos de responsabilidad, a considerar cuidadosamente todos los aspectos de
la evidencia y a no ser desviados por la influencia de otros, o por el
ambiente, o a formular a conclusiones sin un conocimiento inteligente y
completo de todas las circunstancias. -3T 104, 105 (1872).
Una tarea agotadora.
Ya que el hombre costó tanto al cielo, el precio del amado Hijo de Dios, cuán
cuidadosos deberían ser los ministros, los maestros y los padres al tratar con
las almas de quienes están bajo su influencia. Tratar con las mentes es una
obra delicada, y se la debería realizar con temor y temblor.
Los educadores de la juventud deberían mantener un perfecto autocontrol.
Destruir la influencia de uno sobre un alma humana por la impaciencia, o a fin
de mantener una dignidad y supremacía indebidas, es un error terrible, pues
puede ser el medio de perder esa alma para Cristo. Las mentes de los jóvenes
puede llegar a estar tan deformada por una administración no juiciosa que el
daño hecho nunca pueda ser totalmente reparado. La religión de Cristo debiera
tener una influencia controladora sobre la educación y el adiestramiento de los
jóvenes.
El ejemplo de abnegación, bondad universal y paciente amor del Salvador es una
reprensión para los ministros y maestros impacientes. El pregunta a estos
instructores impetuosos: ¿esta la forma en que tratas a las almas de aquellos
por quienes di mi vida? ¿No aprecias más que este el precio infinito que pagué
por su redención?" 4T419 (1880).
El médico encuentra toda clase de mentes.
El Dr.______ debería procurar añadir algo diariamente a su bagaje de
conocimientos y cultivar la cortesía y el refinamiento de sus modales...
Debería recordar que está asociado con toda clase de mentes y que las
impresiones que produzca se extenderán a otros estados y perjudicarán al
Instituto [el Sanatorio de Battle Creek]. -3T 183, 184 (1872).
Se necesitan paciencia y sabiduría.
Los predicadores deben tener cuidado de no esperar demasiado de los que están
andando a tientas en las tinieblas del error. Deben hacer bien su obra,
confiando en que Dios impartirá a las mentes indagadoras la influencia
misteriosa y vivificadora de su Espíritu Santo, sabiendo que sin esto sus
labores no tendrán éxito. Deben ser pacientes y sabios para tratar con las
mentes, recordando cuán múltiples son las circunstancias que han desarrollado
tales rasgos diferentes en los individuos. Deben vigilarse constantemente para
que el yo no obtenga la supremacía, y Jesús sea dejado afuera. OE 395 (1915).
El amor de Cristo se abre paso.
Sólo Aquel que lee en el corazón sabe llevar a los hombres al arrepentimiento,
Sólo su sabiduría nos proporcionará éxito en alcanzar a los perdidos. Podéis
erguiros, imaginándoos ser más santos que ellos, y por acertado que sea vuestro
razonamiento o veraz vuestra palabra, no conmoverán los corazones. El amor de
Cristo, manifestado en palabras y obras, se abrirá camino hasta el alma, cuando
de nada valdría la reiteración de preceptos y argumentos. -MC 121 (1905).
Con compasión y amor.
No todos están preparados para corregir a los que yerran. No tienen sabiduría
para tratar con justicia a la vez que con amante misericordia. No se inclinan a
ver la necesidad de mezclar el amor y la tierna compasión con las reprensiones
justas. Algunos son siempre innecesariamente severos y no sienten la necesidad
de escuchar el mandato del apóstol: "Tengan compasión de los que dudan. A
unos sálvenlos sacándolos del fuego" (Judas 22, 23, versión Dios habla
hoy).-3T 269, 270 (1873).
Un hombre apasionado no debe tratar con las mentes.
La carencia de una fe firme y de discernimiento en las cosas sagradas debieran
ser causas suficientes para separar a cualquier hombre de la obra de Dios. De
la misma manera, el ceder al mal genio, el espíritu rudo y dominador, ponen de
manifiesto que quien los posee no debe ser puesto donde tenga que decidir
asuntos importantes que afectan la heredad de Dios. Un hombre apasionado no
debiera tener trato alguno con las mentes humanas. No se le puede confiar la
atención de asuntos que se relacionan con los que Cristo compró a un precio
infinito. Si se pone a dirigir hombres, herirá y magullará sus almas; porque
carece del toque refinado y la delicada sensibilidad que imparte la gracia de
Cristo. Su propio corazón necesita ser enternecido, subyugado por el Espíritu
de Dios; el corazón de piedra no se ha transformado en corazón de carne. -TM
261 (1896).
Cualidades necesarias para comprender las mentes (consejos a un colportor).
Hay más dificultades en esta obra que en algunos otros ramos comerciales; pero
las lecciones aprendidas, el tacto y la disciplina, os capacitarán para otros
campos de utilidad, donde podréis ministrar en favor de las almas. Los que
aprenden en forma muy pobre las lecciones y son descuidados y bruscos al
acercarse a las personas, manifestarán la misma falta de tacto y habilidad al
tratar con las mentes, si entraran en el ministerio. . .-CE 52 (1902).
Afrontar los impulsos, la impaciencia, el orgullo y la estima propia.
El tratar con las mentes humanas es la obra más delicada que se haya confiado
alguna vez a los mortales, y los maestros necesitan constantemente la ayuda del
Espíritu de Dios para poder hacer correctamente su trabajo. Entre los jóvenes
que asisten a la escuela se encontrará una gran diversidad de caracteres y
educación. El maestro hará frente a los impulsos, la impaciencia, el orgullo,
el egoísmo, y la estima propia desmedida. Algunos de los jóvenes han vivido en
un ambiente de restricción arbitraria y dureza, que ha desarrollado en ellos un
espíritu de obstinación y desafío. Otros han sido mimados, y sus padres,
excediéndose en sus afectos, les han permitido seguir sus propias
inclinaciones. Han disculpado sus defectos hasta deformarles el carácter. -CM
251 (ed PP); 203 (ed ACES) (1913).
Se necesitan paciencia, tacto y sabiduría.
Para tratar con éxito con estas diversas mentes, el maestro necesita ejercitar
mucho tacto y delicadeza en su dirección, al mismo tiempo que firmeza en el
gobierno. Con frecuencia, se manifestará desagrado y hasta desprecio por los
reglamentos debidos. Algunos ejercitarán su ingenio para evitar las penalidades
mientras que otros ostentarán una temeraria indiferencia para con las
consecuencias de la transgresión. Todo esto exigirá paciencia, tolerancia y
sabiduría de parte de aquellos a quienes se ha confiado la educación de estos
jóvenes. -CM 251 (ed PP); 203 (ed ACES) (1913).
Una conducta que puede dejar cicatrices y heridas irreparables.
Un maestro puede tener suficiente educación y conocimiento en las ciencias para
instruir, pero ¿se ha averiguado si tiene tacto y sabiduría para tratar con las
mentes humanas? Si los instructores no tienen el amor de Cristo en su corazón,
no son idóneos para llevar las graves responsabilidades confiadas a quienes
educan a los jóvenes. Careciendo ellos mismos de la educación superior, no
saben tratar con las mentes humanas. Su propio corazón insubordinado procura
dominar; el sujetar a una disciplina tal el carácter y la mente plástica de los
niños es dejar sobre ésta cicatrices y magulladuras que nunca se eliminarán.
-CM 185 (ed PP); 149 (ed ACES) (1913).
Se requiere el discernimiento más sutil.
El Señor me ha mostrado, de muchas maneras y en diversas ocasiones, cuán
cuidadosamente debemos obrar con los jóvenes, -que se requiere el
discernimiento más sutil para tratar con las mentes. Todo aquel que tenga algo
que ver con la educación y preparación de los jóvenes, necesita vivir muy cerca
del gran Maestro, para participar de su Espíritu y manera de trabajar. Tiene
que dar lecciones que afecten el carácter y la obra de toda la vida de aquellos
a quienes instruye. - OE 348, (1915).
El elemento personal es esencial.
En toda enseñanza verdadera, es esencial la relación personal. Al enseñar,
Cristo trató individualmente con los hombres. Educó a los doce por medio del
trato y la asociación personales. Sus más preciosas instrucciones fueron dadas
en privado, y con frecuencia a un solo oyente. Reveló sus más ricos tesoros al
honorable rabino en la entrevista nocturna celebrada en el Monte de los Olivos,
y a la mujer despreciada, junto al pozo de Sicar, porque en esos oyentes
percibió un corazón sensible, una mente abierta, un espíritu receptivo. Ni siquiera
la muchedumbre que con tanta frecuencia seguía sus pasos era para Cristo una
masa confusa de seres humanos. Hablaba y exhortaba en forma directa a cada
mente y se dirigía a cada corazón. Observaba los rostros de sus oyentes, veía
cuando se iluminaban, notaba la mirada rápida y de comprensión que revelaba el
hecho de que la verdad había llegado al alma, y su corazón vibraba en respuesta
con gozosa simpatía. -Ed 231 (1903).
El exceso de trabajo incapacita para tratar con otros.
Los maestros mismos deberían prestar atención a las leyes de la salud, a fin de
conservar sus propios poderes en las mejores condiciones posibles, y por
ejemplo así como por precepto puedan ejercer una influencia correcta sobre sus
alumnos. El maestro cuya capacidad física ya está debilitada por la enfermedad
o el exceso de trabajo debería prestar especial atención a las leyes de la
vida. Debería tomarse tiempo para la recreación. No debería cargar sobre sí
mismo responsabilidades adicionales a su trabajo escolar, las cuales lo
abrumarán física o mentalmente tanto su sistema nervioso que se desequilibra;
porque en este caso se incapacita para tratar con las mentes y no puede hacer
justicia a sí mismo o a sus alumnos. - FE 147 (1890).
Comprender las diferentes necesidades.
Se me mostró que los médicos en nuestro Instituto deberían ser hombres y
mujeres de fe y espiritualidad. Deberían poner en Dios su confianza. Hay muchos
que vienen al Instituto que se provocaron enfermedades de casi todo tipo por su
complacencia pecaminosa.
Esta clase de personas no merece la simpatía que con frecuencia requieren. Y
resulta penoso que los médicos dediquen tiempo y esfuerzos a estas personas,
degradadas física, mental y moralmente.
Pero hay un grupo de personas que vivieron en violación de las leyes naturales
por ignorancia. Trabajaron y comieron en forma intemperante porque tal era la
costumbre. Algunos sufrieron mucho a mano de muchos médicos pero no mejoraron
sino que indudablemente empeoraron. Al fin son arrancados de sus tareas, y de
la sociedad, de sus familiares; y como último recurso vienen al Instituto con
una débil esperanza de que puedan encontrar alivio.
Estas personas necesitan simpatía. Deberían ser tratadas con la mayor ternura,
y debiera cuidarse de que comprendan con claridad las leyes de su ser, para que
puedan, al cesar de violarlas y al dominarse evitar el sufrimiento y la
enfermedad -el castigo por violar las leyes de la naturaleza.- 3T 178 (1872).
No debe decirse la verdad en todo momento.
Pero pocos de los que actúan en la sociedad del mundo, y que consideran las
cosas desde el punto de vista del mundano, están preparados para escuchar una
presentación de la realidad con respecto a sí mismos. Aun la verdad no debe ser
presentada en todo momento. Hay un tiempo y una oportunidad apropiados para
hablar cuando las palabras no ofenderán. Los médicos no deberían estar con
exceso de trabajo y con sus sistemas nerviosos debilitados, pues esta condición
del cuerpo no favorece una mente calmada, nervios serenos y un espíritu alegre
y jovial. -3T 182 (1872).
Cristo comprende.
El que se humanó sabe simpatizar con los padecimientos de la humanidad. No sólo
conoce Cristo a cada alma, así como sus necesidades y pruebas particulares,
sino que conoce todas las circunstancias que irritan el espíritu y lo dejan
perplejo. Tiende su mano con tierna compasión a todo hijo de Dios que sufre.
Los que más padecen reciben mayor medida de su simpatía y compasión. Le
conmueven nuestros achaques y desea que depongamos a sus pies nuestras congojas
y nuestros dolores, y que allí los dejemos. -MC 192, 193 (1905).
La comprensión produce una relación más estrecha con Cristo.
Las buenas obras son el fruto que Cristo requiere que llevemos palabras
bondadosas; actos de bondad, de tierna compasión por los pobres, los
necesitados, los afligidos. Cuando los corazones simpatizan con los corazones
cargados de desánimo y angustia, cuando la mano reparte a los necesitados,
cuando se viste a los desnudos, cuando se invita a un extraño a descansar en la
sala y se le da un lugar en su corazón, los ángeles llegan a estar muy cerca, y
un acorde responde en el cielo.
Cada acto de justicia, misericordia y bondad produce melodías en el cielo. El
Padre desde su trono contempla a quienes realizan estos actos de misericordia y
los cuenta entre sus joyas más preciosas, "Y serán para mí especial
tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe" (Mal.
3: 17). Cada acto de misericordia hacia los necesitados y los sufrientes se
considera como si fuera hecho a Jesús. Cuando usted socorre al pobre, simpatiza
con el afligido y el oprimido y se hace amigo del huérfano, usted mismo se pone
en una relación más estrecha con Jesús. -2T 25 (1868).
Cristo pide ternura y compasión.
La verdadera simpatía entre el hombre y sus semejantes ha de ser la señal que
distingue a los que aman y temen a Dios de los que desconocen su ley. ¡Cuán
grande es la simpatía que expresó Cristo al venir a este mundo para dar su vida
como un sacrificio por un mundo agonizante! Su religión condujo a la
realización de la auténtica obra médico misionera. El fue un poder senador.
"Misericordia quiero, y no sacrificio" (Ose. 6: 6), dijo. Esta es la
prueba que el gran Autor de la verdad usó para distinguir entre la verdadera religión
y la falsa. Dios quiere que sus misioneros médicos actúen con la ternura y
compasión que Cristo mostraría si estuviera en nuestro mundo. -MM 251, 1893.
La suma de la felicidad de la vida.
Un intelecto cultivado es un gran tesoro; pero sin la influencia suavizadora de
la simpatía y el amor santificado no es del máximo valor. Deberíamos tener
palabras y hechos de tierna consideración por los demás. Podemos manifestar mil
pequeñas atenciones con palabras amables y miradas agradables, las cuales se
reflejarán sobre nosotros. Por su descuido de los demás los cristianos
desconsiderados manifiestan que no están en unión con Cristo. Es imposible
estar en unión con Cristo y sin embargo mostrar falta de bondad hacia otros y
olvidar sus derechos. Muchos desean ardientemente una simpatía amistosa.
Dios nos ha dado a cada uno una identidad propia, que no puede fundirse en la
de otro; pero nuestras características individuales serán mucho menos
prominentes si realmente somos de Cristo y su voluntad es la nuestra. Nuestras
vidas deberían estar consagradas al bien y la felicidad de otros, como fue la
del Salvador. Deberíamos olvidarnos de nosotros mismos, siempre buscando
oportunidades aun en cosas pequeñas para mostrar gratitud por los favores que
hemos recibido de otros y buscar oportunidades de alegrar a otros y aliviar sus
tristezas y cargas con actos de tierna bondad y pequeños hechos de amor. Estas
cortesías atentas que, comenzando con nuestras familias se extienden fuera de
ese círculo, ayudan a producir la suma de la felicidad de la vida; y el
descuido de estas cosas pequeñas produce la suma de la amargura y la tristeza
de la vida. -3T 539, 540 (1875).
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