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CAPÍTULO 43: LA MENTE Y LA SALUD ESPIRITUAL - Mente, carácter y personalidad T2


 43 LA MENTE Y LA SALUD ESPIRITUAL

La vida espiritual le proporciona a su poseedor lo que todo el mundo busca, pero que nunca se puede lograr sin una total entrega a Dios.­ Carta 121, 1904.

Todo verdadero conocimiento y desarrollo tienen su origen en el conocimiento de Dios. Doquiera nos dirijamos: al dominio físico, mental o espiritual; cualquier cosa que contemplemos, fuera de la marchitez del pecado, en todo vemos revelado este conocimiento. Cualquier ramo de investigación que emprendamos, con el sincero propósito de llegar a la verdad, nos pone en contacto con la Inteligencia poderosa e invisible que obra en todas las cosas y por medio de ellas. La mente del hombre se pone en comunión con la mente de Dios; lo finito, con lo infinito. El efecto que tiene esta comunión sobre el cuerpo, la mente y el alma sobrepuja toda estimación.­ Ed 14 (1903).

Dios es el gran cuidador de la maquinaria humana. Podemos cooperar con él en el cuidado de nuestros cuerpos. El amor a Dios es esencial para la vida y la salud.­ SpT Serie A, N° 15, p. 18, 3 de abril de 1900; (CH 587).

Se debería reconocer a Dios como el Autor (de nuestro ser. La vida que nos ha dado no es para malgastarla. El descuido relativo a los hábitos corporales pone de manifiesto un descuido del carácter moral. Se debe considerar que la salud del cuerpo es esencial para el avance en el crecimiento en la gracia, y hasta del temperamento.­ Ms 113, 1898.

Las buenas acciones son una doble bendición, pues aprovechan al que las hace y al que recibe sus beneficios. La conciencia de haber hecho el bien es una de las mejores medicinas para las mentes y los cuerpos enfermos. Cuando el espíritu goza de libertad y dicha por el sentimiento del deber cumplido y por haber proporcionado felicidad a otros, la influencia alegre y reconstituyente que de ello resulta infunde vida nueva al ser entero.­ MC 199 (1905).

Los que andan por la senda de la sabiduría y la santidad descubren que "la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera" (1 Tim. 4: 8). Están vivos para disfrutar de los placeres de la vida verdadera y no se sienten perturbados por los vanos pesares provocados por las horas malgastadas, como ocurre tan a menudo con los mundanos cuando no se están divirtiendo con algún entretenimiento excitante. La piedad no está en conflicto con las leyes de la salud, sino que está en armonía con ellas. El temor del Señor es el fundamento de la verdadera prosperidad.­ CTBH 14, 1890; (CH 29).

Todo aquel que desee participar de la naturaleza divina debe apreciar el hecho de que tiene que huir de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Debe haber constante y fervorosa lucha del alma contra las fantasías nocivas de la mente. Debe haber una permanente resistencia a la tentación tanto en pensamiento como en acción. El alma debe mantenerse libre de toda mancha, por la fe en el que es capaz de guardarla sin caída.

Deberíamos meditar en las Escrituras, para pensar sobria y cándidamente en las cosas que tienen que ver con nuestra salvación eterna. La misericordia y el amor infinitos de Jesús, el sacrificio hecho en nuestro favor, requieren nuestra más seria y solemne reflexión. Deberíamos espaciarnos en el carácter de nuestro amado Redentor e Intercesor.

Deberíamos tratar de comprender el significado del plan de salvación. Deberíamos meditar en la misión de Aquel que vino a salvar a su pueblo de sus pecados. Al considerar constantemente los temas celestiales, nuestra fe y nuestro amor se fortalecerán.­ RH, 12 de junio de 1888.

Lo perjudicial para la salud no sólo reduce el vigor físico, sino que tiende a debilitar las facultades intelectuales y morales.­ MC 90 (1905).

Puesto que la mente y el alma hallan expresión por medio del cuerpo, tanto el vigor mental como el espiritual dependen en gran parte de la fuerza y la actividad físicas; todo lo que promueva la salud física, promueve el desarrollo de una mente fuerte y un carácter equilibrado.­ Ed 195 (1903).

El cuerpo es un medio muy importante para desarrollar la mente y el alma en la edificación del carácter. De ahí que el adversario de las almas encauce sus tentaciones para debilitar y degradar las facultades físicas. El éxito que obtiene de ello significa con frecuencia la entrega de todo el ser al mal. Amenos que las tendencias de la naturaleza física estén dominadas por un poder superior, obrarán con certidumbre ruina y muerte. El cuerpo debe ser puesto en sujeción a las facultades superiores del ser. Las pasiones deben ser controladas por la voluntad, que debe estar a su vez bajo el control de Dios. La facultad regia de la razón, santificada por la gracia divina, debe regir la vida.

El poder intelectual, el vigor físico y la longevidad dependen de las leyes inmutables. Mediante la obediencia a esas leyes, el hombre puede ser vencedor de si mismo, vencedor de sus propias inclinaciones, vencedor de principados y potestades, de los "gobernadores de las tinieblas" y de las "malicias espirituales en los aires" (Efe. 6: 12).­ PR 359 (1917).

El Señor quiere que nuestras mentes sean claras y precisas, capaces de ver puntos importantes en su Palabra y en su servicio, para hacer su voluntad, para depender de su gracia, para intercalar en su obra una clara conciencia y una mente agradecida. Esta clase de alegría fomenta la circulación de la sangre. Se le imparte energía vital a la mente por medio del cerebro; por eso éste nunca debería ser sedado por medio de narcóticos ni excitado por medio de estimulantes. El cerebro, los huesos y los músculos deben ser conducidos para que actúen armoniosamente, de manera que todos funcionen como máquinas bien reguladas, que trabajen sincronizadamente, sin que ninguno sea demasiado exigido.­ Carta 100, 1898.

Los principios de la reforma pro salud deberían incorporarse a la vida de cada cristiano. Los hombres y las mujeres que pasan por alto estos principios no pueden ofrecerle a Dios una devoción pura y vigorosa; porque el estómago dispéptico o el hígado perezoso influyen para que la vida religiosa sea incierta.

El consumo de carne de animales muertos tiene un efecto perjudicial sobre la espiritualidad. Cuando se hace de la carne el principal artículo de consumo, las facultades elevadas caen bajo el dominio de las pasiones inferiores. Estas cosas son una ofensa a Dios, y producen la decadencia de la vida espiritual.­ Carta 69, 1896.

La conciencia de que se está obrando con rectitud es la mejor medicina para los cuerpos y las mentes enfermos. La bendición especial de Dios que reposa sobre los que la reciben es salud y fortaleza. La persona cuya mente esté tranquila y satisfecha en Dios, esta en la senda de la salud. . .

Hay quienes no creen que sea un deber religioso disciplinar la mente para que se espacie en temas alegres, de manera que puedan reflejar luz en lugar de tinieblas y lobreguez. Esta clase de mentes preferirán buscar su propio placer: conversaciones frívolas, con risas y bromas, y con la mente continuamente excitada por una ronda de entretenimientos; o estarán deprimidas, con grandes dificultades y conflictos mentales, que ellas creen que pocos han experimentado alguna vez o pueden comprender. Esas personas pueden profesar ser cristianas, pero sólo se engañan a sí mismas. No poseen el Cristianismo genuino.­ HR, marzo de 1872.

Nuestros obreros de la rama médica tienen que hacer todo lo que esté en su poder para curar tanto la enfermedad del cuerpo como la de la mente. Tienen que vigilar, orar y trabajar para proporcionarles tanto ventajas espirituales como físicas a aquellos por quienes trabajan. El médico de uno de nuestros sanatorios que sea un verdadero siervo de Dios, tiene una obra sumamente interesante que hacer respecto de cada ser humano que sufre, y con quien se ponga en contacto. No debe perder oportunidad alguna de señalarles a las almas a Cristo, el gran Sanador del cuerpo y la mente. Todo médico debería ser un obrero experto en los métodos de Cristo. No debería haber una disminución del interés en las cosas espirituales, no sea que se desvíe la facultad de fijar la mente en el gran Médico.­ Carta 223, 1905.

El médico necesita sabiduría y poder más que humanos para saber atender a los muchos casos aflictivos de enfermedades de la mente y del corazón que está llamado a tratar. Si ignora el poder de la gracia divina, no podrá ayudar al afligido, sino que agravará la dificultad; pero si tiene firme confianza en Dios podrá ayudar a la mente enferma y perturbada. Podrá dirigir sus pacientes a Cristo, enseñarles a llevar todos sus cuidados y perplejidades al gran Portador de cargas.­ 2JT 144 (1885).

El médico nunca debería inducir a sus pacientes a que fijen su atención en él. Deberían enseñarles a aferrarse, con la mano temblorosa de la fe, de la mano extendida del Salvador. Entonces la mente se iluminará con la luz que irradia de la Luz del mundo.­ Carta 120, 1901.

El poder tranquilizador de la verdad pura, vista, vivida y mantenida en todos sus aspectos, es de un valor que no puede expresarse en palabras a la gente que está sufriendo de alguna enfermedad. Mantengan siempre delante del enfermo que sufre la compasión y la ternura de Cristo, y despierten siempre su conciencia para que crea en su poder de aliviar el sufrimiento, y condúzcanlo a la le y a la confianza en él, el gran Sanador, y habrán ganado un alma y a menudo una vida.­ Carta 69, 1898; (MM 234, 235).

Cristo es nuestro gran médico. Muchos hombres y mujeres acuden a esta institución médica [el Sanatorio de Santa Elena] con la esperanza de recibir un tratamiento que les prolongue la vida. Hacen un gran esfuerzo para venir aquí.

¿Por qué cada uno de los que acude al sanatorio para buscar auxilio físico, no acude a Cristo para buscar auxilio espiritual? ¿Por qué no puede Ud., mi hermano, mi hermana, albergar la esperanza de que si acepta a Cristo, él añadirá su bendición a los medios que se emplean aquí para la restauración de su salud? ¿Por qué no puede tener fe para creer que él cooperará con sus esfuerzos para recuperarse, porque quiere que Ud. esté bien? El quiere que Ud. tenga una mente clara de manera que pueda apreciar las realidades eternas; él quiere que Ud. tenga tendones y músculos sanos de manera que pueda glorificar su nombre al usarlos en su servicio.­ Ms 80, 1903.

Es su deber combatir los pensamientos opresivos y los sentimientos melancólicos, tanto como lo es orar. Es su deber contrarrestar los instrumentos del enemigo, y poner mano firme en las riendas tanto de su lengua como de sus pensamientos. Si en algún momento de su vida Ud. necesita una porción de gracia, es cuando están trabajando los órganos digestivos sensibles e inflamados, y Ud. se encuentra preocupado y cansado.

Tal vez se sorprenda de esto, pero parecería que Ud. hubiera prometido estar constantemente irritado, e irritar a los demás con su afán de buscar faltas y sus lúgubres reflexiones. Estos ataques de indigestión son difíciles, pero mantenga firmes las riendas para no maltratar con sus palabras a los que son sus mejores amigos, o a los que son sus enemigos.­ Carta 11, 1897.

La seguridad de la aprobación de Dios promoverá la salud física. Esta seguridad fortalece el alma contra la duda, la perplejidad y la excesiva congoja, que tan a menudo carcomen las fuerzas vitales e inducen a contraer enfermedades nerviosas de la índole más debilitante y angustiosa. El Señor ha comprometido su infalible palabra en el sentido de que su ojo estará sobre los justos, y su oído estará abierto a su oración.­ NB 299 (1915).

Dios ha señalado la relación que hay entre el pecado y la enfermedad. Ningún médico puede ejercer durante un mes sin ver esto ilustrado. Tal vez pase por alto el hecho; su mente puede estar tan ocupada en otros asuntos que no fije en ello su atención; pero si quiere observar sinceramente, no podrá menos que reconocer que el pecado y la enfermedad llevan entre si una relación de causa a efecto. El médico debe reconocer esto prestamente y actuar de acuerdo con ello.

Cuando conquistó la confianza de los afligidos al aliviar sus sufrimientos, y los rescató del borde de la tumba, puede enseñarles que la enfermedad es el resultado del pecado; y que es el enemigo caído quien procura inducirlos a seguir prácticas que destruyen la salud y el alma. Puede inculcar en sus mentes la necesidad de abnegación y de obedecer las leyes de la vida y la salud. Puede implantar los principios correctos especialmente en la mente de los jóvenes.

Dios ama a sus criaturas con un amor a la vez tierno y fuerte. Ha establecido las leyes de la naturaleza; pero sus leyes no son exigencias arbitrarias. Cada "no harás", sea en la ley física o moral, contiene o implica una promesa. Si obedecemos, las bendiciones acompañarán nuestros pasos; si desobedecemos, habrá como resultado peligro y desgracia. Las leyes de Dios están destinadas a acercar más a sus hijos a él. Los salvará del mal y los conducirá al bien, si quieren ser conducidos; pero nunca los obligará. No podemos discernir los planes de Dios, pero debemos confiar en él y mostrar nuestra fe por nuestras obras.­ 2JT 144, 145 (1885).

Cuando se recibe el Evangelio en su pureza y con todo su poder, es un remedio para las enfermedades originadas por el pecado. Sale el Sol de justicia, "trayendo salud eterna en sus alas" (Mal. 4: 2 VM). Todo lo que el mundo proporciona no puede sanar el corazón quebrantado ni dar paz al espíritu, ni disipar las inquietudes, ni desterrar la enfermedad. La fama, el genio y el talento son impotentes para alegrar el corazón entristecido o restaurar la vida malgastada. La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre.­ MC 78 (1905).

La opinión sostenida por algunos de que la espiritualidad es perjudicial para la salud, es un sofisma de Satanás. La religión de la Biblia no es perjudicial para la salud del cuerpo ni de la mente. La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina para la enfermedad. En el cielo todo es salud; y mientras más profundamente se comprendan las influencias celestiales, más segura será la recuperación del creyente enfermo. Los verdaderos principios del cristianismo abren delante de todos una fuente de incalculable felicidad. La religión es una fuente permanente de la cual el cristiano puede beber sin agotarla jamás.­ CTBH 13, 1890; (CH 28).

La religión es un principio del corazón, no una palabra mágica o un truco de la mente. Miren sólo a Jesús. Esta es su única esperanza, y la de su esposo, de obtener la vida eterna. Esta es la verdadera ciencia de la curación para el cuerpo y el alma. La mente no debe tener como centro a ningún ser humano, sino sólo a Dios.­ Carta 117, 1901.

La mente está nublada por la malaria sensual. Los pensamientos necesitan purificación. ¡Qué no podrían haber sido los hombres y las mujeres si hubieran comprendido que la manera como se trata el cuerpo es de vital importancia para el vigor y la pureza de la mente y el corazón!

El verdadero cristiano participa de experiencias que producen santificación. Queda sin una mancha de culpa en la conciencia, sin una mancha de corrupción en el alma. La espiritualidad de la ley de Dios, con sus principios restrictivos, penetra en su vida. La luz de la verdad irradia su entendimiento. Un resplandor de perfecto amor por el Redentor despeja el miasma que se ha interpuesto entre su alma y Dios. La voluntad de Dios se ha convertido en su voluntad: pura, elevada, refinada y santificada. Su rostro revela la luz del cielo. Su cuerpo es templo adecuado para el Espíritu Santo. La santidad adorna su carácter. Dios puede tener comunión con él, pues el alma y el cuerpo están en armonía con Dios.­ 7CBA 921 (1898).

El amor que Cristo infunde a todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra el alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida.­ MC 78 (1905).

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