50 LA PREOCUPACIÓN Y LA ANSIEDAD
No es el trabajo lo que mata, sino la preocupación. La
única manera de evitar la preocupación consiste en llevarle todas nuestras
tribulaciones a Cristo. No contemplemos el lado oscuro de las cosas. Cultivemos
la alegría de espíritu. Carta 208, 1903.
Algunos temen siempre y toman preocupaciones prestadas. Todos los días
disfrutan de las pruebas del amor de Dios, todos los días gozan de las bondades
de su providencia, pero pasan por alto estas bendiciones presentes. Sus mentes
están siempre espaciándose en algo desagradable que temen pueda venir. Puede
ser que realmente existan algunas dificultades que, aunque pequeñas, ciegan sus
ojos a las muchas bendiciones que demandan gratitud. Las dificultades con que
tropiezan, en vez de guiarlos a Dios, única fuente de ayuda, los alejan de él,
porque les despiertan desasosiego y pesar. CC 123 (1892).
Temo mucho que estemos en peligro, por preocuparnos en fabricar yugos para
nuestros cuellos. No nos preocupemos; porque si lo hacemos llevaremos el yugo
pesado y la gravosa carga. Hagamos todo lo que podamos sin preocuparnos,
confiando en Cristo. Estudiemos sus palabras: "Todo lo que pidiereis en
oración, creyendo, lo recibiréis" (Mat. 21: 22). Estas palabras son la
garantía de que todo lo que un Salvador omnipotente puede concedernos, será
dado a los que confían en él. Como mayordomos de la gracia del cielo, debemos
pedir con fe, y entonces esperar confiadamente la salvación de Dios. No debemos
adelantarnos a él, para tratar de lograr lo que deseamos mediante nuestro
propio esfuerzo. Debemos pedir en su nombre, y acto seguido debemos actuar como
si creyéramos en su eficiencia. Carta 123, 1904.
No es la voluntad de Dios que su pueblo sea abrumado por el peso de las
preocupaciones. CC 124 (1892).
Cuando el mal quedó subsanado, podemos con fe tranquila presentar a Dios las
necesidades del enfermo, según lo indique el Espíritu Santo. Dios conoce a cada
cual por nombre y cuida de él como si no hubiera nadie más en el mundo por
quien entregara a su Hijo amado. Siendo el amor de Dios tan grande y tan
infalible, debe alentarse al enfermo a que confíe en Dios y tenga ánimo. La
congoja acerca de sí mismos los debilita y enferma. Si los enfermos resuelven
sobreponerse a la depresión y la melancolía, tendrán mejores perspectivas de
sanar; pues "el ojo de Jehová está sobre los que le temen, sobre los que
esperan en su misericordia" (Sal. 33: 18, VM). MC 174, 175 (1905).
Me preocupo constantemente por su caso, y me aflige que tenga pensamientos
perturbadores. Quisiera reconfortarla si eso estuviera a mi alcance. ¿No ha
sido Jesús, el precioso Salvador, tantas veces de ayuda en momentos de
necesidad? No contriste al Espíritu Santo, sino que deje de preocuparse. Esto
es lo que usted ha dicho muchas veces a otros. Permita que la consuelen las
palabras de los que no están enfermos como usted lo está. Mi oración es que el
Señor la ayude. 2MS 290 (1904).
Si educamos nuestras almas para que tengan más fe, más amor, mayor paciencia,
una confianza más perfecta en nuestro Padre celestial, tendremos más paz y
felicidad a medida que enfrentemos los conflictos de esta vida. El Señor no se
agrada de que nos irritemos y preocupemos, lejos de los brazos de Jesús. El es
la única fuente de toda gracia, el cumplimiento de cada promesa, la realización
de toda bendición. . . Si no fuera por Jesús, nuestro peregrinaje realmente sería
solitario. El nos dice: "No os dejaré huérfanos" (Juan 14: 18).
Apreciemos estas palabras, creamos en sus promesas, repitámoslas cada día,
meditemos en ellas durante la noche y seamos felices. NEV 122 (1893).
Apartémonos de las encrucijadas polvorientas y calurosas que frecuenta la
multitud y vayamos a descansar a la sombra del amor del Salvador. Allí es donde
obtendremos fuerza para continuar la lucha; allí es donde aprenderemos a
reducir nuestros afanes y a loar a Dios. Aprendan de Jesús una lección de calma
confiada aquellos que están trabajados y cargados. Deben sentarse a su sombra
si quieren recibir de él paz y reposo. 3JT 109 (1902).
Cuando nosotros mismos nos encargamos de manejar las cosas que nos conciernen,
confiando en nuestra propia sabiduría para salir airosos, asumimos una carga
que él no nos ha dado, y tratamos de llevarla sin su ayuda. Nos imponemos la
responsabilidad que pertenece a Dios y así nos colocamos en su lugar. Con razón
podemos entonces sentir ansiedad y esperar peligros y pérdidas, que seguramente
nos sobrevendrán. Cuando creamos realmente que Dios nos ama y quiere ayudarnos,
dejaremos de acongojarnos por el futuro. Confiaremos en Dios así como un niño
confía en un padre amante. Entonces desaparecerán todos nuestros tormentos y
dificultades; porque nuestra voluntad quedará absorbida por la voluntad de
Dios. DMJ 85 (1896).
Hay seguridad cuando se confía en Dios continuamente; no existirá un temor
constante de males futuros. Estos cuidados y ansiedades prestados desaparecerán.
Tenemos un Padre celestial que se preocupa por sus hijos, y quiere que su
gracia sea suficiente en todo momento de necesidad, y así lo hace. 2T 72
(1868).
Aunque se suplan sus necesidades presentes, muchos se niegan a confiar en Dios
para el futuro, y viven en constante ansiedad por el temor de que los alcance
la pobreza, y de que sus hijos tengan que sufrir a causa de ellos. Algunos
están siempre en espera del mal, o agrandan de tal manera las dificultades
reales, que sus ojos se incapacitan para ver las muchas bendiciones que
demandan su gratitud. Los obstáculos que encuentran, en vez de guiarlos a
buscar la ayuda de Dios, única fuente de fortaleza, los separan de él, porque
despiertan inquietud y quejas. . .
Jesús es nuestro amigo; todo el cielo está interesado en nuestro bienestar; y
nuestra ansiedad y temor apesadumbran al Santo Espíritu de Dios. No debemos
abandonarnos a la ansiedad que nos irrita y desgasta, y que en nada nos ayuda a
soportar las pruebas. No debe darse lugar a esa desconfianza en Dios que nos
lleva a hacer de la preparación para las necesidades futuras el objeto
principal de la vida, como si nuestra felicidad dependiera de las cosas
terrenales. PP 299 (1890).
Dios no condena la prudencia y la previsión en el uso de las cosas de esta
vida, pero la preocupación febril y la ansiedad indebida con respecto a las
cosas mundanas no están de acuerdo con su voluntad. CMC 165 (1887).
Las pruebas y penurias sufridas por Pablo habían socavado sus fuerzas físicas.
HAp 403 (1911).
Muchos de los que profesan seguir a Cristo se sienten angustiados, porque temen
confiarse a Dios. No se han entregado por completo a él, y retroceden ante las
consecuencias que semejante entrega podría implicar. Pero a menos que se
entreguen así a Dios no podrán hallar paz. MC 381 (1905).
Hay algo acerca de lo cual quiero advertirlos. No se entristezcan ni se
preocupen; no vale la pena hacerlo. No traten de hacer demasiado. Si no tratan
de hacer demasiado, lograrán hacer mucho más que si intentan llevar a cabo
numerosos planes. Recuerden siempre las palabras de Cristo: "Velad y orad,
para que no entréis en tentación" (Mar. 14: 38). Cristo es el Salvador
personal de Uds. crean que su poder salvador se ejerce en favor de Uds. minuto
a minuto, hora tras hora. Está al lado de Uds. en todo momento de necesidad.
Carta 150, 1903.
Ahora queremos actuar como individuos redimidos por la sangre de Cristo;
debemos regocijarnos en esa sangre y en el perdón de los pecados. Esto es lo
que tenemos que hacer y quiera Dios ayudarnos a apartar nuestras mentes de las
escenas lúgubres y pensar en las cosas que nos van a dar luz. Quiero mencionar
ahora otro texto: "Por nada estéis afanosos" (Fil. 4: 6). ¿Qué
significa esto? ¡Vaya! Que no crucemos el puente antes de haber llegado a él.
No nos fabriquemos un tiempo de angustia antes de que éste llegue. Vamos a
llegar a él a su tiempo, hermanos. Tenemos que pensar en el día de hoy, y si
hacemos bien las tareas de hoy, estaremos listos para los deberes de mañana.
Ms 7, 1888.
Son muchos aquellos cuyo corazón se conduele bajo una carga de congojas, porque
tratan de alcanzar la norma del mundo. Han elegido su servicio, aceptado sus
perplejidades, adoptado sus costumbres. Así su carácter queda mancillado y su
vida convertida en carga agobiadora. A fin de satisfacer la ambición y los
deseos mundanales, hieren la conciencia y traen sobre si una carga adicional de
remordimiento. La congoja continua desgasta las fuerzas vitales.
Nuestro Señor desea que pongan a un lado ese yugo de servidumbre. Los invita a
aceptar su yugo, y dice: "Mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Los
invita a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y les promete que
todas las cosas que les sean necesarias para esta vida les serán añadidas.
La congoja es ciega y no puede discernir lo futuro; pero Jesús ve el fin desde
el principio. En toda dificultad, tiene un camino preparado para traer alivio.
DTG 297 (1898).
No os acongojéis. Mirando las apariencias, quejándoos cuando se presentan
dificultades, dais pruebas de una fe débil y enfermiza. Por vuestras palabras y
acciones, demostrad, al contrario, que vuestra fe es invencible. El Señor posee
recursos innumerables. El mundo entero le pertenece. Mirad a Aquel que posee
luz, potencia y capacidad. El bendecirá a todos aquellos que traten de
comunicar luz y amor. 3JT 192 (1902).
En vez de afligiros con la idea de que no estáis creciendo en gracia, cumplid
cada obligación que se os presente, llevad el peso de las almas en vuestro
corazón, y tratad de salvar a los perdidos por todos los medios imaginables.
Sed bondadosos, corteses y compasivos; hablad con humildad de la bendita
esperanza: hablad del amor de Jesús; dad a conocer su bondad, su misericordia y
justicia; dejad de preocuparos y pensad si crecéis o no. Las plantas no crecen
nutridas por algún esfuerzo consciente. . . La planta no se angustia
constantemente acerca de su crecimiento. No hace más que crecer bajo la
vigilancia divina. MeM 106 (1898).
Y Dios cuida y sostiene todas las cosas que ha creado. . . No se derraman
lágrimas sin que él lo note. No hay sonrisa que para él pase inadvertida.
Si creyéramos plenamente esto, toda ansiedad indebida desaparecería. Nuestras
vidas no estarían tan llenas de desengaños como ahora; porque cada cosa, grande
o pequeña, debe dejarse en las manos de Dios, quien no se confunde por la
multiplicidad de los cuidados, ni se abruma por su peso. Gozaríamos entonces
del reposo del alma al cual muchos han sido por largo tiempo extraños. CC 85
(1892).
Todos anhelamos la felicidad, pero muchos rara vez la encuentran debido a los
métodos equivocados que usan al perseguirla en vez de luchar por ella. Debemos
luchar ardientemente y combinar nuestros deseos con la fe. Entonces la
felicidad nos embargará casi impensadamente. . . Cuando podamos, por
desagradables que sean las circunstancias, reposemos confiadamente en su amor y
encerrémonos con él, descansando apaciblemente en su ternura, y la sensación de
su presencia nos inspirará un gozo profundo y sereno. Este proceso nos
conferirá una fe que nos capacitará para no inquietarnos, ni afligirnos, sino
para apoyarnos en un poder que es infinito. MeM 189 (1897).
Los que aceptan el principio de dar al servicio y la honra de Dios el lugar
supremo, verán desvanecerse las perplejidades y percibirán una clara senda
delante de sus pies. DTG 297 (1898).
El fiel cumplimiento de los deberes de hoy es la mejor preparación para las
pruebas de mañana. No amontonemos las eventualidades y los cuidados de mañana
para añadirlos a la carga de hoy. "Basta al día su afán" (Mat. 6:
34). MC 382 (1905).
Disponemos solamente de un día a la vez, y en él hemos de vivir para Dios. Por
ese solo día, mediante el servicio consagrado, hemos de confiar en la mano de
Cristo todos nuestros planes y propósitos, depositando en él todas las cuitas,
porque él cuida de nosotros. "Yo sé los pensamientos que tengo acerca de
vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que
esperáis". "En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en
confianza será vuestra fortaleza" (Jer. 29: 11; Isa. 30: 15). DMJ 86
(1896).
No nos volvamos miserables por causa de las cargas de mañana. Llevemos valiente
y alegremente las cargas de hoy. Debemos tener fe y confianza para hoy. No se
nos pide que vivamos más de un día a la vez. El que da fortaleza para hoy, dará
fortaleza para mañana. ST 5 de noviembre de 1902; (HP 269).
Nuestro Padre celestial mide y pesa cada prueba antes de permitir que le
sobrevengan al creyente. Considera las circunstancias y la fortaleza del que va
a soportar la prueba de Dios, y nunca permite que las tentaciones sean mayores
que su capacidad de resistencia. Si el alma se ve sobrepasada y la persona es
vencida, nunca debe ponerse esto a la cuenta de Dios, como que no proporcionó
la fortaleza de su gracia, sino que ello va a la cuenta del tentado, que no fue
vigilante ni se dedicó a la oración, ni se apropió por la fe de las provisiones
que Dios había atesorado en abundancia para él. Cristo nunca le ha fallado a un
creyente en su hora de conflicto. El creyente debe reclamar la promesa y hacer
frente al enemigo en el nombre del Señor, y no conocerá nada que se parezca al
fracaso. Ms 6, 1889.
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