52 LA DEPRESIÓN
Una mente
contenta y un espíritu alegre son salud para el cuerpo y fortaleza para el alma.
No hay causa de enfermedad tan fructífera como la depresión, la lobreguez y el
pesar. 1T 702 (1868).
Muchas enfermedades son el resultado de la depresión mental. MC 185 (1905).
Siendo el amor de Dios tan grande y tan infalible, se debe alentar a los
enfermos a que confíen en Dios y tengan ánimo. La congoja acerca de sí mismos
los debilita y enferma. Si los enfermos resuelven sobreponerse a la depresión y
la melancolía, tendrán mejores perspectivas de sanarse; pues "el ojo de
Jehová está . . . sobre los que esperan en su misericordia" (Sal 33:18,
VM). MC 174, 175 (1905).
Algunos asumen una reserva fría, glacial, una férrea dignidad que repele a
todos los que caen bajo su influencia. Esta actitud es contagiosa; crea una
atmósfera que agosta los buenos impulsos y las buenas resoluciones; ahoga la
corriente natural de la simpatía humana, la cordialidad y el amor; y bajo su
influencia la gente se reprime, y sus atributos sociales y generosos
desaparecen por falta de ejercicio.
No sólo la salud espiritual resulta afectada; la salud física también sufre
como consecuencia de esta depresión que no es natural. La lobreguez y la
frialdad de esta atmósfera antisocial se refleja en el rostro. Los rostros de
los que son generosos y simpáticos resplandecen con el brillo de la verdadera
bondad, mientras que los que no albergan pensamientos bondadosos y motivos
generosos, expresan en sus rostros los sentimientos que se encuentran en sus
corazones. 4T 64 (1876).
Las consecuencias de vivir en habitaciones cerradas y mal ventiladas son éstas:
el organismo se debilita y pierde la salud, la circulación de la sangre se hace
más lenta en el cuerpo porque no está purificada ni vitalizada por el limpio y
vigorizante aire del cielo. La mente se deprime y se ensombrece, mientras todo
el organismo se enerva, y es posible que se produzcan fiebre y otras
enfermedades agudas. 1T 702, 703 (1868).
Hay que conceder a los pulmones la mayor libertad posible. Su capacidad se
desarrolla mediante el libre funcionamiento; pero disminuye si se los tiene
apretados y comprimidos. De ahí los malos efectos de la costumbre tan común,
principalmente en las ocupaciones sedentarias, de encorvarse al trabajar. En
esta posición es imposible respirar profundamente. La respiración superficial se
vuelve pronto un hábito, y los pulmones pierden la facultad de dilatarse. . .
Así se recibe una cantidad insuficiente de oxígeno. La sangre se mueve
perezosamente. Los productos tóxicos del desgaste, que deberían ser eliminados
por la respiración, quedan dentro del cuerpo y corrompen la sangre. No sólo los
pulmones, sino el estómago, el hígado y el cerebro quedan afectados. La piel se
pone cetrina, la digestión se retarda, se deprime el corazón, se anubla el
cerebro, los pensamientos se vuelven confusos, se entenebrece el espíritu, el
organismo entero queda deprimido e inactivo y particularmente expuesto a la
enfermedad.MC 207 (1905).
Para tener buena sangre, debemos respirar bien. Las inspiraciones hondas y
completas de aire puro, que llenan los pulmones de oxígeno, purifican la
sangre, le dan brillante coloración, y la impulsan, como corriente de vida, por
todas partes del cuerpo. La buena respiración calma los nervios, estimula el
apetito, hace más perfecta la digestión, y produce sueño sano y reparador. MC
206, 207 ( 1905).
La enfermedad me ha oprimido mucho. Por años me he visto afligida por la
hidropesía y las enfermedades del corazón, que han tenido la tendencia a
deprimir mi espíritu, y a destruir mi fe y mi ánimo. 1T 185 (1859).
Debido a la intemperancia que comienza en el hogar, los órganos digestivos
primero se debilitan, y pronto el alimento común no satisface el apetito. Se
crean condiciones malsanas y hay un anhelo de alimento más estimulante. El té y
el café producen un efecto inmediato. El sistema nervioso se excita bajo la
influencia de estos venenos y en algunos casos, por un momento, el intelecto
parece vigorizarse y la imaginación hacerse más vívida. Debido a que estos
estimulantes producen resultados tan agradables, muchos llegan a la conclusión
de que los necesitan realmente, pero hay siempre una reacción.
El sistema nervioso ha tomado prestada energía de sus recursos futuros para
usarla en el momento y todo ese vigor pasajero es seguido por una depresión
consiguiente. La rapidez del alivio obtenido por el té y el café es una
evidencia de que lo que parece ser energía es tan sólo excitación nerviosa y,
por lo tanto, debe ser un daño para el organismo. CN 379, 380 (1890).
Cuando Ud. se casó, su esposa lo amaba. Era sumamente sensible, pero con
paciencia de su parte y fortaleza por parte de ella, su salud no sería lo que
es hoy. Pero su fría austeridad hizo de Ud. un témpano de hielo que congeló el
canal del amor y el afecto. Su tendencia a censurar y a descubrir errores ha sido
como un granizo desolador que cae sobre una planta sensible. Ha congelado y
casi ha destruido la vida de la planta. Su amor al mundo está consumiendo los
buenos rasgos de su carácter.
Su esposa tiene otra actitud y es más generosa. Pero cuando ella ha manifestado
sus tendencias generosas, aun en cosas de poca importancia, Ud. ha
experimentado un menoscabo de sus sentimientos y la ha censurado. Ud. alienta
una actitud cerrada y resentida. Le hace sentir a su esposa que es una carga, y
que no tiene derecho de ser generosa a sus expensas. Todas estas cosas son de
una naturaleza tan desalentadora, que ella se siente sin esperanzas y
desamparada, y no tiene fuerza para hacerles frente, sino que se repliega ante
la fuerza del golpe. Su enfermedad es depresión nerviosa. Si su vida
matrimonial fuera agradable, tendría un alto grado de salud. Pero durante toda
su vida de casado el demonio ha sido huésped en el seno de su familia, y se ha
gozado a expensas de su miseria. 1T 696 (1868).
Muchas familias viven sumamente infelices porque el esposo y padre permite que
su naturaleza animal predomine sobre su naturaleza intelectual y moral. El
resultado es una sensación de languidez y depresión, cuya causa rara vez se
adivina que es la consecuencia de su propia conducta equivocada. Estamos bajo
la solemne obligación ante Dios de conservar puro el espíritu y el cuerpo sano,
para ser de beneficio a la humanidad, y a fin de ofrecerle al Señor un servicio
perfecto.
El apóstol pronuncia estas palabras de advertencia: "No reine, pues, el
pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus
concupiscencias" (Rom. 6: 12). Sigue exhortándonos al decir que "todo
aquel que lucha, de todo se abstiene "[es temperante en todas las
cosas]"" (1 Cor. 9: 25). Anima a todos los que se llaman cristianos a
presentar sus cuerpos "en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios"
(Rom. 12: 1). Dice: "Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea
que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1
Cor. 9: 27). 2T 381(1870).
Una reacción como la que con frecuencia sigue a los momentos de mucha fe y de
glorioso éxito oprimía a Elías. Temía que la reforma iniciada en el Carmelo no
durase; y la depresión se apoderó de él. Había sido exaltado a la cumbre del
Pisga; ahora se hallaba en el valle. Mientras estaba bajo la inspiración del
Todopoderoso, había soportado la prueba más severa de su fe; pero en el momento
de desaliento, mientras repercutía en sus oídos la amenaza de Jezabel, y
Satanás prevalecía aparentemente en las maquinaciones de esa mujer impía,
perdió su confianza en Dios. Había sido exaltado en forma desmedida, y la
reacción fue tremenda. PR 118, 119 (1917).
La madre puede y debe hacer mucho para dominar sus nervios y ánimo cuando está
deprimida. Aun cuando está enferma. Puede, si se educa a sí misma, manifestar
una disposición agradable y alegre, y soportar más ruido de lo que una vez
creyera posible. No debiera hacer sentir a los niños su propia flaqueza y
nublar sus mentes jóvenes y sensibles por su propia depresión de espíritu,
haciéndoles sentir que la casa es una tumba y que la pieza de mamá es el lugar
más lúgubre del mundo. La mente y los nervios se entonan y fortalecen por el
ejercicio de la voluntad. En muchos casos, la fuerza de voluntad resultará ser
un potente calmante de los nervios. 1JT 136 (1863).
Los que no entienden que es un deber religioso disciplinar la mente para que se
espacie en temas alegres, por lo general se sitúan en uno de estos dos
extremos: o están eufóricos como consecuencia de una continua ronda de
entretenimientos excitantes, de entregarse a conversaciones frívolas, con risas
y bromas; o están deprimidos, con grandes pruebas y conflictos mentales, que
creen que pocos han experimentado o están en condiciones de comprender Estas
personas pueden profesar el cristianismo, pero se están engañando a sí mismas.
ST, 23 de octubre de 1884; (CH 628, 629).
Mi esposo ha trabajado incansablemente para llevar la obra de publicaciones a
su actual estado de prosperidad. Vi que contaba con más simpatía y amor de
parte de sus hermanos de lo que él creía. Buscan con ansias algo en el
periódico que sea fruto de su pluma. Si hay algo alegre en sus escritos, si se
expresa en forma animadora, sus corazones se alivian, y algunos hasta lloran de
felicidad. Pero si éstos expresan lobreguez y pesar, los rostros de sus
hermanos y hermanas se entristecen a medida que leen, y la actitud manifestada
en sus escritos se refleja en ellos.3T 96, 97 (1872).
Se me presentó el hecho de que en su clase de estudiantes médico misioneros hay
algunos cuyo primer trabajo debe consistir en comprenderse a sí mismos,
calcular el costo, y saber, al comenzar a construir, si van a ser capaces de
terminar o no. No permitamos que Dios sea deshonrado por el hecho de que un
hombre se quebrante mientras está recibiendo educación; porque un hombre
quebrantado y desanimado es una carga para sí mismo.
Mientras se abruma con sus estudios, no puede creer que Dios lo apoyará en
cualquier trabajo que tenga planes de hacer. Se somete a situaciones que ponen
en peligro su salud y su vida, y viola las leyes de la naturaleza. Eso está en
contra de la luz que Dios ha dado. No se puede abusar de la naturaleza. No
perdonará el daño que se le cause a esa máquina maravillosa y delicada
[cuerpo]. Carta 116, 1898; (MM 79).
El niño a quien se censura frecuentemente por alguna falta especial, llega a
considerarla como peculiaridad suya, algo contra lo cual es en vano luchar. Así
se da origen al desaliento y la desesperación que a menudo están ocultos bajo
una aparente indiferencia o fanfarronería. Ed 291 (1903).
Uds. pueden ser una familia feliz si cumplen con lo que Dios les ha pedido que
hagan y les ha encomendado como un deber. Pero el Señor no hará por Uds. lo que
les ha pedido que hagan. Lo que sucede con el hermano C es una pena. Se ha
sentido infeliz por tanto tiempo, que la vida se le ha convertido en una carga.
No es necesario que esto sea así. Su imaginación está enferma, y ha mantenido
por tanto tiempo los ojos fijos en un cuadro oscuro, que cuando enfrenta la
adversidad o la desilusión se imagina que todo va rumbo a la ruina, que llegará
a la miseria, que todo está en contra de él, que nadie tiene que pasar por
momentos tan duros como él; y así destroza su vida. Mientras piensa de ese
modo, más miserable se siente, y más miserables hace a todos los que lo rodean.
No tiene razón para sentirse así; todo esto es obra de Satanás. No debe
permitir que el enemigo controle su mente de esa manera. Debería apartar su
vista del cuadro oscuro y lóbrego, y fijarla en el amante Salvador, la gloria
del cielo, y en la rica herencia preparada para todos los que son humildes y
obedientes, y que poseen corazones agradecidos y una fe que reposa en las
promesas de Dios. Esto le costará un esfuerzo, una lucha; pero hay que hacerlo.
Su felicidad presente, y su felicidad futura y eterna, dependen de que fije su
mente en temas alegres, que aparte su vista del cuadro oscuro, que es
imaginario, y la dirija a los beneficios que Dios ha derramado sobre su senda,
y más allá de todo ello, a lo invisible y eterno. 1T 703, 704 (1868).
Su vida es actualmente miserable, llena de malos presagios. Cuadros lúgubres
revolotean por encima de Ud.; lo envuelve una oscura incredulidad. Al ponerse
de parte de la incredulidad, Ud. se ha vuelto cada vez más tenebroso; goza
espaciándose en temas desagradables. Si otros tratan de hablar con esperanza,
Ud. destruye en ellos todo sentimiento de esa clase al hablar con más fervor y
severidad. Sus pruebas y aflicciones lo llevan a mantener delante de su esposa
el devastador pensamiento de que Ud. la considera una carga por causa de su
enfermedad. Si Ud. ama las tinieblas y la desesperación, hable de ellas,
espáciese en ellas, y desmenuce su alma al invocar en su imaginación todo lo
que puede instarlo a quejarse de su familia y de Dios, y convierta su corazón
en algo parecido a un campo devastado por el fuego, con su vegetación
destruida, y que ha quedado seco, ennegrecido y resquebrajado. 1T 699 (1868).
Ud. pertenece a una familia de mentes no muy bien equilibradas, lúgubres,
deprimidas, afectadas por lo que las rodea y susceptibles a las influencias
externas. A menos que Ud. cultive una actitud mental alegre, feliz y
agradecida, Satanás con el tiempo la llevará cautiva para que haga su voluntad.
Ud. puede ser de ayuda y fortaleza para la iglesia donde vive, si obedece las
instrucciones del Señor y no se deja influir por los sentimientos, sino que se
somete al control de los principios. Nunca permita que la censura escape de sus
labios, porque es como un granizo devastador para los que la rodean. Permita
que sólo palabras alegres, felices y amantes salgan de sus labios. 1T 704
(1868).
Recuerde que en su vida la religión no debe ser solamente una influencia entre
otras. Debe ser la influencia dominante. Sea estrictamente temperante. Resista
toda tentación. No le haga concesiones al astuto enemigo. No escuche las
sugerencias que pone en boca de hombres y mujeres. Tiene una victoria que
ganar. Tiene que lograr nobleza de carácter; pero no la conseguirá mientras
esté deprimido y desanimado por el fracaso. Rompa las ataduras con que Satanás
lo ha amarrado. No es necesario que sea su esclavo. "Vosotros sois mis
amigos dijo Jesús, si hacéis lo que yo os mando". Carta 228, 1903; (MM
43).
Debería trabajar con cuidado y tener momentos de descanso. Al hacerlo
conservará su vigor físico y mental, y trabajará con mucha más eficiencia. Hno.
F, Ud. es un hombre nervioso y se mueve mucho por impulso. La depresión mental
ejerce muchísima influencia sobre su trabajo. A veces siente necesidad de
libertad y cree que esto ocurre porque otros están en tinieblas, o equivocados,
o que está sucediendo algo que no puede explicar, y Ud. se dirige a alguna
parte, o ataca a alguien con posibilidad de hacer mucho daño. Si se
tranquilizara cuando se encuentra en esa condición de inquietud y nerviosismo,
y descansara, y esperara con calma en Dios, y se preguntara si a lo mejor el
problema está en Ud. mismo, evitaría herir su propia alma y hacerle daño a la
preciosa obra del Señor. 1T 622 (1867).
Cuando vemos la iniquidad que nos rodea nos sentimos contentos de que él sea
nuestro Salvador, y de que nosotros seamos sus hijos. Entonces, ¿tenemos que
contemplar la iniquidad que nos rodea y espaciarnos en el lado oscuro de las
cosas? No podemos mejorar esta situación; por lo tanto, hablemos de algo más
elevado, mejor y más noble. . .
Podemos ir a un sótano y quedarnos allí para observar sus rincones más oscuros,
y podemos hablar acerca de la oscuridad y decir: "Oh, qué oscuro está
aquí", y seguir hablando acerca de ello. Pero, ¿lograremos con eso que
haya más luz? ¡Claro que no! ¿Qué haremos? Salir de allí; salir de la oscuridad
para ir a la habitación del piso superior donde la luz del rostro de Dios
brilla con todo su esplendor.
Nuestros cuerpos están compuestos por el alimento que asimilamos. Lo mismo
ocurre con nuestras mentes. Si tenemos una mente que se espacia en las cosas
desagradables de la vida, no tendremos esperanza; pero nosotros queremos concentrarnos
en las escenas alegres del cielo. Dijo Pablo: "Esta leve tribulación
momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de
gloria" (2 Cor. 4: 17). Ms 7, 1888.
Mi querida y anciana Hna. : Siento mucho que esté enferma y que sufra.
Pero aférrese del que ha amado y servido por tantos años. Dio su vida por el
mundo y ama a todos los que confían en él. Simpatiza con los que sufren
depresión y enfermedad. Siente cada estertor de angustia que asalta a sus
amados. Descanse en sus brazos y sepa que es su Salvador, su mejor amigo, y que
nunca la dejará ni abandonará. Ud. ha dependido de él por muchos años, y su
alma puede descansar en esperanza.
Ud. saldrá junto con otros fieles que creyeron en él, para alabarlo con voz de
triunfo. Todo lo que se espera que Ud. haga es que descanse en su amor. No se
preocupe. Jesús la ama, y ahora que está débil y sufre, él la lleva en sus
brazas, tal como un padre amante lleva a su niñito. Confíe en Aquel en quien ha
creído. ¿Acaso no la ha amado y cuidado durante toda su vida? Descanse en las
preciosas promesas que se le han dado. Carta 299, 1904.
Durante la noche, en sueños, yo estaba conversando con Ud. Le decía: Me alegro
mucho de que está tan bien ubicada, y que pueda estar cerca del sanatorio. No
dé lugar a la depresión; en cambio, permita que la consoladora influencia del
Espíritu Santo reciba la bienvenida en su corazón, para darle consuelo y paz. .
.
Mi hermana: si Ud. quiere obtener preciosas victorias, contemple la luz que
emana del Sol de justicia. Hable con Dios de esperanza, de fe y gratitud. Esté
siempre alegre y con esperanza en Cristo. Adiéstrese para alabarlo. Esto es un
gran remedio para las enfermedades del cuerpo y del alma. Carta 322, 1906.
Cuando los ministros, por medio de los cuales Dios trabaja, vienen a la
asociación con los nervios destrozados y con una creciente depresión, les digo
que los envuelve una atmósfera semejante a una espesa capa de niebla que cubre
un cielo sereno. Necesitamos tener fe. Que los labios digan: "Engrandece
mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador".
Debemos manifestar la sensación de un Salvador que está presente, una firme
confianza de que Jesús está junto al timón, y que él obrará para que el noble
barco llegue al puerto. Debemos saber que es imposible que nos salvemos a
nosotros mismos o a cualquier alma. No tenemos poder para ofrecer salvación a
los que perecen. Jesús, nuestro Redentor, es el Salvador. Somos sólo sus
instrumentos y dependemos en todo momento de Dios. Debemos magnificar su poder
delante de su pueblo elegido, y del mundo, por la gran salvación que nos ha
concedido por medio de su sacrificio expiatorio y su sangre. Carta 19a, 1892.
A veces estoy muy perpleja y no sé qué hacer, pero no voy a deprimirme. Estoy
decidida a llenar mi vida de tanta luz del sol como me sea posible conseguir.
Carta 127, 1903.
Muchas cosas me entristecen, pero trato de no pronunciar palabras
desanimadoras, porque alguien que las escuche podría estar triste también, y no
quisiera hacer nada que aumentara su tristeza. Carta 208, 1903.
Si yo tuviera que prestar atención a las negras nubes: los problemas y las
perplejidades que surgen en mi trabajo, no tendría tiempo para más. Pero yo sé
que hay luz y gloria más allá de las nubes. Por fe atravieso las tinieblas para
llegar a la gloria. A veces he tenido que pasar por dificultades financieras.
Pero el dinero, no me preocupa. Dios cuida de mis asuntos. Hago lo que puedo, y
cuando el Señor considera que es bueno para mí que tenga algo de dinero, me lo
manda. Ms 102, 1901.
Cuando visité el sanatorio Paradise Valley hace unos tres años [1905], hablé
casi todas las mañanas a las cinco a los obreros, y un poco más tarde a los
pacientes. Había entre ellos un hombre que siempre parecía estar deprimido. Me
enteré de que creía en la teoría de las doctrinas bíblicas, pero no podía tener
la fe necesaria para apropiarse de las promesas de Dios.
Cada mañana hablé a los pacientes acerca de la fe, y los insté a creer las
palabras de Dios. Pero este pobre hombre parecía incapaz de reconocer que tenía
fe. Le hablé a solas.
Le presenté la verdad de todas las maneras posibles, y después le pregunté si
no podía creer que Cristo era su Salvador personal y que estaba dispuesto a
ayudarlo. Nuestro Salvador les ha dicho a todos los que están trabajados y
cansados: "Tomad mi yugo sobre vosotros". No cargue con un yugo de su
propia fabricación. "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas"
(Mat. 11:28, 29).
Por fin llegó el momento cuando tenía que irme. Le dije: "Ahora bien, mi
amigo, ¿puede decirme que ha aprendido a confiar en ese Salvador que ha hecho
tanto para resolver la situación de cada alma? ¿Puede y quiere confiar en él?
¿Puede decirme, antes que me vaya, que ha recibido fe para creer en Dios?"
Miró hacia lo alto y dijo: "Sí, creo. Tengo fe".
"Gracias, Señor", repliqué. Sentí que aunque había habido otros que
habían estado presentes y escuchado mis charlas en el salón, en este caso había
sido ampliamente recompensada por mis esfuerzos. Ms 41, 1908.
No acudan a otros con sus pruebas y tentaciones; sólo Dios puede ayudarlos. Si
ustedes cumplen las condiciones de las promesas de Dios, éstas se van a cumplir
en ustedes. Si sus mentes están fijas en Dios, no descenderán en un estado de
éxtasis al valle del desánimo cuando les sobrevengan pruebas y tentaciones. No
hablarán con los demás ni de dudas ni de tinieblas. No dirán: "Yo no sé
nada ni de esto ni de aquello. No me siento feliz. No estoy seguro de que
tengamos la verdad". No dirán eso, porque tienen un ancla para el alma,
que es a la vez segura y firme.
Cuando hablamos de desánimo y de pesar, Satanás escucha con un regocijo
infernal; porque le agrada saber que los ha sometido a esclavitud. Satanás no
puede leer nuestros pensamientos, pero puede ver nuestras acciones y oír
nuestras palabras; y gracias a su amplio conocimiento de la familia humana
puede adecuar sus tentaciones para sacar provecho de los puntos débiles de
nuestro carácter. Y cuán a menudo le revelamos el secreto de cómo puede lograr
la victoria sobre nosotros. ¡Oh, si pudiéramos controlar nuestras palabras y
acciones! Cuán fuertes llegaríamos a ser si nuestras palabras fueran de tal
naturaleza que no tuviéramos que avergonzarnos al enfrentar su registro en el
día del juicio. Qué diferentes parecerán en el día de Dios de lo que parecían
cuando las pronunciamos. RH, 27 de febrero de 1913.
La fe y la esperanza temblaron en medio de la agonía mortal de Cristo, porque
Dios ya no le aseguró su aprobación y aceptación, como hasta entonces. El
Redentor del mundo había confiado en las evidencias que lo habían fortalecido
hasta allí, de que su Padre aceptaba sus labores y se complacía en su obra. En
su agonía mortal, mientras entregaba su preciosa vida, tuvo que confiar por la
fe solamente en Aquel a quien había obedecido con gozo. No lo alentaron claros
y brillantes rayos de esperanza que iluminaban a diestra y siniestra. Todo lo
envolvía una lobreguez opresiva. En medio de las espantosas tinieblas que la
naturaleza formó por simpatía, el Redentor apuró la misteriosa copa hasta las
heces. Mientras se le denegaba hasta la brillante esperanza y confianza en el
triunfo que obtendría en lo futuro, exclamó con fuerte voz: "Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu" (Luc. 23: 46). Conocía el carácter de su
Padre, su justicia, misericordia y gran amor, y sometiéndose a él se entregó en
sus manos. En medio de las convulsiones de la naturaleza, los asombrados
espectadores oyeron las palabras del moribundo del Calvario. 1JT 227 (1869).
No debe despreciarse el sentimiento de seguridad; debiéramos alabar a Dios por
ello; pero cuando vuestros sentimientos están deprimidos, no penséis que Dios
ha cambiado. Alabadlo tanto como antes, porque vuestra confianza está en su
Palabra y no en los sentimientos. Habéis hecho el pacto de andar por fe y no de
ser dominados por los sentimientos. Los sentimientos varían con las
circunstancias. NEV 126 (1890).
Por los méritos de Cristo, por su justicia que nos es imputada por la fe,
debemos alcanzar la perfección del carácter cristiano. Se presenta nuestra obra
diaria y de cada hora en las palabras del apóstol: "Puestos los ojos en el
autor y consumador de la fe, en Jesús" (Heb. 12: 2). Mientras hagamos
esto. nuestro intelecto se esclarecerá, nuestra fe se fortalecerá y se
confirmará nuestra esperanza; nos embargará de tal manera la visión de su
pureza y hermosura, y el sacrificio que ha hecho para ponernos de acuerdo con
Dios, que no tendremos disposición para hablar de dudas y desalientos. 2JT 341
(1889).
El verdadero cristiano no permite que ninguna consideración terrena se
interponga entre su alma y Dios. El mandamiento del Señor ejerce una influencia
llena de autoridad sobre sus afectos y sus actos. Si todos los que buscan el
reino de Dios y su justicia estuvieran dispuestos a hacer las obras de Cristo,
cuánto más fácil sería el camino al cielo. Las bendiciones del Señor fluirían
sobre el alma, y las alabanzas al Altísimo estarían continuamente en sus
labios. Entonces serviría a Dios sobre la base de principios. Podría ser que
sus sentimientos no siempre fueran gozosos; a veces las nubes podrían oscurecer
el horizonte de su experiencia; pero la esperanza del cristiano no reposa sobre
el arenoso fundamento de los sentimientos. Los que obran basándose en
principios contemplarán la gloria de Dios más allá de las sombras, y
descansarán en la segura palabra de la promesa. No dejarán de honrar a Dios,
por oscura que parezca la senda. La adversidad y la prueba sólo le darán la
oportunidad de manifestar su sinceridad, a la vez que su fe y su amor.
Cuando la depresión se apodera del alma, eso no es evidencia de que Dios haya
cambiado. El es "el mismo ayer, y hoy, y por los siglos". Es posible
estar seguro del favor de Dios cuando se es capaz de sentir los rayos del Sol
de justicia; pero si las nubes envuelven su alma, no debemos creer que hemos
sido abandonados. La fe debe atravesar las tinieblas. El ojo debe estar fijo en
Dios, y todo nuestro ser se llenará de luz. Hay que tener siempre ante la mente
las riquezas de la gracia de Cristo. Atesoremos las lecciones que proporciona
su amor. Que nuestra fe sea como la de Job, para que podamos decir:
"Aunque él me matare, en él esperaré". Aferrémonos de las promesas
del Padre celestial, y recordemos la forma como nos trata; porque "todas
las cosas les ayudan a bien. . . a los que conforme a su propósito son
llamados". RH, 24 de enero de 1888.
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